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“La presión es tan fuerte que a veces uno extraña estar dentro la celda”. La estresante vida cotidiana de los excarcelados asediados por la dictadura

El estrés puede ser intolerable cuando se está bajo asedio las 24 horas del día. Tanto así que algunos excarcelados políticos recuerdan con “nostalgia” las celdas del régimen.

Cada vez que agarra valor para salir de su casa, Fredrych Castillo siente que alguien lo está persiguiendo. Percibe ruidos de camionetas y de motos que se le acercan e, incluso, escucha el sonido hueco de pasos que se apresuran hacia él.

Son pasos firmes que suenan “como pisadas de las botas de guardias que están tras de mí”, describe el joven de 23 años, exreo político de la dictadura de los Ortega Murillo. Pero cuando Fredrych voltea a ver, nervioso y agitado, en busca de sus perseguidores, “no hay nada”. “Mentalmente estoy mal”, lamenta. “Tengo delirio de persecución”.

Sin embargo, la sensación de ser constantemente vigilado y perseguido no siempre es una mala jugada de su imaginación. Fredrych tiene motivos de sobra para sentirse así. En sus nueve meses de estadía en las cárceles del régimen fue torturado, colgado de los pies y golpeado como “piñata”, por el “delito” de haber protestado activamente contra la dictadura. El 5 de abril de 2019 finalmente fue excarcelado, pero su calvario no terminó ahí.

Como muchos excarcelados, unos más conocidos que otros, Fredrych sufre el permanente asedio de policías y paramilitares; situación que lo ha afectado psicológicamente y ha trastocado sus rutinas diarias. Está preso en su propia casa, ahí en la ciudad de Estelí. Rara vez sale a practicar el deporte que ama, la patineta, y no se siente seguro ni cuando va a comprar a la pulpería.

Fredrych Castillo, excarcelado político de 23 años, sufre el constante asedio de paramilitares y policías. Eso le ha provocado trastornos de sueño e incluso delirio de persecución. FOTO/ ARCHIVO

Una situación similar vive el profesor Juan Bautista Guevara, también excarcelado, en la ciudad de Ticuantepe. Camionetas polarizadas se estacionan frente a su vivienda y algunas noches recibe la indeseable visita de policías que hacen amago de botar el portón delantero de la casa, empujándolo con la “trompa” de las patrullas.

Procura no salir a la calle, pero cuando es absolutamente necesario acudir a sus controles médicos, se ve en la obligación de contratar a un conductor, siempre uno distinto, para que lo llegue a buscar hasta la puerta de su casa. Así reduce el riesgo de que la Policía vuelva a secuestrarlo, explica.

Vivir bajo asedio es otra forma de tortura. La tensión que provoca esa falsa libertad puede ser tan intolerable que algunos exreos políticos, como Fredrych Castillo, “extrañan” la oscura celda en la que malvivieron durante meses.

Estrés y encierro

Hasta hace unas semanas Nahiroby Olivas, de 19 años, estaba perdiendo cabello en la parte frontal de la cabeza, debido a un enorme y permanente estrés.

El 11 de junio de 2019 fue excarcelado, luego de pasar nueve meses preso por haber participado en protestas contra el régimen. Pero apenas cuatro días después fue asediado en la catedral de León, durante el ataque de una violenta turba sandinista a las personas que asistieron a la misa por el primer aniversario de la muerte de Sandor Dolmus. Ese día se dio cuenta de que debía abandonar la ciudad.

El episodio lo afectó mucho psicológicamente, confiesa. A raíz de eso se mudó para Managua pero se seguía sintiendo “observado”. Tenía un “sentimiento de persecución” y caminaba con gorra, se movilizaba en carros con vidrios polarizados, jamás recibía ni hacía llamadas por línea directa y trataba de salir lo menos posible de las casas de seguridad en las que vivió.

“Mi presencia en manifestaciones era prácticamente nula porque tenía mucho miedo de que los grupos de civiles armados me hicieran algo o que la Policía me volviera a llevar”, relata Nahiroby.

En menos de seis meses cambió de casa ocho veces, porque temía que lo ubicaran. Su miedo no era infundado. En una ocasión paramilitares lo siguieron hasta su refugio y luego de verificar dónde vivía publicaron su dirección en un grupo de ventas de Facebook.

