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Militza Matute, Venezuela, Nicaragua, violación sexual, ELAM

Así es el estado en el que quedó Militza Matute (izquierda) cuando llegó a Nicaragua en 2011. Ahora, la joven) (derecha) se recupera de la situación que vivió. LA PRENSA/Reproducción web

¿Qué ha pasado con Militza Matute, la nicaragüense que fue violada en una universidad de Venezuela en 2011?

Militza Matute viajó en 2010 a Venezuela con una beca para estudiar Medicina. Un año después su madre la recibió en una silla de ruedas, sin poder moverse y hablar. “Lo que mi hija y yo hemos vivido nunca nos lo van a pagar”, dice

Desde hace nueve años, la blufileña Militza Matute Martínez intenta recuperar la vida que perdió en un viaje a Venezuela, que equivocadamente pensó, la dejaría alcanzar su sueño: ser pediatra. Una violación sexual y un estado de salud crítico, y aún incomprensible, la obligaron a que aprendiera a bañarse, vestir y comer. Su logro más reciente ocurrió hace cinco meses: volvió a dormir sola.

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“Eso es para celebrarlo porque ella no dormía sola, a pesar de que tiene esos miedos en las noches”, cuenta su mamá Ana María Martínez. Los temores de los que habla aparecieron en el 2011 cuando Militza fue violada en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) Salvador Allende, en Caracas, Venezuela, donde era becaria del gobierno de Nicaragua para la carrera de Medicina.

El hombre que la violó fue identificado como Luis González, un monitor del recinto universitario que era profesor suyo. Militza le confirmó a su madre la identidad del agresor a través de una fotografía. Ella no recuerda qué pasó después de la violación. Su madre la recibió en el Aeropuerto Internacional de Managua el 22 de mayo de ese año con un diagnóstico de depresión y un estado de salud que las autoridades educativas no lograron explicar. Militza llegó en una silla de ruedas y ni siquiera reconocía a su madre.

Militza Matute toma clases de natación en la casa de un tío en Bluefields, ya que perdió la habilidad. LA PRENSA/Cortesía

El pasado 30 de septiembre, Militza celebró su cumpleaños. “Contra todo pronóstico médico cumplió 29 años”, dice su mamá. En los últimos nueve años aprendió a caminar, hablar, comer, bañarse, vestirse, arreglar su cama, limpiar su casa y hasta tomar decisiones. Su avance, cuenta su madre, le ha permitido además adaptarse nuevamente a su familia y a su entorno.

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Tiene un trabajo en la Escuela Cristiana Verde desde hace más de cuatro años, donde, de lunes a viernes, intenta recuperar la movilidad, interacción e independencia. Ahí toca el timbre y reparte circulares a los docentes en el centro de estudios. Son pequeñas acciones, pequeñas responsabilidades que la hacen sentir “importante” y “útil”, dice su mamá, quien dice que el trabajo, en realidad, es una terapia ocupacional.

“Militza se levanta a las 5:30 de la mañana. Ella solita se levanta, se baña, se alista, hace su desayuno, ya cuando ella está lista, llega a mi cuarto me golpea la puerta y me dice: mamá ya estoy lista”, cuenta Martínez. El trabajo de Militza está a unas 20 cuadras de su casa por lo que tiene que abordar un taxi. “Siempre veo todo, si ella llega a su trabajo y me llama”, agrega Martínez.

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Por las tardes, Militza le ayuda a su mamá con un negocio de comida. “Si hay que ir a hacer compras, ella va. (Además) se queda aquí en el negocio, me ayuda a cuidar, despacha lo poco que pueda despachar, sino ella me llama”, dice Martínez.

La joven de 29 años tiene un trabajo ocupacional en la ciudad caribeña. LA PRENSA/Cortesía

Por las tardes, además, toma una siesta. Mira una o dos horas de televisión, practica caligrafía, aprende técnicas de costura que le enseña su abuela materna, cuida en ocasiones de sus sobrinos y también lee, la única actividad que nunca olvidó dice su madre. “Tiene una vida casi normal, los domingos va a la iglesia, los sábados se reúne con los jóvenes de la iglesia. Hay un ministerio de jóvenes aquí (en Bluefields) que forma misioneros, entonces los sábados pasa casi todo el día con ellos”, relata.

