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Nicaragua, sanciones, Daniel Ortega

¡Basta de mitos!

Abusos ciertamente los hubo, como ocurrió con los Contreras en Nicaragua, que esclavizaron y exportaron indios. Pero estos fueron frenados por las Leyes Nuevas (1542) de la Corona, que prohibían tales prácticas, y por la defensa heroica de clérigos como Valdivieso, primer obispo mártir del continente.

Los diputados orteguistas comparten con su jefe su indisimulable ignorancia de la historia. La prueba más reciente la acaban de proporcionar en su exposición de motivos para añadir nuevos personajes al preámbulo de la Constitución.

Fieles a la visión del comandante, para quien la colonia española fue una noche tenebrosa que desgració las vidas de apacibles aborígenes, afirmaron, refiriéndose a Tomás Ruiz, que su lucha fue a favor de indígenas “sometidos a la represión mortal… y persecución política de los salvajes y tiránicos colonizadores”.

Abusos ciertamente los hubo, como ocurrió con los Contreras en Nicaragua, que esclavizaron y exportaron indios. Pero estos fueron frenados por las Leyes Nuevas (1542) de la Corona, que prohibían tales prácticas, y por la defensa heroica de clérigos como Valdivieso, primer obispo mártir del continente. La verdad, contraria a la versión oficial, es que, durante el grueso de la época colonial, con todo y las sombras propias de la condición humana, la suerte de los indios mejoró. Si no se reconoce es porque se ignora tanto la vida en que vivían como los aspectos positivos de la Colonia.

Antes de la conquista los indios sufrían perpetuas guerras y costumbres brutales como los sacrificios humanos —incluyendo el de niños— y el canibalismo. Como bien observara el ilustre doctor Emilio Álvarez Montalván, “vivían en constante zozobra, temerosos de ataques sorpresivos de sus vecinos rivales”. Bajo la Colonia, como observara también Coronel Urtecho, los indios “no fueron nunca perturbadores de la paz, sino al contrario, sus más tranquilos disfrutadores”. Recibieron también el beneficio inestimable del cristianismo, religión profundamente humanizadora, y les fue permitido conservar sus tierras comunales, para despecho de criollos que las ambicionaban. Incluso escritores ateos, como Mario Varga Llosa, se han maravillado de la labor civilizadora que hicieron los jesuitas con los indios guaraníes.

Tras la independencia, glorificada como la liberación del yugo español, tiranuelos armados (¡34 jefes de Estado en 35 años!) produjeron seis terribles guerras civiles, muerte y destrucción. León y Granada, joyas coloniales, reputadas entre las mejores de América, quedaron en cenizas. ¡Qué liberación! Darío lo expresó mejor que nadie en su Oda a Colón: “…hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra, se hieren y destrozan las mismas razas… Desdeñando reyes nos dimos leyes… y hoy al favor siniestro de negros Reyes fraternizan los Judas con los Caínes”. Otra perla de los diputados fue incluir a Nicarao, elogiándolo entre los caciques que “se enfrentaron al imperio español en una gesta histórica de resistencia indígena”, cuando recibió pacíficamente a Gil González e hizo bautizar a toda su tribu. Esto lo sabían antes hasta los niños de primaria, pero hoy son otros tiempos; el tiempo de los Caínes.

El autor acaba de publicar su libro “Buscando la tierra prometida”, historia de Nicaragua 1492-2019.

Columna del día España Nicaragua archivo

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