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Con María y José

Nuestros padres son un ejemplo, ayuda y enseñanza para todos nosotros desde la niñez y para todo lo que vamos a vivir desde nuestra niñez. Por eso es impresionante como el Señor preparó a María y José.

María representa la mujer de fe y de esperanza. Cuando el Ángel le dice: “No temas, María, que Dios está contigo y concebirás a un Hijo” (Lc. 1, 30-31), ella, como siempre, le dice a Dios: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc. 1,38).

Lleva ya nueve meses en su seno, al niño que va a nacer, prometido por el ángel. Y porque cree y espera, pronto verá que del fruto de su vientre nacerá, como le ha informado el ángel, ese niño prometido: “Dio a luz a su hijo, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada” (Lc. 2, 6-7). Ese niño es el Hijo de Dios que nace y se hace carne de su carne, de nuestra carne (Lc. 1, 35). Ese niño que ha nacido, le pondrá por nombre como le ha dicho el ángel de Jesús, el Salvador (Lc. 1, 31). María, al ver que se ha hecho realidad lo que el ángel le había dicho, no podía decir otra cosa que: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones” (Lc. 1, 46-48).

La otra figura de la que nos habla el evangelio de hoy es José. José prácticamente pasa desapercibido en la vida de Jesús. Es el hombre del silencio. Es un hombre anónimo, sencillo y humilde. Es un carpintero de un pueblo mal visto y sin importancia (Mt. 13, 55). Pero José es mucho más de lo que a primera vista aparenta. Sin José no se hubieran cumplido las profecías sobre Jesús (Mt. 1, 16; Lc. 1, 32). Sin José, Jesús no podría llamarse “descendiente de David, como le dijo el ángel a María (Lc. 1, 32). Sin José, María hubiera sido una madre soltera más, de las que abundan en el

mundo y Jesús un hijo sin nombre y sin padre, como tantos niños de nuestra sociedad.

José es mucho más de lo que aparenta: es el fiel esposo de María (Mt. 1, 20). Es el padre responsable de Jesús (Mt. 1, 21). Y, sobre todo, como nos dice el Evangelio, es un hombre “justo” (Mt. 1, 19). Un hombre fiel. Un hombre honesto. Un hombre honrado. Un hombre que sabe en cada circunstancia de la vida darle a Dios lo que es de Dios y a los hombres lo que es de los hombres (Mt. 1, 24). Un hombre de una gran fe, aunque la voluntad divina no sea tan fácil de aceptar. (Mt. 1, 18-24). La mayor alabanza que se le puede decir a una persona, según la Biblia, es que es “justa” y a José se le llama el hombre Abad justo. Cada uno de nosotros solo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde. José es también un hombre obediente. Primero, dispuesto a renunciar a María, porque la iba a despedir y segundo dispuesto a acogerla porque Dios le confirma Su voluntad. Dios le quita a María, porque esa esposa que él esperaba va a ser distinta, pero se la vuelve a dar. Y por ella, la nueva María, la cual va a ayudar, hacerse el padre de Jesús.

El autor es sacerdote católico.

Opinión Dios María y José religión archivo
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