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Agradecido

Recuerdo que de niño mis padres me enseñaron a pedir las cosas “por favor ” y a que me acostumbrara a dar las gracias cuando alguien me diera algo o me ayudara… de ahí la frase: “Es de bien nacidos, ser agradecidos…”. Y es que, tal y como nos recuerdan las lecturas de hoy, el agradecimiento es una de las actitudes humanas y evangélicas básicas en la vida. Ser agradecidos implica reconocer que lo recibido en bien propio no es un derecho, sino un don, un regalo… y los dones, los regalos, siempre se agradecen…

Vivimos en una sociedad burocratizada en la que dar gracias se ha convertido en un trámite, en un simple ticket de la compra se nos dice “gracias por su visita”. Es un “gracias” dicho desde el interés y el egoísmo… Los hombres nos creemos que tenemos derecho a todo; pero se nos está olvidando ya nuestra obligación a dar las gracias. Dar gracias ya no se estila, porque tampoco se estila reconocer el bien que nos hacen los demás. ¡Cuántas veces escucho a la gente decir!: “Es que ni las gracias me dio”. No es que tengamos que hacer el bien a los demás para que nos lo agradezcan; pero dar las gracias es la señal más elemental de educación.

Decía mi abuelo que “el que da, no debe volver a acordarse; pero el que recibe nunca debe olvidar”. Estamos perdiendo uno de los valores más sencillos y humanos, como es el valor del agradecimiento. Nos creemos con derecho a todo; por eso somos incapaces de decir: “¡Gracias!” Estamos siempre dispuestos a recibir; pero poco a agradecer. Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo. Cuando alguien nos hace un favor, siempre creemos que esa es la obligación del otro. Por eso, la soberbia y el egoísmo que nos envuelve, nos hace reaccionar diciendo: “Gracias a Dios que no tengo que agradecerle nada a nadie”.

Jesús se lamenta de que solo uno de los leprosos, y este samaritano, al sentirse curado dejó de ir a cumplir las leyes religiosas y se volvió a dar gracias (Lc. 17, 11-16). Los otros nueve se contentaron con cumplir las leyes, pero se olvidaron de lo más elemental y humano: dar gracias. ¿Qué clase de fe es la que tenían esos nueve judíos leprosos curados que hasta son incapaces de hacer suyos los valores humanos más elementales, como es el valor de ser agradecidos?

Por eso Jesús se lamenta de que precisamente los que se llamaban creyentes fueran los más inhumanos, incapaces de dar gracias (Lc. 17, 17-18). “No hay deber más necesario que el de dar las gracias”. Y es que el ser agradecidos supone una gran nobleza de espíritu y nos humaniza. La gratitud es la memoria del corazón.

Con el relato el cristiano, el verdadero creyente, seguidor de Jesús, no es el que pide gracias o recibe gracias, sino fundamentalmente quien da gracias… Cuando uno va al Señor con fe y con confianza, uno no puede más que agradecer y decirle: “Gracias Señor, me pongo en tus manos”.

El autor es sacerdote católico.

Opinión
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