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Nueva oportunidad

Una de las realidades más lindas de Dios es su misericordia ante quien se pierde como la oveja, se pierde como la moneda o se pierde como el hijo pródigo.

Pero nosotros, en cambio, estamos construyendo una sociedad en la que la justicia que se impone, es la justicia del “ojo por ojo”.

Lo nuestro es que el que las hace, las pague, sea como sea. Seguimos educando en la venganza: Tú me hiciste, yo te hago.

En el fondo, no hemos aprendido a saber convivir. Convivencia sin perdón, sin misericordia, es un infierno permanente.

Porque todavía no hemos entendido la belleza del amor y del perdón.

Los hombres nos parecemos en mucho a la oveja perdida (Lc. 15, 4-7) que prefiere hacer su vida prescindiendo de la comunión con las otras ovejas del redil. Cada uno va a lo suyo, sin importarnos para nada los demás, el sufrimiento de los otros, ni del Pastor; vamos solo a lo nuestro.

Los hombres nos parecemos mucho a la moneda perdida (Lc. 15, 8-10). Nos escondemos en nuestros egoísmos, en nuestro yo, sin importarnos para nada el sufrimiento de quienes nos aman y adoran y nos parecemos al hijo menor o al hijo mayor ante el padre bueno. (Lc. 15, 11-32).

No tenemos corazón, somos insensibles, no valoramos lo que somos y tenemos, y dejamos la casa del Padre que tanto corazón nos ha dado.

Olvidamos fácilmente los valores aprendidos y toda moral para llevar una vida que, en sí, es muerte y perdición. Aun no hemos descubierto lo que es el amor y el perdón.

Pero ahí está nuestro buen Padre Dios: siendo siempre el Buen Pastor cuyo afán es siempre buscar a sus ovejas perdidas y su gran alegría devolverles su perdón, como dice San Lucas: “Tiene más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión” (Lc. 15, 4-7). Siendo como esa mujer, esa madre buena que hace todo lo habido para encontrar su moneda preferida.

Todos los seres somos la gran riqueza de Dios y no quiere que nos perdamos ninguno.

Encontrarnos para Él es la mayor de sus alegrías y tiene un corazón abierto a quien reconoce su pecado.

Es misericordioso para darnos siempre una nueva oportunidad para que ninguno de sus hijos se pierda.

El autor es sacerdote católico.

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