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asesino, Laureano Ortega, Nicaragua

Ni una sola vez escuché la palabra perdón

En la crisis que vive Nicaragua, desde abril de 2018, el peso de las armas y los disparos ha llovido principalmente desde un lado. Pero los mensajes de odio, los señalamientos, insultos y amenazas atañe a todos. Se ha generalizado la burla de la desgracia ajena.

Los conflictos que perduran en el tiempo no empiezan con acciones directas sino con palabras. Estas los inflaman hasta hacerlos imposibles de apagar. Quienes se insultan o se recetan plomo, quienes se hostigan hasta la humillación o quienes difunden imágenes de las familias de los adversarios, tendrán que convivir más adelante con aquellos a los que insultaron o acosaron.

Cómo será posible la convivencia inevitable sin destriparnos a “palabras van y palabras vienen”, y sin que algún fanático o loco decida convertirlas en balas o prisiones. Tenemos una gran tarea por delante: devolver la dignidad a las palabras incluso en el enfrentamiento. Y ganar los espacios del silencio con ellas. Todo esto empezó con un bosque ardiendo. Y el incendio aún no ha sido extinguido. Siguen ardiendo de dolor y de palabras.

En la crisis que vive Nicaragua, desde abril de 2018, el peso de las armas y los disparos ha llovido principalmente desde un lado. Pero los mensajes de odio, los señalamientos, insultos y amenazas atañe a todos. Se ha generalizado la burla de la desgracia ajena. Y hemos embarrado la posibilidad de las palabras para disuadir, razonar o convencer. Se utilizan para avivar conflictos no resueltos, insertos como balas atrapadas en el seno de cualquier familia nicaragüense. No hay apenas casa en el país que no haya perdido algún familiar o haya sufrido el dolor de la cárcel, la tortura, las heridas, el exilio o la muerte de un ser querido a causa de las disputas que lo han asolado durante décadas.

Y por eso hay algo que llama mucho la atención. Y es que tras un baño de sangre como el que se ha dado en Nicaragua, en medio de la continua crisis, no he escuchado en ningún lado la palabra perdón. Por un solo muerto, por un herido o encarcelado. No he escuchado a nadie pedir perdón ni antes ni después. La mayoría han corrido a señalar a otros culpables.

Seguramente, influya en esto que nunca se diese un verdadero proceso de reconciliación tras las guerras civiles que desangraron al país. Para alcanzar la paz, y esto lo sabe quien lo ha experimentado en su interior, hay que perdonarse primero. Y pedirlo a otros y a uno mismo no deja de ser un proceso muy duro que exige renuncias, dolorosas como amputaciones en carne viva.

No pequemos de inocentes. Casi ninguna sociedad consigue cerrar sus heridas. Las heredan varias generaciones. Tendremos que aprender a perdonarnos. Y alguien empezará a decir “nos equivocamos”, sin miedo a que lo acaben o silencien por tratar de recuperar su propia humanidad y el futuro de su país.

El autor es periodista.
@jsanchomas

Columna del día Crisis en Nicaragua Daniel Ortega archivo

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