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El masaya y San Jerónimo

Masaya es una pequeña gran ciudad cabecera del departamento del mismo nombre. Representa el colorido, la esencia en bruto y la bravura del nica. En la cabeza de la mujer masaya lucen lindas flores que a su paso dejan el aroma exquisito de la reseda, jazmín del cabo entre otras. “Entre flores y mujeres, es Masaya una ilusión…”

Coyotepe y La Barranca anuncian al visitante que la tierra que pisan es heroica y el San Jerónimo en la entrada principal le dice que es preciso descalzarse para entrar en esta tierra sagrada, a la vez generosa y celosa de su estirpe.

En los 80, en un seminario de Radiología en el hospital del Ministerio del Interior, donde di una conferencia, el comandante Tomás Borge me preguntó: “¿Y vos sos cubano?” Mi respuesta en pleno auditorio salió vigorosa: “¡No comandante! yo soy masaya puro, monimboseño, amamantado por dos chichiguas (nodrizas) de Monimbó”. El comandante se me quedó mirando, agitó brevemente la cabeza y exclamó: “¡Ahhh!…” Mi respuesta había brotado de las profundidades de mi alma, de las “Rinconadas de Monimbó”.

Nuestro ancestro chorotegano se asentó originalmente en las comunidades de Nindirí, Masaya, Monimbó y San Juan de los Platos, que hoy junto a Catarina, Tisma, Niquinohomo, Nandasmo, La Concepción y Masatepe abrazamos el gentilicio honroso de “masayas”.

Cada 30 de septiembre las campanas de la iglesia repican llamando al masaya a celebrar San Jerónimo, “Tata Chombo” nuestro patrono, “doctor que cura sin medicina”. Tata Chombo congrega a gente de todo el país, su carisma es tal que presidentes y políticos bailan alrededor de la peaña del santo para ganarse prosélitos. Nuestra gente, irrepetible fusión del chorotegano con el andaluz, sigue en su alegría, pero observa y juzga… no le vas a dar “atol con el dedo”.

El masaya sabe de lucha y de amores, no hipoteca su alegría al cautiverio, antes bien lo contrapone a la fe y a su voluntad irreductible de libertad. “Sus casitas son ranchitos, donde ellos habitan con felicidad…”

El monimboseño-masaya guarda celosamente la fe católica de sus mayores, se resiste inclaudicablemente a la dominación de cualquier “bota” propia y más aún de foráneos y ama su ranchito, sus cuatro paredes, como su “solar” donde pueda bailar, soñar y roncar. Cualquier agresión a estas premisas en la “tierra del monte que arde”, es rechazada.

La procesión sigue, el santo baila en su peaña, los cohetes rasgan los cielos, los padres cargan a sus hijos bailando al santo y celebramos con los frutos de nuestra tierra a Tata Chombo. El masaya fue tallado así y en la preservación de su identidad, no transará… aunque su corazón es el mismo al que cantara Darío: “…tan hidalgo y tan amigo”.

El autor es médico, originario de Masaya.

Opinión Masaya San Jerónimo archivo
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