Rubén Darío, es una de las más altas cimas de la poesía universal y nuestro gran educador, vate por antonomasia, “el ciudadano más cabal e ilustre de América Latina”; al decir de Pedro Salinas, su obra está impregnada de ideales y valores de los cuales es posible extraer todo un ideario, un paradigma, para la formación espiritual, moral, cívica y física del hombre hispanoamericano y, por ende, de nosotros sus coterráneos nicaragüenses.
Y nada mejor, en estos tiempos de crisis que vivimos, de confusión y degradación política y cívica, que volver a Rubén y encontrar, en la entraña misma de sus inagotables canteras, los ideales pedagógicos, artísticos, culturales y cívicos que podrían orientar nuestros esfuerzos de superación e inspirar un código de virtudes ciudadanas capaz de ennoblecer nuestro quehacer social y político.
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Y todo esto es posible pese a que Rubén, como él mismo lo afirmara, no pretendía enseñar nada, pues se complacía en reconocerse “el ser menos pedagógico de la tierra”.
No sólo así lo dice en las breves palabras introductorias de su obra “Opiniones” (1906), sino que lo reitera, “con placer íntimo”, en las “Dilucidaciones” que preceden “El Canto errante” (1907).
Sin embargo, como afirma su más eminente biógrafo, el profesor Edelberto Torres Espinosa, “Darío es un ser profundamente pedagógico, no sólo en el sentido de que es uno de los educadores más excelsos de América, sino porque su labor y su pensamiento se enmarcan bien dentro de la pedagogía de vanguardia, esa en que el niño es centro planetario; el interés sicológico, fuerza de gravedad; y la libertad, atmósfera ambiental”.
“No busco que nadie piense como yo, ni se manifieste como yo”, advirtió Darío. “¡Libertad! ¡Libertad!, mis amigos. Y no os dejéis poner librea de ninguna clase”. Pero, “la poesía fue para él un magisterio, el más alto magisterio a que pueda aspirar el hombre”, nos dice Arturo Torres-Rioseco.
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Y Edelberto concluye que “el atributo de educador nadie se lo negará a Rubén Darío, si educar se entiende como el ejercicio de influencias estimulantes de desarrollo espiritual”.
Rubén es, pues, nuestro educador en el sentido más amplio y noble de la palabra. Su obra es rica en pensamientos y principios susceptibles de integrar nuestra Paideia, nuestra filosofía educativa, conjunto de fines y objetivos para el quehacer educativo, cultural y cívico de nuestro pueblo, inspirador del arquetipo de hombre y de ciudadano que tan urgentemente necesitamos.
Paideia es un concepto clave en la cultura helenística
Este se refiere a los principios que inspiran el desarrollo armónico de las capacidades físicas y psíquicas del individuo, o más ampliamente, la “formación del carácter”.
Werner Jaeger, autor del magistral estudio sobre la paideia griega, (“Paideia: los ideales de la cultura griega”): sostiene que esta palabra no coincide exactamente con expresiones modernas como civilización, cultura, tradición, literatura o educación.
“Cada uno de estos términos se reduce a expresar un aspecto de aquel concepto general, y para abarcar el campo de conjunto del concepto griego sería necesario emplearlos todos a la vez”…
“Los antiguos tenían la convicción de que la educación y la cultura no constituyen un arte formal o una teoría abstracta, distintos de la estructura histórica objetiva de la vida espiritual de una nación. Esos valores tomaban cuerpo, según ellos, en la literatura, que es la expresión real de toda cultura superior”.
De esta suerte podemos afirmar, como una vez lo señalara Luis Alberto Cabrales, que la educación tiene raíces muy profundas en la poesía y la literatura y, a su vez, la literatura y la poesía tienen fuente de inspiración en ese mismo ideal del hombre por ellas soñado y definido. Y en este contexto Darío viene a ser una de las más altas cimas de la poesía universal.
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