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Gobernar con ignominia o con gloria

Se conocen una serie de manuales de instrucciones basados en un subgénero literario medieval denominado Espejo (Speculum principium), que fueron dirigidos a la educación de príncipes, con contenido político y enseñanzas históricas. Eran técnicas políticas cultivadas en la antigüedad que se valieron de muchas formas: proverbios, cuentos folclóricos, fábulas, refranes, hazañas legendarias y anécdotas.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527), considerado el padre de la ciencia política moderna, fue filósofo, escritor, político y sobre todo un gran diplomático. Criticó a la Italia de su época que estaba dividida y deseaba que volviese a tener su grandeza perdida. El modelo que utilizó fue el de la República Romana, llevándolo a escribir los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y El príncipe, serie de tratados de doctrinas políticas, guías estratégicas de cómo ejercer el poder.

Su filosofía descansaba en la Razón de Estado donde aclara “que la patria se debe defender con ignominia o con gloria”.

Por lo anterior, a Maquiavelo (aunque nunca él lo dijera) se le atribuye la expresión cognitivamente negativa de que “el fin justifica los medios”. Es decir, aceptar un mal menor si con ello se evita un mal mayor. El objetivo final es lo importante. Para lograrlo no importa usar cualquier recurso sea este bueno o malo. Dicha expresión invita a que se utilicen medidas tiránicas.

En la obra El príncipe, el filósofo aconseja disponer de las habilidades de la fuerza del león y la de la astucia de la zorra, con el fin de salvar a su patria de injerencias extranjeras y del caos en que se encontraba.

Hace énfasis en la importancia de saber elegir a sus súbditos, diciéndonos que para lograrlo primeramente hay que conocer como estos piensan. Si no piensan más que en su propio provecho, estamos en presencia de alguien al que nunca se le podría confiar.

En Nicaragua, los consejeros orteguistas fueron elegidos a dedo. Se les asignaron salarios exuberantes (sueldos que reciben a costillas de los nicaragüenses), con la finalidad de tenerlos contentos.

No se sabe a ciencia cierta el trabajo que desempeñan, más que el de mentir, mal aconsejar, acallar, y sobre todo adular. Por consiguiente, ellos solo piensan en su bienestar, olvidando su deber patriótico.

Según Maquiavelo, hay tres clases de cerebros: el primero discierne por sí; el segundo entiende lo que los otros disciernen, y el tercero no discierne ni entiende lo que los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno, y el tercero inútil.

Un príncipe debe de ser sabio, sensato e inteligente para elegir a sus súbditos, pues “un príncipe que no es sabio no puede ser bien aconsejado y por ende no puede gobernar”.

Si el señor Ortega hubiese discernido con inteligencia y sabiduría, asumiendo que tuviese el primer cerebro de la lista, debería de haber sido cuidadoso al escoger a sus asesores políticos. No vale la pena pagar estos salarios con el sudor de los nicaragüenses, para que lo adulen y mal aconsejen.

El maquiavelismo es un término utilizado para condenar prácticas malévolas e inmorales. Sin embargo, la obra El príncipe constituye un gran aporte a la concepción moderna de la política, siendo todavía ampliamente consultada.

Tristemente, Ortega tratando de ser maquiavélico y siguiendo los malos consejos erró al utilizar la fuerza y astucia de la bestia (contra su propio pueblo) y a mal interpretar, los consejos dados por el creador de esta obra renacentista de gran valor, sentido común y pensamiento pragmático.

La autora es máster en Literatura Española.

Opinión ignominia Nicolás Maquiavelo archivo
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