El mundo actual está caracterizado por un escepticismo sofismático. El capitalismo y el comunismo, por décadas disputaron la hegemonía en el cerebro de las gentes. La caída de la cortina de hierro pareció dar la victoria al primero, vana conclusión. La médula del Kremlin y su élite de dominio, no cedió. Podía aceptar la desaparición de la muletilla del “proletariado”, pero no renunciar al bienestar del poder y el dinero que lo posibilita. Y así confabuló para preservar la trilogía de dinero-poder-dominio y apareció Putin, ideal por su frialdad inescrupulosa, para liderar la reconquista del cerebro de las gentes. Y reinventan ya no la URSS sino llanamente Rusia.
Debemos entender que lo que está en juego es “el dominio de cómo pensás”. Si pensás lo que quiero, te domino y si no pensás, mejor. No importa ya un muro que encerrando domine, basta que tus principios y valores se desmoronen ante una fantasía que te ofrezco. Se trata de vender una transfiguración de la realidad: el estar bien yo, primer mandamiento, después como predestinados por la historia dictamos las reglas para que los sumisos gocen de bondades que representan millonésimas partes del lujo, riquezas y privilegios nuestros. El Estado también es nuestro para gobernarlo sempiternamente.
En América Latina, la realidad se ha transfigurado mediante populismos de derecha e izquierda que abonados por el dinero del narcotráfico han sembrado una corrupción generalizada, con la premisa necesaria de desbaratar los valores consustanciales de la sociedad. La corrupción se introduce con: Yo estoy bien y vos tenés que estarlo, no importa que tengás que mentir, robar, matar, profanar… y lo válido es lo que aparentás, lo externo. Olvidate de tu interior, la conciencia, ¿cuál? y menos “examen de conciencia”. ¿Iglesia, curas?, son pederastas. Y en esta lógica malsana, fundamentada en sofismas han socavado ejércitos, instituciones, iglesias, creando una clase de nuevos ricos, con la condición de preservar su hegemonía bajo la patente: Socialismo del Siglo XXI.
Es importante percatarse que la demolición fundamental ha sido a los valores y principios del individuo, incluyendo la autoestima dañada por la sumisión inobjetable y por la disolución de lo “interno” por lo “externo”, por lo que aparentás ser y no por lo que realmente sos. Afortunadamente la evidencia, antídoto de la falacia a lo largo de la historia, ha hecho abrir los ojos. La Bastilla y la caída del Muro de Berlín ilustran el cambio. Hoy el mundo está escéptico con respecto a la posibilidad de salir del artificio-maleficio perpetrado por esta nueva corriente de dominio, no obstante la evidencia derivada de la “intuición innata”, precursora del conocimiento y la experiencia darán al traste con esta nueva falacia, que casualmente pretende inocular ese escepticismo, pero que al final solo será lo que siempre fue: un escepticismo mentiroso.
El autor es médico.