En León su familia fue asediada por hombres armados que en varias ocasiones se estacionaron frente a la casa e intentaron ingresar con violencia. En Managua él nunca tuvo problemas con la Policía, afirma el muchacho; pero aun así nunca lo abandonaba “esa sensación de persecución”.

“Vivía con una presión permanente en el cuello y en la parte de atrás de la cabeza. Nunca estaba tranquilo. Sentís que te están viendo, que te van a seguir, que te van a agarrar”, describe Nahiroby, quien por el momento se encuentra fuera de Nicaragua.

Las últimas tres semanas antes de salir del país las pasó encerrado en una casa, con un constante sentimiento de culpa por “no estar haciendo nada”. Por eso tomó la decisión de salir para ver qué puede hacer desde afuera. Pero ahora está triste. “Yo no me quería ir”, explica. “Hace dos meses ni siquiera se me ocurría”.

Nahiroby Olivas el 11 de junio de 2019. Ese día el régimen excarceló a 56 presos políticos, entre ellos Olivas. FOTO/ OSCAR NAVARRETE

Pesadillas

A menudo Fredrych sueña con “persecuciones, asesinatos, muerte”. “Sueño que me apuñalan, que me torturan de nuevo, que persiguen a mis amistades, he tenido sueños en los que he estado huyendo”, describe. Cuando tiene pesadillas no puede salir de ellas por su cuenta. Los amigos que llegan a hacerle compañía lo despiertan cuando convulsiona o grita dormido.

“Cuando me despierto, me entra una presión en el pecho. Me cuesta respirar. Poco a poco me calmo”, afirma. “Son como ataques de pánico, crisis de ansiedad o algo así”. Es el resultado de que en cualquier momento, de día, de noche y de madrugada, policías o paramilitares se estacionen en las esquinas de su calle.

“Se ponen patrullas afuera de mi casa, en las esquinas, como esperando a que salga. La persecución ha aumentado. Han hecho pintas en nuestras casas. He recibido amenazas en redes sociales (…). Hace poco salí a hacer unos pagos y casi me llevan preso”, denuncia. “Daña mucho la moral de una persona el tener que esconderse como si uno fuera un criminal cuando ha luchado toda su vida por ser un ciudadano responsable y valioso para la sociedad”.

El joven pasa la mayor parte del tiempo encerrado en su cuarto, pendiente de las noticias en las redes sociales. Escucha música, ensaya alguna canción en su guitarra, dibuja, realiza tatuajes a uno que otro cliente y usa su celular para diseñar imágenes que luego imprime en las camisetas que vende.

No puede mudarse de Estelí, donde todo mundo lo conoce, porque no tiene dinero para subsistir en Managua, donde podría estar relativamente tranquilo. Enfrentar el asedio es, por ahora, su única opción porque no quiere salir del país. “Lo he considerado bastante”, dice. “Pero me he aferrado mucho a Nicaragua”.

Así se veía la casa de la familia del excarcelado político Yubrank Suazo, en noviembre de 2019. Suazo también ha sufrido el asedio del orteguismo. FOTO/ JADER FLORES

“Nostalgia por la celda”

La tensión que los exreos políticos sufren es tan grande que algunos extrañan la cárcel, donde de alguna manera las cosas estaban “más controladas”.

“Muchos de nosotros, los excarcelados, tenemos mucho miedo de regresar a la prisión o de desaparecer. La presión es tan fuerte que a veces uno extraña estar dentro de la celda, donde sabías que tu única preocupación era que te iban a golpear, pero te tenían que mantener vivo”, señala Fredrych Castillo. “Sabías que de donde estabas no podías pasar. Ya en libertad las cosas son diferentes. En cualquier momento nos pueden matar y sabemos que no va a haber ningún caso, no va a haber justicia para nosotros ni para nuestras familias”.

—¿Te sentías más seguro en la celda del Infiernillo?

—Relativamente —responde—. Afuera hay mucha tensión, hay más miedo, la presión psicológica es más fuerte, por el miedo a volver a la celda, volver a pasar todo el proceso, volver a recibir torturas en el Chipote, los traslados y todo. Saber que nuestras familias van a volver a pasar por todo eso.

