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Asesinato en Villa Fontana, Managua

Donald Muñoz Flores, Erasmo Sánchez Vargas y Marcos Jirón Martínez, tres de los cinco asesinos de doña Ligia Castellón de Belli (a la derecha de la fotografía).

Asesinato en Villa Fontana, el crimen que estremeció a Nicaragua en mayo de 1993

Doña Ligia Castellón de Belli era una respetada dama de la alta sociedad de Managua. Fue asesinada en la intimidad de su habitación, en una casona de Villa Fontana

Sus amigos la describieron como una mujer “exquisita, dulce y bondadosa”; una respetable dama de la alta sociedad de aquella Managua post guerra. Aunque el país vivía una ola de crímenes, nadie esperaba que doña Ligia Castellón Rivera de Belli tuviera un final tan trágico y violento. “Era una gran dama. Exquisita en todo el sentido de la palabra”, declaró una de sus amigas de infancia, cuando la Policía y los periodistas empezaron a hacer sus respectivas pesquisas.

El asesinato de doña Ligia ocupó las portadas de los diarios durante casi dos meses y conmovió de manera especial a los capitalinos por dos principales razones: la víctima era una persona muy conocida y respetada, y el crimen ocurrió en Villa Fontana, un residencial que se suponía debía ser una zona segura.

Todos los días la viuda de Belli solía realizar una caminata matinal con varias amigas, pero el lunes 10 de mayo de 1993 no se presentó. Aun así a sus compañeras de ejercicio no les extrañó su ausencia, pensaron que se había ido a trotar a Los Robles, como a veces hacía.

No existían razones para sospechar que algo terrible había sucedido. Doña Ligia era “demasiado dulce y fina para haber sufrido así”.

La víspera

Cinco meses antes del asesinato, la familia Belli sufrió una primera tragedia. El 24 de diciembre de 1992 Mario Belli, esposo de Ligia Castellón Rivera durante más de cuarenta años, fue atropellado por un adolescente que conducía una camioneta a exceso de velocidad. Al momento del accidente, el anciano se encontraba en la calle, encendiendo “arbolitos” de pólvora para diversión de sus nietos.

La sentencia contra el menor de edad todavía no se había decidido cuando el crimen ocurrió.

De acuerdo con periódicos de la época, en la víspera de su muerte la viuda de 62 años estuvo platicando en la sala hasta las 1:00 de la madrugada. Durante la velada se tomó un trago de whisky y cuando el cansancio la venció se retiró a su habitación, una de las más aisladas de la casona en la que a esa hora se encontraban dos nietas, el chofer de la familia y dos empleadas domésticas.

Posiblemente una hora más tarde seguía dormida y no pudo ver a tiempo a los extraños que entraron en busca de la caja fuerte en la que guardaba sus joyas. Eso podría explicar por qué nadie escuchó gritos. Lo único que oyeron los vecinos fueron los ladridos de la perrita que la acompañaba. Después, silencio.

Por la mañana a Alejandra Alemán, una de las empleadas domésticas, le pareció extraño que la señora todavía no estuviera lista para su caminata matinal. Golpeó la puerta de la habitación y como nadie respondía, decidió abrirla. Acostada de lado sobre la cama y de espaldas a la puerta, doña Ligia parecía estar profundamente dormida. Alejandra la llamó desde afuera y como seguía sin obtener respuesta, entró al cuarto para despertarla.

Sus gritos de horror alertaron al resto de los habitantes de la casa. La señora de Belli tenía las manos y los pies atados con un alambre y la habían amordazado luego de introducirle casi un metro de tela en la garganta. Ya no respiraba y su piel presentaba un tono morado.

Cuando la Policía llegó a la escena del crimen, la empleada fue arrestada como principal sospechosa, pues tenía la cara surcada por numerosos rasguños y los investigadores dedujeron que esas heridas podían ser el resultado de un forcejo con la víctima. Alejandra, sin embargo, explicó que ella misma, presa de la histeria, se había arañado el rostro cuando descubrió el cuerpo de su patrona. Los exámenes del forense le dieron la razón y el caso se hundió por un par de días en el más absoluto misterio.

La noche de ese 10 de mayo en la vela de doña Ligia ya no cabían los amigos, las flores y las coronas, una de ellas enviada por la propia presidenta de la república, doña Violeta Barrios de Chamorro. Al día siguiente en los diarios se publicaron notas luctuosas y durante el funeral el camposanto se llenó de música. Un trío de guitarristas interpretó las canciones que más le habían gustado a la señora y hubo un amigo que pidió una guitarra para cantar el famoso bolero romántico: “Tres Regalos”.

