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asesino, Laureano Ortega, Nicaragua

Una cosa es el dolor, y otra el miedo

Duele, amigo “A”. Duele ver la redacción vacía, la voz callada. Pero una cosa es el dolor, y otra distinta el miedo. Sabemos que desde abril de 2018, el cambio es demasiado profundo como para dejarnos asustar por el silencio.

Recibí en whatsapp la foto de un buen amigo y colega. Le llamo “A”. Se la tomaron de espaldas, mientras salía, caminando entre las mesas vacías, de la redacción de El Nuevo Diario. “A” iba cubierto por una bandera azul y blanca, a modo de capa. El mensaje de texto bajo la foto era escueto: “Esto duele, amigo”.

He sido testigo del desarrollo de la vocación innata de “A” por la palabra y el periodismo. Cuando empezó su carrera, vivía en una casa de láminas de zinc en techo y paredes, y piso de tierra. No hablaba mucho, más bien lo hacía como para dentro. Tenía alma de poeta y una mirada melancólica que iba con el oficio. Pero también la firme convicción de estudiar y superarse para poder contar.

Guardo otra foto de “A”, mientras le arrojaban junto a otros colegas, un molote de periodistas, a la tina de una camioneta policial. Fue durante las protestas de abril. A pesar de estar presionado boca abajo, se le ve estirando el cuello, buscando con la mirada insaciable lo que pasaba afuera. Lo retuvieron en el Chipote, por el solo hecho de hacer su trabajo periodístico. Cuando le soltaron, después de varias humillaciones, un oficial le dijo a “A”: “Agradecé al comandante que te liberamos”.

No hacía mucho que había llegado a El Nuevo Diario. Y ese Nuevo Diario ya no era ni la sombra del que yo había conocido. Tras su reestructuración y compra se había convertido más en un boletín informativo de empresas. Tras los acontecimientos de abril de 2018, El Nuevo Diario pareció, a veces, recuperar el prestigio de cuando había sido el periódico del pueblo, el de las paradas de buses, el de las filas frente a las ventanillas, el de los puestos de los mercados.

Algunas personas y empresas del sector privado nicaragüense se han situado entre la espada de las amenazas y la pared de los pactos con el gobierno. Acudieron en su día con rapidez a los brazos de los Ortega-Murillo sin cuestionar la evidente construcción de una estructura antidemocrática, de la que fueron cómplices. Tratar de soltarse de ese abrazo no les ha sido tan fácil. Pero desde abril de 2018, ya no hay vuelta atrás.

Con LA PRENSA asfixiada en la Aduana, queda poco espacio para la información libre en Nicaragua. Y si aún circula, pese a estar asediada, es porque hasta a las dictaduras más férreas les convienen aparentar una falsa y mínima libertad de expresión.

Duele, amigo “A”. Duele ver la redacción vacía, la voz callada. Pero una cosa es el dolor, y otra distinta el miedo. Sabemos que desde abril de 2018, el cambio es demasiado profundo como para dejarnos asustar por el silencio.

El autor es periodista.
@jsanchomas

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