Para el psicólogo Róger Martínez, también excarcelado político, la sensación de que una celda ofrece más tranquilidad que una falsa libertad es totalmente comprensible e incluso normal. “La situación de asedio puede generar un pensamiento angustiante con ideas trágicas de lo que le pudiese suceder y en la búsqueda de una zona de alivio y comodidad, la mente del ser humano puede llegar a desear encontrarse en una celda”, observa.

Es un escape a esa ola de emociones que el asediado está percibiendo, apunta Martínez. “No ve mayor oportunidad de encontrar alivio. Como no lo encuentra en su propia casa, concibe una idea totalmente desrealizada, que no es real, de encontrar alivio en una celda de máxima seguridad, porque ahí no te están molestando constantemente”.

Pasa que, de alguna manera, la situación en la cárcel “era más controlada”. “Había un cierto control, un cierto alivio porque ya estabas ahí. Si te torturaban, te mataban, ellos tenían que responder. Adentro nos decíamos: ‘Ya estás aquí, está más peligroso allá afuera, donde te pueden matar y desaparecer y nadie va a responder’”, relata el psicólogo.

Muchos de los reos que ahora están afuera, “se trajeron esa idea desde la prisión y recurren a ella para escapar de la realidad que viven”; pese a que en el penal de La Modelo murió baleado por un carcelero el preso político Eddy Montes Praslin. Ocurrió en mayo de 2019 y nadie ha pagado por su muerte.

El profesor Juan Bautista Guevara denunciando el asedio de la dictadura ante la CPDH, en octubre de 2019. FOTO/ ARCHIVO

Afectados todos

Los amigos y los vecinos sufren efectos colaterales del asedio que viven opositores y excarcelados. A veces, cuando el profesor Juan Bautista Guevara recibe visitas en su casa de Ticuantepe, la Policía detiene a sus amigos para preguntarles qué andaban haciendo.

Por la madrugada suelen llegar patrullas con las sirenas encendidas y policías que gritan insultos con el megáfono, despertando a todo el vecindario. No solo la familia del excarcelado vive bajo el estrés del constante asedio. “La pulpería de enfrente, que cerraba a las nueve de la noche, ahora a las seis ya está cerrada”, señala Guevara.

Por otro lado, están autoconvocados, exatrincherados y excarcelados de los que nadie habla. Un nutrido grupo que igual vive bajo asedio y pasando grandes dificultades. Uno de ellos era Brandon Sandoval, de 23 años, estudiante de Medicina que en diciembre de 2019 se quitó la vida.

Fredrych lo conoció cuando ambos estaban atrincherados en la Upoli. Brandon era parte del grupo médico que atendía a los heridos durante los ataques de la Policía al recinto universitario. “Así como él hay muchos muchachos que siguen en la clandestinidad, no se pueden dar a conocer porque no cuentan con la visibilidad de otras personalidades”, afirma.

A juicio de Fredrych, la vida de los asediados por la dictadura de los Ortega Murillo no es precisamente “una forma de vivir”. “Estamos sobreviviendo”, sostiene. “Despertar cada día en mi casa es un logro”.

***


El psicólogo Róger Martínez..

REPERCUSIONES PSICOLÓGICAS

Poco se ha hablado sobre las afectaciones psicológicas provocadas por el constante asedio que sufren decenas de excarcelados y de opositores, como la familia Reyes Alonso, de León. Sin embargo, es una realidad.

La situación de asedio “genera estrés en la persona aunque esté en su propia casa”, señala el psicólogo Róger Martínez, que también fue reo político de la dictadura. “Estos estados de inestabilidad emocional podrían incluso generar algún tipo de delirio de persecución”, de manera que la persona asediada sufre por lo que es real y también por lo que se imagina.

A eso se suman los trastornos generados por el alto nivel de estrés y de permanente ansiedad. “La persona no quiere comer, no puede dormir tranquila”, explica Martínez. “Está siempre en constante rumiación de sus pensamientos: a qué hora van a entrar, a qué hora me van a agarrar, será que están planificando algo… No puede ni ir a comprar a la pulpería, por el mismo miedo que le genera la presencia de oficiales de la Policía y de civiles armados”.

En el caso de Fredrych Castillo, además del “delirio de persecución”, está sufriendo trastornos del sueño. “A veces no puedo dormir, a veces duermo demasiado”, dice. “Suelo tener pesadillas cuando duermo, pero es algo que me pasa desde que estaba en prisión”.

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