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Los refugiados de Santa Marta

En Apante, a unos pocos kilómetros al sur de Matagalpa está Santa Marta, con una acogedora casa de campo con un bonito jardín. El lugar ha sido visitado por muchas personalidades de la vida pública de Nicaragua. “Todos menos uno” solía presumir su morador, quien con frecuencia compartía con sus visitantes, chistes, historias y testimonios espirituales, una visita a Santa Marta nunca pasaba inadvertida. La muerte de don Uriel Pineda Zelaya recordó una historia tan trágica como humana ocurrida ahí en 1979.

Al intensificarse la guerra contra Somoza en junio de ese año, muchos matagalpinos buscaron refugio fuera de la ciudad y es así que familiares, conocidos y principalmente habitantes del barrio la Virgen llegan a Santa Marta, donde por más de dos meses se albergaron cerca de 600 personas. Para entonces, Santa Marta tenía unos 40 trabajadores, quienes se refugiaron montaña adentro, abandonando un campamento con 22 dormitorios y 11 pequeñas casas, lo que, sumado a 4 bodegas, el beneficio de café y otras casas de la familia, permitió albergar a la multitud que pidió refugio.

Meses antes, en Matagalpa se había presentado escasez de alimentos por la guerra. Teniéndolo presente y considerando las necesidades alimentarias propias de la finca, don Uriel contaba con granos y otros alimentos que sirvieron para distribuir entre los refugiados. Además, destacó la solidaridad de don Daniel Somarriba, propietario de la finca La Pintada, quien sacrificó reses para proveer carne y don Roberto Reyes, quien donó queso. La comida no faltó.

La Guardia Nacional con frecuencia sobrevolaba el campamento, misión a cargo de un viejo artefacto apodado “El dundo Eulalio”. Un día, un disparo de rifle calibre 22 desde el campamento hacia el bombardero causó temor en la multitud, pero el acto temerario no pasó a más.

Todos los días se hacían rezos en la casa de don Uriel, el 17 de julio se agotó la última veladora usada con ese propósito, al igual que se agotaron los frijoles y como designio divino, la guerra también terminó. La vocación de auxilio al perseguido no terminó ahí, el propio Fabio Gadea usó Santa Marta como refugio en los años ochenta, hecho que recordó en su última visita a don Uriel en 2014.

Es algo exagerado decir que don Uriel fue una especie de Schindler criollo, también es difícil decir que su gesto salvó vidas, pero al menos brindó seguridad, techo y alimento a personas que lo necesitaban en momentos de angustia. Tal vez don Uriel solo atendió su llamado cristiano. Curiosamente, Santa Marta es considerada la patrona de quienes realizan trabajos en el hogar, casa de huéspedes o administradores de hospital.

El autor es maestro en Derechos Humanos.

Opinión apante Santa Marta archivo
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