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La dictadura contra Dios

La dictadura de Daniel Ortega ha arremetido violentamente contra la Iglesia católica de Nicaragua, como represalia porque ha brindado asilo a personas que piden justicia, en particular las madres de presos políticos que se refugiaron en algunos templos para realizar huelgas de hambre en demanda de la libertad de sus hijos.

La dictadura acusa a las autoridades de la Iglesia católica de prestar los templos para actividades políticas. Inclusive ha llegado al extremo de acusarlas de golpistas, porque abogaron por una solución pacífica y constitucional de la crisis sociopolítica del país, mediante el adelanto de las elecciones pero que sean libres, transparentes y observadas.

La verdad es que la Iglesia católica no tiene ningún interés político, en el sentido partidista y de lucha por el poder. Como dicen y repiten los obispos, su intervención en la política es pastoral, evangélica y moral, en búsqueda de la paz fundada en la justicia, la libertad y el bien común.

El refugio que la Iglesia católica brinda en sus templos a quienes claman justicia, por lo cual la Catedral de Managua ha sido profanada por turbas orteguistas, es una institución que data desde los primeros tiempos del cristianismo. Pero el carácter sagrado y la inviolabilidad de los templos siempre han sido respetados por los poderes políticos, con excepción de regímenes impíos y ultracriminales como el nazi en Alemania y el comunista estalinista en Rusia.

También en Nicaragua los templos, personas y símbolos religiosos han sido profanados por el poder político, primero por la dictadura sandinista de los años ochenta y ahora por la tiranía orteguista que falazmente se dice cristiana y solidaria.

La profanación de los templos y el ultraje a obispos, presbíteros y hermanas religiosas es un ataque directo contra Dios. Esto lo sabe cualquier cristiano que conoce los Evangelios, porque está escrito en la Carta de Pablo a los Efesios que “la Iglesia es el cuerpo de Cristo, donde Él es la cabeza…” De manera que las profanaciones de la Catedral de Managua y otros templos de la Iglesia católica de Nicaragua, son inaceptables y condenables en primer lugar desde la perspectiva religiosa.

Con la serenidad y grandeza espiritual que caracteriza a los obispos, la Conferencia Episcopal de Nicaragua se pronunció ayer sobre la profanación de la Catedral de Managua, el ultraje a los religiosos y el asedio a otros templos católicos del país. En su comunicado los obispos invocan el Evangelio de Lucas, en el cual se les advierte que “les echarán mano y perseguirán… les entregarán a las autoridades de las sinagogas y los encarcelarán…” Sin embargo los pastores católicos exhortan “a los responsables de estos asedios para que depongan su postura. Es demasiado —dicen— el dolor que han sufrido los nicaragüenses”. Y llaman a todo el pueblo a unirse en oración y ponerse bajo el amparo de María, la Madre de Dios, a quien piden “su intercesión para ser Iglesia testigo, fiel al Mensaje del Evangelio”.

Es que los obispos, y con ellos todos los católicos de Nicaragua, están convencidos de que contra esta fe no podrán prevalecer las fuerzas infernales de la dictadura.

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