“Dio la impresión de que todos querían despedirse en la forma que ella hubiera querido, con alegría y no con tristeza”, narró el diario La Prensa el 13 de mayo de 1993. “Pero la tristeza no abandonó los rostros compungidos y emocionados de los familiares que se resistían a creer que ese era el último adiós”.

“Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir a cruzar otros mares de locura”, cantó alguien más y la tumba de doña Ligia se cerró con gran solemnidad, dejando a todos sumidos en una “incertidumbre compartida” por la fragilidad de la existencia humana y de la seguridad ciudadana en el país.

Las joyas

En la caja fuerte faltaban una cruz de brillantes con un rubí, un anillo de brillantes grabado con la fecha en que doña Ligia y don Mario se comprometieron, un anillo de esmeraldas con brillantes, un “par de chapas criollas”, un par de aretes de hojas de oro, un anillo grande con bola de brillantes, un broche grande de diamantes con rubí y un broche largo con una perla.

La Policía estaba tras el rastro de las joyas robadas e hizo algunas capturas en la comunidad de Jocote Dulce, ubicada en las cercanías de Villa Fontana. Buscaban a más de un delincuente, porque en el lugar del crimen encontraron al menos tres huellas de distintas pisadas, además de huellas digitales en el televisor y un cuchillo marcado con una letra A. Gracias a estas últimas pistas dieron con los verdaderos asesinos.

Para el 21 de mayo los investigadores al fin tenían a un sospechoso con verdadero potencial. Se llamaba Julio César López Paiz, pero lo conocían como César Antonio López Reyes.

Una de las huellas encontradas en el televisor correspondía en “quince puntos característicos” con la del dedo medio de la mano izquierda del sujeto y “las normas internacionales establecen unos ocho puntos para determinar la identidad de alguien”, informó Álvaro Guzmán, entonces segundo jefe de la Policía de Managua, encargado del caso de doña Ligia.

Además, rastreando el origen del cuchillo dieron con una pareja de comerciantes que vendía carne en el mercado Oriental. Se lo habían prestado a un hombre que solía llevarles carne caliente. Y ese hombre, al parecer era el mismo César, acusado cinco años antes por el delito de abigeato.

Después de eso las investigaciones marcharon viento en popa. La identificación de César condujo a los policías a una banda de cuatreros jefeada por un hermano suyo, Manuel López Paiz, conocido como “Dientes de lata”. Para el 28 de mayo ya estaban identificados cuatro hombres más.

Donald Vicente Flores Muñoz, Erasmo Sánchez Vargas y Marcos Jirón Martínez fueron presentados como responsables del crimen. Mientras que a César y a Feliciano Manzanares Soza los circularon para ser capturados en cualquier parte del país.

Varios tenían antecedentes delictivos. Tres meses antes del asesinato, Donald había participado en un asalto al Banco de Ciudad Sandino y todavía tenía secuelas de la herida recibida durante el atraco. En cuanto a Erasmo, se trataba del único prófugo del asesinato perpetrado ocho meses antes contra un oficial de la policía, cerca de la Cuesta del Plomo.

La tormenta

El asesino de doña Ligia venía planeándose desde hacía unas semanas. Con frecuencia los malhechores observaron el interior de la casa a través de una ventana que tenía barrotes de hierro. Estaban detrás de los “140 mil dólares, dos anillos y dos pares de aretes” que, un antiguo chofer de la familia les dijo, permanecían guardados en la caja fuerte.

Se suponía que cometerían el robo la noche anterior, el domingo 9 de mayo, pero un torrencial aguacero se interpuso en sus planes. La ciudad quedó, como siempre, hecha ruinas, y los criminales decidieron postergar su asalto a la residencia de los Belli Castellón. Por desgracia, a la noche siguiente el cielo estaba despejado.

Los ladrones empezaron a merodear el sitio a eso de las 7:00 y cerca de las 2:00 de la madrugada, cuando todos en casa se fueron a acostar, iniciaron su operación. Marco rompió los barrotes de la ventana que daba al patio trasero y entraron a la vivienda con facilidad. Donald se quedó afuera para vigilar. César y Erasmo penetraron a la habitación y ataron a doña Ligia con los cables eléctricos que habían llevado para ese fin.

Con esos mismos alambres la amordazaron, pero antes le colocaron en la boca el largo retazo de tela con el que acabó asfixiándose una hora después. Según el forense que estudió su cuerpo, la señora murió a alrededor de las 3:00 de la mañana. Los criminales no hallaron 140 mil dólares en la caja fuerte, pero se repartieron el botín encontrado. En el caso de Donald Flores, se quedó con 140 dólares, dos anillos de brillantes y un par de aretes de perlas y brillantes que vendió en doscientos córdobas.

Los cinco acusados fueron condenados a 25 años y seis meses de prisión.

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