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No se puede ni se debe callar

Unos amigos me han dicho la famosa frase de que “calladito te ves bien”. Pero como bien lo dice el cantautor nicaragüense Carlos Mejía Godoy en su canción, “yo no puedo callar ante el dolor de tanta gente”.

Así está Nicaragua. Es evidente e insoportable el persistente asedio de la policía en las casas habitación de los ex presos políticos, y la constante persecución a los vehículos de los dirigentes de la Alianza Cívica y la UNAB por elementos paramilitares. Las turbas marcando las casas de los opositores, tal como lo hacían los nazis con las propiedades de los judíos.

Al orteguismo no le importa cuánta evidencia haya de lo que hace su gente al margen de la ley. Profesores de Anden, al servicio del diputado sandinista José Antonio Zepeda, amenazan con sancionar a estudiantes que portan banderas con el escudo invertido en señal de protesta. Y el presidente Ortega, para no bajarle la guardia a sus seguidores de la Juventud Sandinista, aprovecha sus escasas apariciones públicas y, a sabiendas de que está con la soga al cuello de las sanciones para su familia, les hace creer que es “injerencismo”. ¡Bravo!, aplauden sonoramente sus jóvenes seguidores, mas no saben lo que nos viene.

Algunos partidos minoritarios se disputan el liderazgo opositor, entre ellos excontras que después de su desmovilización en el noventa fueron subvencionados económicamente por el gobierno de doña Violeta, cogieron de un lado para otro según su conveniencia y ahora creen que la solución a nuestros problemas de gobernabilidad está en ellos.

Definitivamente no es así, ellos marcaron un hito en la historia política pero con pelearse después como niños malcriados más bien han contribuido al divisionismo.

Los líderes políticos no entienden que no se trata de decir qué partido es bueno y cuál es malo, en clara alusión a los CxL y PLC liberales. Y, aun con todos los errores de la dictadura Ortega y Murillo, ellos se han dado a la tarea de dividir para vencer, y lo han logrado.

“Toda guerra se gana con agallas”. Ortega es un cínico en la política, pero reconozco que es astuto aunque también un poco cursi. De alguna manera ha sabido doblegar a los frágiles opositores. De continuar así, pronto estaríamos viendo a Nicaragua convertida en una analogía de Venezuela y Cuba, donde en cada adornan con afiches y endiosan a sus tiranos. Es preocupante y hay que cambiar de actitud.

Por eso digo que no puedo callar ante tanta indiferencia.

El autor es periodista, vicepresidente de la Asociación de periodistas de Nicaragua (APN).

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