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Su avance también se observa en las decisiones que toma: la ropa que usa, el color de uñas que quiere y el momento para cortarse el cabello. “Ya Militza tiene dos años que ella ha ido comenzando a decir esto sí, esto no, pero este último año está tratando de combinar su ropa sola, se pone lo que ella quiere. No se pone como antes lo que yo le ponìa la ropa en la cama. Ella agarra un pantalón un blusa y solamente me pregunta si se ve bien”, comenta.

Escribir y doblar ropa, las tareas más difíciles

Ante los ojos de Martínez, de 45 años, su hija “se ha independizado mucho, pero ha sido un proceso lento porque no tiene la atención de terapia que ella necesitaría tener”. Además, asegura, se convirtió en una mujer triste, solitaria y apagada. “Ella es bastante apartada, pasa solo en la casa y a veces visita un centro de cultura que es privado”. Tiene un celular y hace uso de las redes sociales, pero con el control de Martínez. “Siempre estoy chequeándole, no me gusta que nadie extraño me le chatee. Estoy siempre controlándola porque nunca sabe uno, yo procuro que no chatee con muchas personas mas que con los grupos conocidos”, dice.

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Militza recuperó la movilidad en 2013 con ayuda de un médico de origen blufileño y radicado en California, Estados Unidos, ya que el gobierno de Daniel Ortega, asegura Martínez, le negó la atención médica a su hija. “Militza tendrá de no recibir atención médica en febrero de 2020, seis años. De ningún tipo, cosa que no puede ser porque Militza el problema que tuvo fue grave. Todo lo que ella ha avanzado, todo ha logrado, primero ha sido porque Dios la ama, para mí, mi hija es un milagro y segundo porque ahí estamos”, asegura.

En el expediente que recibió la mamá de Militza Matute se incluían certificados de participación en cursos de la joven durante los meses que estuvo en la ELAM.

A pesar del avance que ha tenido, la joven aún enfrenta retos: escribir, doblar ropa y cocer son tareas complicadas. “Pasa quince minutos, tal vez, diez minutos doblando una blusa, pero me han explicado que ella necesita terapia”, dice Martínez. En ocasiones habla muy rápido. Su madre cree que se debe a “lo que le pasó a ella” porque “está llorando dormida, a veces grita dormida, no se despierta, (pero) aún estando inconsciente ella se levanta a asegurar la puerta del cuarto, cuando ella tiene noches así, a Militza le cuesta que le entendamos porque habla muy rápido”.

El viaje al horror

Militza, según su madre, siempre soñó con estudiar medicina y ser pediatra, pero no contaban con los recursos económicos, pues Martínez es madre soltera. Tras enterarse del programa de becas en Bluefields que lideraba el Instituto de la Juventud (Injuve), Militza gestionó la suya y resultó beneficiada. “Ayúdame mami, cuando yo tenga mi título, ese título es tuyo. Yo te voy a ayudar para que no trabajés tanto. Al inicio yo no quería, pero ya Militza tenía 18 años, yo como madre lo único que podía era apoyarla, uno nunca no se imagina que van a pasar esas cosas así”, cuenta.

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Emprendió su viaje y llegó a Venezuela el 15 de mayo de 2010. Permaneció un año y siete días en la ELAM. Aprobó el año premédico, tuvo su promoción y le envió a su mamá las fotografías del evento con la ilusión de comenzar el siguiente nivel en su carrera. “Siempre decían que las becas eran otorgadas por el gobierno, que el gobierno cuidaría de ellas (las estudiantes) aunque ellos no estaban en aquel país. Que era un convenio de país a país. Yo lo miré bien porque es algo normal”, dice Martínez.

Hace un tiempo Militza le confesó a su madre que siempre fue víctima de acoso y burlas en la universidad venezolana. “Me dijo que una vez se estaban burlando porque ella ya engordó, un monitor le gritaba que era gorda, era una chancha de gorda y no sé porque ella se orinó en el pantalón. Ella sentía una gran vergüenza”, cuenta.

