En las efemérides de nuestra patria hay tres hitos, en el mes de septiembre, que enaltecen al ser nicaragüense:
La primera, la celebramos el 15 de septiembre. Fue el día en que nuestros próceres, en 1821, rubricaron interpretando fielmente el sentir de nuestro pueblo, el Acta de nuestra Independencia Nacional de todo yugo extranjero. La segunda, el 14 de septiembre de 1856. Fue cuando nuestros más humildes compatriotas, encabezados por José Dolores Estrada, se llenaron de gloria al derrotar en la Batalla de San Jacinto a los filibusteros, que bajo el mando de Byron Cole y por órdenes de William Walker, pretendían aherrojarnos nuevamente a una nación allende de nuestras fronteras. Y la tercera, el 12 de septiembre de 1856. Fue cuando los líderes de dos partidos tradicionales, el liberal y el conservador, Máximo Jerez y Tomás Martínez, respectivamente, apartando las profundas diferencias ideológicas que los separaban, decidieron unirse para combatir juntos hasta expulsar de nuestro suelo a los invasores que amenazaban con sepultar para siempre nuestra dignidad ciudadana y nuestra autodeterminación nacional.
Siempre que recuerdo, ahora alejado de mi patria, estos tremendos acontecimientos, añoro con unción patriótica el poema que nos legó, Salomón de la Selva (1893-1959): “La independencia fue para que hubiese pueblo, no mugrosa plebe/hombres, no borregos de desfile,/ para que hubiese ciudadanos…”
Porque la verdad es que casi a 200 años de nuestra Independencia, hay quienes se han propuesto convertirnos a los nicaragüenses en “mugrosa plebe” y en “borregos de desfile” al violar nuestros derechos humanos y atropellar cotidianamente las libertades públicas que nos son fundamentales y que están consignadas en nuestra Constitución y en nuestras Leyes.
Me estoy refiriendo obviamente, a la dictadura de los Ortega-Murillo, quienes han pretendido, respaldados por su guardia pretoriana y por su abyecta policía, hasta de privarnos del derecho inalienable de rendir homenaje a nuestra bandera azul y blanco, símbolo de nuestra nacionalidad y soberanía. Ahora, en una actitud digna del Tartufo de Molière, pretenden ser ellos quienes, con sus manos manchadas de sangre, enarbolen esa bandera que hasta hace poco mancillaron, por lo que están recibiendo el merecido repudio de la gran mayoría de los nicaragüenses.
Santayana nos advierte: “Quien no conoce la historia, está condenado a repetirla”. De sus enseñanzas debemos conservar lo bueno y desechar lo malo, como la actual dictadura de los Ortega-Murillo que por aferrarse al poder no les ha importado causar enorme daño a nuestro país y a nuestro pueblo. Espero que antes del 2021, ya superado el problema de la dictadura bicéfala, los nicaragüenses podamos celebrar nuestras Fiestas Patrias con libertad, democracia y justamente con fraternal alegría.
El autor es periodista y secretario general de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).