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María, la mujer creyente

La figura de la Virgen María, la Inmaculada, la Madre de Jesús es parte integral de nuestra fe y de nuestra cultura. María es esa mujer joven que a todos nos atrae, no solo porque es la Madre de Dios, sino por los valores con que ha enriquecido su vida.

María era una mujer de un pueblo sencillo, Nazaret, de donde nada bueno podía salir, como decía Natanael (Jn. 1, 46). Su grandeza fue: su sencillez, vivir y tener siempre el encanto de una joven de ojos claros y limpios. Por eso, puso Dios sus ojos en esa encantadora mujer llamada María (Lc. 1, 48).

María fue una gran mujer de su tiempo: Me figuro a María como una joven, alegre, juvenil, enamorada profundamente del carpintero José y con ilusión de formar con él un bello hogar, como cualquier joven de su pueblo. Me figuro a María como una mujer profundamente humana, de una gran personalidad, y compartiendo su vida con todas las jóvenes de su pueblo, como cualquier otra joven. Me figuro a María como una bella y atractiva joven por la riqueza de sus valores humanos y de fe.

Por eso, cuando el Ángel la saluda diciendo: “Alégrate, llena de gracia”, (Lc. 1, 28), ella se llena de temor y miedo (Lc. 1, 29), como lo hubiera hecho cualquier joven de su tiempo. El ángel tiene que decirle: “No temas, María” (Lc. 1, 30). Pero cuando el Ángel le dice: “Vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, él será grande, hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David” (Lc. 1, 31-32), María empieza a ponerle peros, aún al mismo Dios. Lo primero que hace es pedirle explicaciones al ángel: “No conozco varón” (Lc. 1, 34). Y solo cuando ve las cosas claras por la explicación del Ángel (Lc. 1, 35-37), las acepta y le dice: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra” (Lc. 1, 38).

María, ante todo y por encima de todo, es la mujer de una profunda fe, una mujer llena de Dios: La mujer creyente que lucha por ser siempre fiel, aún en medio de las mismas dificultades de la vida por las que nosotros también pasamos. La mujer creyente que encuentra en la fe la fuerza de su vida en medio de su debilidad, igual que nosotros. La mujer creyente que ora de rodillas implorando a Dios para mantenerse siempre fiel a su voluntad. La mujer creyente que se mantuvo siempre fiel a Dios porque siempre confió en Él. La mujer creyente que se merece la alabanza que de ella hizo su prima Isabel: “Bendita tú porque has creído” (Lc. 1, 45).

Esta es María, la Purísima que me encanta, porque a ella sí la puedo seguir y no solo admirar. Es en ella en quien me puedo fijar y en quien puedo acudir porque la siento carne de mi carne y hueso de mis huesos. ¡Cómo no cantarle los versos de García Lorca, como si Dios se lo dijera: “Llena de gracia te llamo porque la gracia te llena; si más te pudiera dar, mucha más gracia te diera”.

El autor es sacerdote católico

Opinión gritería María Purísima archivo
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