Esta es una fotografía que conserva Ana Martínez de una protesta demandando justicia para su hija. En ella aparece Luis González a quien señala de violar a Matute. LA PRENSA/Cortesía

Sobre la violación, Militza se reserva algunas cosas, asegura su madre. “Cuando le toco el tema me dice: ´ay mami, no quiero hablar de eso´”. De lo poco que han conversado, Militza le dijo que la violación ocurrió un fin de semana. “A ellos los llevaban a museos o a concentraciones políticas o a cosas a favor de Hugo Chávez, dice que ese fin de semana ella no quiso ir porque no le gustaban esas cosas, ella se quedó arreglando su habitación y su locker. Dice que ella se fue a bañar, que cuando ella estaba que se iba a vestir, entró ese monitor”. El hombre, Luis González, habría golpeado además a Militza en la espalda, genitales y cabeza. “Después de ese día ella no recuerda nada, no recuerda cómo llegó a Nicaragua. Su cerebro lo bloqueó”. “Yo no tengo duda”, dice Martínez, quien trata de entender porqué su hija responsabiliza a la directora de la ELAM, doctora Sandra Moreno, y a una mujer identificada como mama Raquel de ser cómplices del hombre. “ellas tienen que pagar, mama ellas son malas”, le afirma.

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El regreso de Militza a Nicaragua ocurrió el 21 de mayo de 2011, sin embargo, ella se enteró dónde estaba hasta un año después. La directora de la ELAM, quien trajo a Militza al país, le entregó a Martínez un informe donde aseguraba que sufría depresión, pero la realidad era otra, la joven llegó con contracciones musculares y problemas neurálgicos que no la dejaban moverse, ni caminar. “Nunca me dijeron: Militza va con movimientos espasmódicos, Militza va que no reconoce, no sabe vestirse, no sabe comer”, reclama Martinez.

“En el informe dice que ella se tiró de un bus en marcha y traía una quemadura en la mano. Hay muchas cosas que no sé cómo encajan en todo esto. No sé qué fue lo que le hicieron a mi hija, que haya sido para que haya quedado como me la trajeron. Uno vive con aquello de: a dónde recurrir si le pasa algo a mi hija, a dónde recurro si algo nos pasa algo a nosotros, qué autoridad está en este país para protegernos, ninguna, porque desde que yo salí a denunciar el caso de mi hija, a mi me amenazaron de muerte porque me le negaron la salud”, cuenta Martínez.

La joven junto a su madre y un pastor evangélico de Pensilvania que le da una ayuda económica de por su trabajo en la Escuela Cristiana Verde. LA PRENSA/Cortesía

La madre de Militza se cuestiona porqué nadie ha querido hablar con ella y explicarle lo que realmente ocurrió, ni las autoridades de la ELAM y los compañeros de estudio de Militza. Se lamenta, además, la negativa del régimen de Daniel Ortega y de Nicolás Maduro para hacer justicia por su hija. “Venezuela es un túnel oscuro con algunos rayitos de luz con las pocas cosas que ella me cuenta, en el reporte dicen que la encontraron vagando por las calles de Caracas ”, dice Martínez, quien no entiende por qué una compañera de Militza, a quien no ha podido identificar, dice que a su hija la encontraron en un basurero gritando “Soy de la ELAM”. Tampoco logra entender porqué la directora de la ELAM tuvo a su hija durante 45 días en su casa. A “Militza, los compañeros de clase creían que estaba en Nicaragua y estaba en Venezuela; y yo creía que estaba en la escuela y estaba fuera, en manos de la directora después de que ocurre la violación”, dice Martínez, quien perdió comunicación con su hija durante un mes, hasta que supo de su regreso a Nicaragua.

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El caso de Militza no está cerrado, dice su madre, “estoy detenida un momentito, pero estoy esperando una puerta que se abra para tocar nuevamente y ahora los dos gobiernos tienen que buscar cómo hacer algo, porque lo que mi hija y yo hemos vivido nunca nos lo van a pagar”.

Desde 2011, Martínez acudió a instituciones del régimen en busca de ayuda para su hija y lo único que obtuvo fue que atendieran en el hospital Militar, donde la desahuciaron. La lucha de Martínez continúo en las organizaciones de derechos humanos y no gubernamentales para poder salvarle la vida a su hija. “Es una angustia horrible, esto, nosotros no tenemos dos años ni un año de estar con esta angustia, nosotros desde el 2012 tenemos cerradas las puertas del Ministerio de Salud a nivel nacional para mi hija. A mi hija, ni el privado me la quiere atender y ahora no recurro porque me da miedo”, sostiene Martínez.

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Militza tiene la esperanza de que “algún día quienes le hicieron daño, lleguen a caer presos presos y paguen por lo que le hicieron. Ella dice que no es justo que esté como está. Ella ha querido volver a estudiar y no ha podido, porque aún como que siente temor de estar en aula encerrada con muchos jóvenes. No le da seguridad a ella todavía, ella se siente segura si está conmigo”, dice Martínez.

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