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Emanuel Zerbos

Héctor Abad Faciolince: “Escribir del asesinato de mi padre fue sacarme de dentro algo muy importante, a veces como un tumor, a veces como un hijo”

"El olvido que seremos", es una historia de amor de Abad Faciolince por su padre, el médico y activista colombiano Héctor Abad Gómez, asesinado por paramilitares. Este libro se ha vuelto un hito en la literatura latinoamericana

“Lo encontramos en un charco de sangre. Lo besé y aún estaba caliente. Pero quieto, quieto. La rabia casi no me dejaba salir las lágrimas. La tristeza no me permitía sentir toda la rabia”.

Escribe Héctor Abad Faciolince de esa tarde de agosto de 1987, cuando vio a su padre muerto.

Abad (Medellín, 1958) encontró en el saco de su padre un poema que éste había copiado a mano. El inicio de ese poema sería dos décadas después el título de la más celebrada de sus obras “El olvido que seremos”.

Esta una historia de amor del escritor por su padre, el médico y activista colombiano Héctor Abad Gómez, que fue asesinado por los paramilitares. Este libro se ha vuelto un hito en la literatura latinoamericana y ha sido traducido a más de una decena de idiomas.

En esta entrevista, Héctor Abad -quien participa en el Hay Festival de Arequipa- habla a BBC Mundo, entre otras cosas, de su obra, de su padre, de ser colombiano y de la violencia.


¿Cómo fue el proceso de escribir un libro sobre su padre y su asesinato?

Pasaron casi 20 años entre el asesinato y la publicación. En ese tiempo yo pasé por estados psicológicos muy distintos.

En un primer estado intenté olvidar a esta tragedia. Me fui de Colombia, quise dejar de ser colombiano.

Ahí no me planteaba escribir nada, solamente cambiar de vida.

Después hubo un periodo en el que intenté contar esta historia con la herramienta de la ficción. A veces introducía a un personaje que de alguna manera se parecía a mi padre. Pero, siempre esos capítulos de novela eran como fracasos, nunca quedaba satisfecho.

Fue hasta que me di cuenta que tal vez la única manera de salir de este antiguo fantasma de mi vida era contar la historia sin ficción, tal como fue, en el espíritu y lección literaria de Primo Levi en su libro testimonial “Si esto es un hombre”.

Escribí “El olvido que seremos” y fue una especie de tranquilizador, de liberación. Fue como sacar algo de adentro que era muy importante. A veces como un tumor, a veces como un hijo, cualquiera de las dos cosas.

El médico y activista colombiano Héctor Abad Gómez fue asesinado por los paramilitares en 1987.

El médico y activista colombiano Héctor Abad Gómez fue asesinado por los paramilitares en 1987. Cortesía familia Abad Faciolince

Usted ha dicho que prefiere el perdón a la justicia, ¿cómo es eso?

El perdón lo concibo como algo que no tiene tanto que ver con el ofensor, sino como una especie de reconciliación con uno mismo. El perdón es una forma de liberación. Es decir, tú ya no me obsesiones, tú ya no formas parte de mi vida. Al perdonar te saco de mi vida.

Muchas veces el no perdonar ocasiona un rencor perpetuo.

Para mí es importante vivir liberado del resentimiento. Si a eso le llamamos perdón, yo no tengo problema.

Siempre he pensado que odiar es recordar a quien merece olvido. Por lo tanto trato de sacar el odio y reemplazarlo, más que por el perdón, por el benéfico olvido.

Es muy liberador cuando uno puede olvidar incluso las ofensas.

¿Se pueden olvidarla?

En el sentido de no tenerlas siempre presentes.

Por supuesto desde un punto de vista social e histórico la memoria es muy importante. Pero, desde el punto de vista personal la presencia permanente de la ofensa dentro de la mente es muy perniciosa.

Reconozco la importancia de la memoria social e histórica del país pero también el exceso de memoria, como lo ha demostrado muy bien David Rieff en su libro “Contra la memoria”, es pernicioso para una nación, para un Estado.

Uno no puede vivir ni como persona ni como institución social en una permanente recriminación hacia el pasado.

Yo vivo mucho más en el presente que en el pasado o en el futuro.

Este libro es el más reconocido del escritor.

“Me di cuenta que tal vez la única manera de salir de este antiguo fantasma de mi vida era contar la historia sin ficción, tal como fue”, dice el escritor de su obra más celebrada. Alfaguara

¿Cómo se intenta dejar de ser colombiano? ¿es posible?

Soy colombiano como soy mexicano, peruano, o indio. Es algo que no escogemos, es algo que esta dado al azar, pero una vez qué pasa ya es irremediable.

Si uno crece en un país, si uno aprende ese acento de ese país, uno es de allí .

Yo intente dejar de ser colombiano durante mucho tiempo.

Estudié muchos años en Italia. Me integré, aprendí perfectamente el italiano, pero nunca me pude sentir italiano. Entonces tuve que reconocer que era imposible y volví a Colombia después de ese intento fracasado.

No soy nacionalista. No siento ni vergüenza ni orgullo por el hecho de ser colombiano. Simplemente lo veo como algo que es así, que es para bien y para mal, irremediable y para siempre.

