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Devuelve lo robado

Romper los esquemas es uno de los matices que tiene Jesús… Siempre resulta que Jesús es distinto. Efectivamente: en la sinagoga de Nazaret Jesús había proclamado: “El Señor me ha ungido para dar la Buena Noticia a los pobres” (Lc .4, 18).

En el sermón de la montaña Jesús afirma: “Felices los pobres… y pobres los ricos” (Lc. 6, 20.24). Es más Jesús le dice a un rico: “¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los cielos!” (Lc. 18, 24). Sin embargo, al pasar por delante de Zaqueo, rico y corrupto, Él se autoinvita a entrar en su casa (Lc. 19, 5). En verdad, que Jesús es distinto. Nosotros no lo hubiéramos hecho. ¿Con quién está Jesús con los pobres o con los ricos y corruptos?

Pero Jesús es distinto y rompe nuestros esquemas: El rico se salva y también todos los de su casa: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc. 19, 9), dice Jesús. Quien recibe a Jesús, tiene un cambio de vida. Zaqueo ha recibido a Jesús y cambió, deja de ser corrupto, devuelve lo robado y empieza a compartir. Le dice a Jesús: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más” (Lc. 19, 8). No es, pues, cuestión de dar limosnas; es cuestión de cambiar la vida y los valores por los que se lucha y darse cuenta de que el otro es mi hermano y me necesita. No solo hay que dejar de ser corruptos, es necesario devolver lo robado, compartir y empezar a construir estructuras donde se haga posible que llegue el pan para todos.

Esta lección de Zaqueo se debía aprender en este mundo con tanta corrupción. Ante la corrupción no vale el silencio, ni la apatía. Callar ante la corrupción es colaborar con ella. El silencio es el mayor cómplice de la corrupción; quien lo oculta, al final de cuentas termina convirtiéndose en cómplice. Los corruptos no devuelven ni han devuelto lo robado. Esta es la voz del pueblo.

Hay una leyenda que cuenta que cierto día un sabio visitó el infierno. Allí vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. La mesa estaba llena de alimentos apetitosos; sin embargo los comensales tenían cara de hambrientos y demacrados, eran demasiado egoístas. Tenían que comer todos con palillos y ninguno hacía el esfuerzo por darle de comer al otro.

Impresionado el sabio, salió del infierno y se fue al cielo. Con gran asombro vio que allí había mesas llenas de espléndidos alimentos como en el infierno. Sin embargo todos los presentes lucían con semblante bien alimentado, contentos y alegres. Tenían que comer con palillos más grandes como los comensales del infierno. Solo que los comensales del cielo se preocupaban de darse de comer los unos a los otros.

Los corruptos no entienden el lenguaje de la honradez ni de la solidaridad; solo entienden de egolatría y ¡solo compartiendo, siendo solidario y honrado es como podemos llevar la salvación a nuestra casa y a nuestro país!

El autor es sacerdote católico.

Opinión Jesús archivo
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