Las condiciones climáticas que han favorecido a la intensidad de los incendios en Australia no son indiferentes para la región Centroamericana, que ya ha sido azotada por agudas sequías. Las altas temperaturas, la poca humedad y la intensidad de los vientos forman el coctel necesario para que la materia vegetal arda con cualquier chispa.
En el caso de Nicaragua, en el 2018 los incendios repuntaron. El régimen de Daniel Ortega intentó mantener la situación bajo control y decretó una alerta amarilla para varias zonas del país, además prohibió las quemas agrícolas hasta el inicio de la temporada lluviosa de ese año. La respuesta tardía para sofocar el incendio en la Reserva Biológica Indio Maíz, en el sureste del país, provocó que universitarios salieran a protestar, y que el régimen respondiera con represión.
El Instituto Nacional Forestal (Inafor) publicó en el Marco Presupuestario de Mediano Plazo 2018-2021, que en el 2016 se contabilizaron 6,570 hectáreas afectadas entre quemas agrícolas e incendios forestales y hubo 91 incendios. Abdel García, especialista en cambio climático del Centro Humboldt, cuestiona la ausencia de estadísticas sobre el desarrollo de incendios, lo que no permite conocer con certeza el impacto de los siniestros.
La organización ambiental para la que trabaja hace su propio conteo con base a los puntos de calor. En el 2018 contabilizaron 5,083 focos de calor y en el 2019 hubo un aumento de 151, es decir que en total fueron 5,234 puntos de calor, estos no necesariamente son incendios, pero sí permiten acercarse a la realidad de lo que pasa en los bosques.
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Estos datos no son oficiales, pero ayudan a monitorear el desarrollo de los incendios forestales, que siempre han sido un problema que se agrava durante la temporada seca, precisamente por las condiciones climáticas.
El miércoles 8 de enero, el Inafor dijo a medios afines al orteguismo que seguirán trabajando en el Plan Nacional de Prevención y Control de Incendios Forestales y Agropecuarios, por medio de asambleas educativas, capacitaciones, y dotación de herramientas a 150 brigadas comunitarias.
Pero para García, más allá del lanzamiento del plan, el problema de Nicaragua es de ambición, en correspondencia con las políticas públicas nacionales e internacionales. Es decir, que las acciones no están dirigidas a las causas del problema y en su lugar se centran en la atención de la emergencia, en el cómo poder reaccionar ante un incendio, pero no en cómo se puede evitar o en la transformación de prácticas agrícolas.
Condiciones más extremas
García explica que, según el comportamiento de los incendios en los últimos tres años, en la actualidad se cuentan con todas las condiciones para que un siniestro de este tipo se produzca con facilidad. Asimismo, especialistas en clima han advertido sobre la severidad de eventos climáticos, entre estos, la sequía, que estaría de la mano con la reducción de las precipitaciones.
Nicaragua padeció su última sequía en el 2015; sin embargo, las temporadas lluviosas se han presentado de forma errática, con períodos secos y días muy copiosos, lo cual tampoco ha favorecido a la recarga de los acuíferos y deja más vulnerable a los ecosistemas ante otras amenazas.