¿Como una forma de ver la vida?

Son unos paisajes, unos sabores, unos amigos, una manera de hablar.

Uno ¿por qué va a sentir vergüenza porque en Colombia, o en México, maten tanta gente? Somos responsables, pero no somos culpables por eso que pasa en nuestros países.

Nos duele mucho más el propio país, así como nos duele más lo de los propios familiares, pero sin culpa, sino también como algo también irremediable. Lo mas cercano nos duele más.

La violencia tocó hace poco a mi familia en México y me dolió muchísimo. Y después sentí que era un poco egoísta de que me doliera más que todos los crímenes que suceden a diario en el país…

Sentir eso, que te toque tan profundo, te hace comprender mejor los balazos que otros padecen.

A mí los balazos que más me duelen son los que le pegaron a mi padre. Pero ese dolor tan intenso me hace entender más el dolor de muchas otras personas que padecieron lo mismo.

Tú al compadecerte con tu familia, al padecer con ellos, aprendes también a padecer con todos los demás.

Lo cercano nos ayuda a crear esa imaginación literaria que es la de pensar en otros, seres que son casi ficticios, pero que como se parecen tanto nosotros, los entendemos y podemos entender que en una situación parecida nosotros sufriríamos igual.

Por eso queremos evitar a los demás el sufrimiento que nosotros hemos padecido.

Al reflexionar sobre el propio dolor se llega a reflexionar sobre el dolor ajeno. El desarrollo de la empatía es también una de las buenas cosas que propicia la lectura de novelas y de buenos libros.

La hija del escritor hizo un documental sobre la historia.

Cortesía familia Abad Faciolince.

¿Cómo se lleva tener una sensibilidad tan grande viviendo en un país y en un mundo tan violento?

Se vive con momentos de sentir mucho, pero también hay momentos que hay que refugiarse en el castillo interior, donde uno puede sobreponerse a lo horrible que hay afuera.

Ahí uno puede dedicarse a hacer lo que a uno le gusta. En mi caso, a escribir, construir historias, pensar situaciones, como convertir el dolor propio y el dolor circundante en un proyecto artístico.

A uno lo deja satisfecho estar reflejando la realidad y a los lectores a veces también les produce un sentimiento como de que reconocen ahí algo que sucede, algo auténtico, y algo que puede hace comprender y sentir más la realidad.

Usted atribuyó a Jorge Luis Borges el poema encontrado en el saco de su papá que da nombre a su libro, pero después hubo todo un debate al respecto. ¿Es o no de Borges?

Cuando escribí el libro y le puse el título no estaba interesado en la autoridad de ese soneto. Pero, cuando el libro se publicó, muchos salieron a decir que no era de Borges, que yo me estaba inventando la historia por motivos comerciales, de marketing.

Yo sabía que era verdad que mi papá llevaba un poema en el bolsillo. Y le habíamos puesto ese soneto también en su lápida.

Pero, efectivamente no estaba en las obras completas (de Borges) y un poeta colombiano dijo que él era el autor.

Yo dedique mucho tiempo a investigar. En “El olvido que seremos”, yo había intentado entender quiénes podrían ser los asesinos de mi padre. En otro libro que publiqué después, “Traiciones de la memoria”, el primer capítulo es “Un poema en el bolsillo”. En ese texto que es entre cuento, ensayo y biografía, hablo de mi investigación sobre dónde podría haber copiado mi padre ese soneto y por qué tenía esas iniciales.

Fue una aventura muy larga y de muchos viajes.

Encontré, creo yo, todas las pistas que nos llevan a aclarar el origen y el autor del soneto. Pero, como las en las novelas de detectives, uno no debe revelar quien es el asesino desde el principio, así yo no debo revelar quien es el autor del poema.

Si alguien quiere entender realmente de quien es, creo que debería leerlo.

De su libro me impactó la idea de que las personas tenemos varias facetas, como un cubo, donde hay una cara no se ve. Y que usted descubrió la más íntima de su padre tras de que el murió, viendo los papeles en su escritorio.

Cuando alguien se nos muere hay cosas que permanecen y hay mensajes que siguen llegando.

Uno tiene que abrir los cajones, mirar las cuentas, ver las cartas íntimas y los papeles del que se fue.

Abrir los cajones de la intimidad de otra persona que respetaba y no se atrevía a abrir.

Ahí pueden encontrarse sorpresas de todo tipo, buenas, malas, cosas que sospechabas, cosas que no te imaginabas.

Miramos esta cara oculta del cubo de mi padre. Para mis hermanas o para mi podrían ser un poco sorpresivas, pero nunca hubo nada que desmintiera la esencia fundamental de él, una esencia de bondad.

Tenía una vida pública y privada plena, llena y que nunca llevaba al malestar o a la maldad, sino que le daba mucha alegría a mas personas de las que nosotros pensábamos.

Héctor Abad Faciolince

Ruven Afanador

Todo el libro habla del amor a tu padre, no hay nada que te molestara de él, ¿tal vez que se haya entregado tanto a una causa, incluso como un mártir?

