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El síndrome de Huasipungo

Es complicado lo de Ecuador. El presidente Lenín Moreno no la tiene fácil.

Hace casi 50 años —septiembre de 1970— entrevisté al doctor José María Velasco Ibarra en el Palacio de Carondelet, sede del gobierno en Quito. Le había pedido la entrevista cuando era presidente, pero me recibió siendo dictador. Velasco Ibarra fue electo presidente cinco veces. En dos trocó en dictador. Solo una vez completó su mandato institucional.

“Es gente muy sensible, hay que saberla manejar. Ha sido muy explotada, muy humillada”, me dijo de los indígenas ecuatorianos. Estos lo respaldaron muchas veces y otras lo repudiaron. Como ha venido ocurriendo.

Por esos días aún aparecían avisos de venta de haciendas —de miles y miles de hectáreas— con cientos y miles de Huasipungos, pequeños lotes de terreno que el indígena cultivaba, tenía su choza y vivía con su familia. Cada Huasipungo significaba peones gratis —jefe de familia y resto— para el propietario. Se aseguraba que este en casos tenía hasta derecho a la pernada (primera noche).

Para el indígena “su” Huasipungo era sagrado. Por él peleaba.

Unos diez años después apareció petróleo. Desde esa fecha, más o menos, está subsidiado el combustible.

Los indígenas, organizados en la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie), son muchos y fuertes y han tenido diferentes clases de “huasipungos” por los cuales pelear a lo largo del tiempo: fuera por la reforma agraria y las nacionalizaciones —petróleo, minería— o contra los bancos, los chinos y los EE. UU. y siempre contra el FMI.

Esta vez el lío es por la quita del subsidio a los combustibles que implicó un aumento del 123 por ciento del precio de la gasolina y el gas oil y por tímidos recortes a la burocracia estatal, las principales, entre otras, medidas propuestas por el FMI.

Son puntos fuertes en sí mismo y convocantes. La suba de los combustibles hoy golpea a todos, y a los de abajo aun peor (pensar solo lo que implica en el transporte colectivo y precios de fletes).

La burocracia, por su parte, defiende con uñas y dientes y con cualquier arma y artimaña sus privilegios. Siempre crecientes, en Ecuador y en cualquier parte del planeta.

El gobierno de Moreno, en su propósito de reducir el déficit, también ha tomado medidas contra los ricos. Combo completo. Muchos frentes a la vez, y, si bien la protesta no tiene un fin y origen propiamente político, se suma la prédica de la oposición correísta.

Rafael Correa fue una rara avis que logró completar dos mandatos. En su momento disolvió el parlamento, luego inventó un golpe de Estado, reprimió, recortó libertades, en particular la de expresión, mucho populismo, cadenas continuas e insultos a granel a sus opositores, más reparto de plata dulce en un momento único de vientos favorables. Le salió bien, pero fundió al Ecuador.

Se retiró a Bélgica, su segunda nacionalidad y allí permanece, ahora exiliado por estar requerido por corrupción. Él se da el lujo de ironizar sobre la situación de su país desde las salas de la Unión Europea. Moreno lo acusa de ser uno de los inspiradores de esta protesta en sociedad con Maduro.

La cuestión es que Moreno, heredero de Correa, puesto por este, atacó con éxito el problema de la corrupción de su antecesor. El tema económico le resulta más difícil. La herencia es terrible. Las soluciones no son fáciles ni populares y las urgencias de la gente menos favorecida no son pocas. No puede ni está dispuesta a ceder y esperar mucho.

Se informa que —mientras arden las calles, más en la sierra (Quito) que en la costa (Guayaquil)— se ha iniciado un diálogo. No se trata de un diálogo tipo Maduro u Ortega. No es ese el camino elegido. Y eso ya es doblemente bueno.

El autor es periodista uruguayo. Fue presidente de la SIP.

Opinión Ecuador Lenín Moreno protestas Rafael Correa archivo
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