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Las costumbres y prácticas funerarias de un país son un reflejo de su cultura. De cómo una sociedad trata a sus muertos, se puede deducir cómo trata a los vivos. Ante la muerte, más vale el respeto que las directivas.

A la hora de la muerte la dignidad es la palabra mágica

"Hemos de morir cantando, porque llorando nacimos”. ¿Quién se opone así a la resurrección? A la hora de la muerte, la dignidad es la palabra mágica, no los protocolos

“La cultura de un pueblo se mide por la forma como entierra a sus muertos”, decían ya los antiguos griegos.

“Si bien los ritos y costumbres en torno al difunto y la muerte son tan diversos como las etnias, las religiones y los pueblos, todos tienen un principio común: el respeto a la dignidad del ser humano, también, o especialmente, después de su muerte”, dice a DW el teólogo y tanatólogo Brian Müschenborn, de la Funeraria “TrauerHaus Müschenborn”, en Colonia y Dormagen.

El Día de Todos los Santos o de los Difuntos, celebrado en el mundo católico el 1°de noviembre, es en América Latina tan colorido como gris, dependiendo del país.

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Mientras en Alemania la visita a la tumba de los seres queridos es una marcha silenciosa, en México el  ha tomado características de carnaval, como lo dice en Twitter el exalcalde de Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, dando cifras de los mil voluntarios que ya se necesitan y agradeciendo la multitudinaria celebración que empieza una semana anterior a la fecha, con coloridos desfiles, música, vítores, disfraces, bailarines, carros alegóricos, marionetas gigantes y figuras típicas como las calaveras adornadas.

No en vano, la celebración del Día de Muertos en México fue declarada por la Unesco patrimonio inmaterial de la humanidad.

La iglesia católica siempre ha tenido que aceptar muchas costumbres prehispánicas en torno a los muertos y su sepultura o tolerar lo que no puede adoptar como propio, si quiere conservar su presencia en ciertas comunidades.

Ese es el caso de la sepultura de momias de algunos pueblos prehispánicos en Colombia y Perú que no se ceñía a los cementerios católicos, por ejemplo. Lo importante para la Iglesia católica ha sido que el cuerpo sea “enterrado” completo.

¿Hay que estar “completo” para poder resucitar?

La cremación empero, se ha convertido en un reto para la creencia de que quien muere puede resucitar, como lo habría hecho Jesús tres días tras su cruxificción.

Según “Ad resurgendum cum Cristo”, la reciente directiva del Santo Oficio, si bien la cremación no está prohibida – aunque por siglos fuera considerada impía – y, pesar de la bendición del miércoles de ceniza, acompañada con un “Polvo eres y en polvo de convertirás”, la Iglesia prefiere que se dé sepultura al cuerpo entero, pues así se expresa un mayor respeto por el difunto.

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El Vaticano prohíbe esparcir las cenizas en ríos, mares o bosques, así como guardarlas en casa o enterrarlas en otro lugar que no sea un cementerio o una capilla.

En Alemania, con la reciente excepción de Bremen. “existe la llamada ‘Friedhofszwang’, la obligación de enterrar a los muertos o sus cenizas, así sea en los bosques camposantos, cada vez más populares en Alemania”, precisa a DW Müschenborn, quien recuerda que, “por ley, las cenizas de un difunto nunca se le entregan a sus familiares”.

Una disposición alemana justificada con “el derecho de los muertos a su propia paz”.

Fuego en vez de tierra

En América Latina, en cambio, la cremación y la destinación particular de las cenizas es ya en algunos países una decisión de las mayorías.

Según la revista colombiana Portafolio, que estudió el sector funerario, “el 75% de los colombianos quiere ser cremado, una cifra que sube al 90% en menores de 30 años”.

Una decisión que tiene más razones económicas que de oposición religiosa: en Colombia el costo mínimo de un sepelio es de 544 dólares, sin lote para sepultura o bóveda.

En México, en donde según consorcios funerarios, dos de cada diez servicios optan por la incineración, los costos básicos son de unos 270 dólares. No en vano llega el éxito de la firma Biocofres, que fabrica módicos y biodegradables ataúdes de cartón en España, Colombia, Argentina, y ahora en Venezuela.

“Cada persona es única en su forma de ser, de reír y de llorar. Así como en su muerte. Su rastro por la vida es inconfundible y así debemos honrarla tras su muerte”, dice el teólogo y tanatólogo Brian Müschenborn, quien se refiere al encargo de cumplir con los deseos de los difuntos de cómo y dónde quieren su último adiós.

Tocar la música preferida del difunto ya no es visto en Alemania como algo irrespetuoso.

Hacer música en un entierro, e incluso en el lecho del moribundo, nos lo enseñan algunas comunidades negras en Colombia que viven y mueren según el lema:

“Hemos de morir cantando, porque llorando nacimos”. ¿Quién se opone así a la resurrección? A la hora de la muerte, la dignidad es la palabra mágica, no los protocolos.

(el)

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