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Inspiración creativa del poeta. Óleo sobre lienzo, de Nikolay Sivenkov. LA PRENSA/Istock

Junto con la escritura de cuentos y ensayos, la poesía es el género literario que más me acosa

Pero, ¿cómo lograr que el lenguaje sea sólido y poroso a la vez? ¿Transparente y equívoco? ¿Decidor y ambiguo? ¿Que los poemas impliquen una pequeña dosis de ingenio sin demasiada ostentación?

Escribir poesía puede llegar a ser un oficio tan obsesivo como cualquier otro ejercicio de identidad o de inquietante perseverancia, solo que más solitario y personal.

Siempre imprevisible, sus requiebros pueden llegar por rachas, un poema tras otro, imparables; o ser un largo y espaciado goteo coyuntural.

Sin duda siempre, al menos en mi caso, un deleite, una pasión.

Como es sabido, la poesía puede ser límpida, semántica o gramaticalmente sencilla; o de una complejidad abrumadora, a ratos incluso casi indescifrable (véase partes de la obra de Góngora y Quevedo, entre otros clásicos).

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La mía, que puede resultar de una manera u otra sin llegar a extremos ni a grandes experimentaciones formales, a menudo es incapaz de moderar su forma en aras de ser mejor comprendida.

Sin embargo, en muchos de mis poemas la sencillez es solo aparente.

Hay cierta duplicidad implícita, ciertas actitudes ambiguas que producen en la práctica textos que pese a su aparente horizontalidad y transparencia tienen la intención de ahondar en lo denso, en el extrañamiento, porque así percibo tanto la realidad como los impredecibles vuelos de la imaginación: de forma oblicua, difusa a veces, y por eso mismo no pocas veces fascinante.

Pero, ¿cómo lograr que el lenguaje sea sólido y poroso a la vez? ¿Transparente y equívoco? ¿Decidor y ambiguo? ¿Que los poemas impliquen una pequeña dosis de ingenio sin demasiada ostentación?

Por supuesto, son múltiples los estilos, las actitudes, los propósitos que puede denotar o connotar la escritura creativa, tanto en la prosa como en la poesía.

Y conociendo un poco las variantes y opciones que la poesía es capaz de generar, todo es posible con una fuerte dosis de creatividad.

Si bien no siempre se busca tal hibridez literaria como reflejo de formas similares de ser y estar de la realidad misma, a veces simplemente ocurre al escribir porque la naturaleza íntima, profunda de la emoción o de la idea transcrita o explorada así lo requiere, y por tanto así resultan determinados poemas…

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En todo caso, siento la poesía como una segunda naturaleza, como una forma de pertenecer a la realidad sin menoscabar la imaginación. O viceversa.

También como la urgencia que a ratos me impulsa a teclear palabras, rastrear sentimientos, ahondar conceptos, sabiendo que a menudo el sinsentido y la intuición de lo posible, al igual que lo que se inventa, son instancias tan reales como la silla que sostiene a mi cuerpo o la computadora que recibe una feroz andanada de letras tecleadas cada tanto tiempo para que yo indague detrás de la fachada de las cosas, para que ausculte los claroscuros de la cotidianidad y, a la vez, me indague a mí mismo.

Con estas reflexiones no pretendo explicar, ni mucho menos justificar, las variantes de mi muy personal estética: solo meditar una vez más en torno a ella.

En todo caso, junto con la escritura de cuentos y ensayos, la poesía es el género literario que más me acosa, o yo a ella -en el mejor sentido del término- desde mediados de la década de los setentas del siglo pasado. A ratos me busca queriendo seducirme, otras soy yo quien desfachatado la rondo…

Y en algún momento, tras evasiones y rechazos y mutuas insistencias que no son más que inevitables coqueteos, la eclosión inevitable ocurre: la poesía cristaliza, vuela libre por sus fueros, henchida de sí.

Cultura

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