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asesino, Laureano Ortega, Nicaragua

La risa prohibida

Hay que ser un viejo poeta para encontrar las palabras que quiero. Y además, como dice una amiga, en Nicaragua también se han secuestrado las palabras. Ya no se entienden. Salen sucias.

Sobrepasa la capacidad de estas palabras limitadas. No es que tema que sean inexactas las que uso. Es que no existen en mi registro. Como tampoco me salen para dar un pésame. Pero cómo darle un pésame a Nicaragua si no es abrazándola.

Nunca encontré la forma de acompañar con palabras la pérdida de un ser querido. Ni he oído a nadie decirlo de una manera apropiada. Por eso la gente se mira, se abraza, se acaricia. Porque la pérdida de algo o alguien muy querido es común a cualquier experiencia de vida. Solo una vez leí una carta que me pareció el mejor pésame que había leído en mi vida. La escribió Walt Whitman, ese poeta norteamericano que durante un tiempo visitó a muchachos heridos de la guerra civil americana. Los consolaba con su compañía. Y estuvo junto a la cama de uno de aquellos muchachos mientras se moría. El viejo Whitman escribió una carta admirable a la mamá del muchacho. Unas palabras sobrias, verdaderas, pero tan cuidadas y con tanto tacto que parecían una última caricia.

En resumen, le dijo que su hijo había muerto en paz y con valentía. Y había contado con la mano de un amigo. Supongo que para una madre, saber que su hijo no había muerto en soledad, le serviría de un pequeño consuelo en medio del dolor.

Hay que ser un viejo poeta para encontrar las palabras que quiero. Y además, como dice una amiga, en Nicaragua también se han secuestrado las palabras. Ya no se entienden. Salen sucias.

Escuchar a varios miembros de la familia presidencial recetando balazos. Contemplar el bochornoso espectáculo del irrespeto en las iglesias. El absurdo bloqueo a quienes se manifiestan pacíficamente. Ver camisetas y paredes que amenazan con “plomo”. Y volver a encarcelar a los jóvenes condenados por no cansarse de ser jóvenes.

Y todo se hace con una parafernalia de palabras que ya no tienen sentido. Esta forma de acorralar las palabras, de maltratarlas y rasgar la piel y las vidas de tantas familias. Esta insidia de golpear a curas y mujeres, a jóvenes y niños. Esta manera de combatir con palabras afiladas en redes sociales, de amenazar desde la cobardía. Esta locura de coartar el vino de las misas y el papel de los periódicos.

No. No era un juego. En la democracia no cabían los fantasmas del pasado. Pero lo que parecía una broma se convirtió en tragedia. Y hoy no quedan cómicos ni caricaturistas que no sientan su vida amenazada. Se ha prohibido la risa en Nicaragua. Se la han quitado a la gente que tuvo que salir con su pobreza y sus familias del país. Por eso los muchachos de los pijamas azules sonríen. Es el acto libertario y de rebeldía más grande, en un país al que la risa se la han borrado de la cara.

El autor es periodista y escritor.
@jsanchomas

Columna del día Crisis en Nicaragua Daniel Ortega plomo archivo

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