Mi padre se dedicaba a algo arriesgado, como la defensa de los derechos humanos. Sabía que podría exponer a su familia, a la gente más quiere, a un dolor inmenso y yo creo que sabía al final de su vida a lo que se estaba arriesgando.

Para mí juzgarlo es muy difícil.

Él tenia el gran desengaño de la muerte de una de sus hijas por cáncer que lo había hecho sentir como fracasado como médico.

Juzgar la vida de otra persona que deja de sentir miedo y dedica el final de su existencia a una causa justa por peligrosa que sea, indudablemente produce un gran dolor en la familia, pero juzgarlo como algo negativo, egoísta, como alguno a veces podría tender a pensar, creo que no es justo.

Todos tratamos de vivir nuestras vidas lo mejor que podemos.

¿Sabía que lo iban a matar?

Sabía que era un riesgo y a veces decía, era horrible pero a veces decía, que también podía ser una muerte bonita, que hay muertes bonitas, que hay muertes que honran.

Como decía decía Petrarca: “Un bel morir tutta una vita onora” (un morir bello honra toda una vida).

Es bonito morir por una causa justa, pero también es muy duro.

Y juzgar a los héroes es muy difícil. Son siempre figuras un poco ambiguas: ofrecer la vida por cualquier cosa es siempre demasiado. Para nosotros lo mas claro es que solo podría ofrecer la vida por sus propios hijos.

Ofrecer la vida por los derechos humanos de los demás, de todos los que no son hijos -que puede incluir a los hijos- es mas generoso, pero también es mas misterioso y mas difícil de entender.

¿Cómo ha cambiado Medellín desde su muerte?

Para mí Medellín forma parte de esas cosas irremediables.

Es bien parecida a estar condenada a ser el infierno aquí en la tierra.

Hubo unos muy buenos alcaldes, como Sergio Fajardo y Alonso Salazar, que la lograron sacar del infierno.

No la convirtieron en un paraíso, pero la sacaron del infierno. Y así seguimos en una especie de purgatorio, tratando de arrebatarle más y más espacio a la violencia, a la pobreza, a los malos aires, a las malas aguas.

Es una lucha muy larga y nunca vamos a tener en la ciudad paradisíaca, pero vale mucho la pena trabajar todo el tiempo con arrancarle territorios al infierno y al purgatorio y dárselos a la divinidad.

Hay mucha gente aquí que lucha por ello y hay espacios muy bonitos rescatados.

Tal vez el más simbólico es el antiguo basurero de Moravia. Ahora la gente al menos ya no vive entre los zopilotes y la comida podrida, ya vive dignamente.

Las imágenes del infierno dantesco han podido ser reemplazados en ese sitio, pero no en todos los sitios. Sigue habiendo lugares muy duros donde todavía no llega el agua limpia o las oportunidades.

Así que la lucha sigue, pero sí se ha visto en los últimos años un progreso en la ciudad y eso nos da esperanza.

Héctor Abad con su hija

La hija de Héctor Abad, Daniela, ha hecho documentales sobre sus dos abuelos. Getty Images

¿Y cómo ve usted, como afectado por la violencia, el anuncio de agosto pasado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que retoman la lucha armada?

Cuantos más territorios se le arrebaten a la violencia y la guerra yo estoy dispuesto a apoyarlos.

Yo apoyé la desmovilización y la paz de los paramilitares cuando la planteó Uribe a pesar de que hubo grandes dosis de impunidad y a pesar de que ellos eran los asesinos de mi padre.

También apoyé todo lo que pude el proceso de paz de Santos con la guerrilla y creo que en ambos casos eso le arrebató territorios a la violencia.

Los índices de homicidios en Colombia ha mejorado gracias a esos acuerdos con los paramilitares y con la guerrilla. Sigue siendo muy compleja, como en México, las partes más ligadas al narcotráfico que a veces también se camuflan de guerrilleros o de paramilitares.

Ojalá lográramos en estos países de América Latina más afectados por el narco llegar a alguna solución más sensata. No podemos ver siempre a América Latina como esta región horrible que produce drogas y las lleva a los países “buenos” del primer mundo a ensuciarlos.

Aquí se produce algo que allá consumen y ellos nos están cambiando las drogas por armas que son más mortíferas que la cocaína o la marihuana.

No podemos vernos como exportadores de muerte a los países “buenos”.

Ellos también tendrían que reconocer que sus armas son tan malas como lo que nosotros hacemos. Las armas son legales y son lo más mortífero que existe.

¿Qué se podría hacer?

Sería el momento de que entendiéramos que más vale legalizar lo que se quieran meter en las narices las personas.

Es muy lamentable y el reconocimiento de un fracaso. Pero, nosotros no podemos pasarnos la vida persiguiendo a narcotraficantes que están cambiando cocaína por armas y están llenándonos aquí de muertos y de violencia para satisfacer los gustos de europeos y norteamericanos sedientos de cambiar su percepción de la vida.

Deberían educarlos para que no se droguen, pero no culpar a los países latinoamericanos como los autores de la gran maldad.

Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa 2019, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 7 y el 10 de noviembre.


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