No siempre es fácil hablar de los malos y corruptos administradores, situación ante la cual Jesús hace una crítica (Lc. 16, 1-13), y es una realidad que está siempre en boga. Nuestros pueblos siguen en manos de administradores en los que nadie se fía mucho y esto es algo que está en el ambiente de los ciudadanos y, lógicamente, de los cristianos. Se sigue explotando a los pobres con salarios bajos como dice el profeta Amós. (Am. 8, 4-6).
El tema del dinero siempre es delicado. La Biblia es un libro que da luz a la vida y al cómo vivirla y, por lo tanto, también luz que ilumina las actitudes que debemos tener ante el dinero propio y ajeno. Nos enseña todo un mundo de valores y de jerarquización de los mismos. Dentro de esos valores está el dinero y, por supuesto, su jerarquización. La Biblia no se opone al dinero; pero sí nos avisa para que no le demos un puesto que no es el suyo.
El dinero no puede arrebatarle el puesto a Dios. Hemos creado nuevos ídolos. La antigua veneración del becerro de oro ha tomado una nueva y desalmada forma en el culto al dinero y la dictadura de la economía. El único valor supremo es Dios. Todo lo demás está debajo de Él y, por lo tanto, el dinero y no puede arrebatarle el puesto a la vida, ni a la salud.
La vida está por encima del dinero y el dinero está al servicio de la vida, no al revés. El dinero no puede quitarle el puesto a la familia. La familia vale más que el dinero que debe siempre estar a su servicio. No puede quitarle el puesto a la educación, ni a la moral que rige todos los comportamientos y actitudes que debemos tener en la vida y, por tanto, la actitud a tomar ante el dinero. No puede quitarle el puesto a la dignidad y al respeto que cada uno se merecen. La dignidad humana está por encima del dinero. No puede estar por encima del honor. Dice el libro de los Proverbios: “El buen nombre vale más que las grandes riquezas, y ser estimado más que el oro y la plata” (Prov. 22, 1).
Cuando el dinero se pone por encima de Dios, de los demás y de uno mismo, entonces ocurre lo que estamos viendo. El dinero crea riquezas abundantes para unos pocos y una gran miseria para muchos. Y porque no entiende de moral fácilmente nos hace caer en la corrupción. El dinero fácilmente nos lleva a la compra y venta de la justicia y fácilmente nos lleva a engordar los precios y a adelgazar el peso. Fácilmente nos lleva a la estafa y al engaño. Como dice el refrán: “Ningún hombre honesto se hace rico en un momento”.
Solo se vive para tener, sin darnos cuenta que, al morir, todo lo dejamos aquí. Ya Jesús decía: “¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero, sí luego pierde su vida?” (Mt. 16, 16). Solo hay un Dios a quien debemos adorar y ese dios no se llama “dinero”.
El autor es sacerdote católico.