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Venezuela y las aguas profundas de la historia

Lo que continúa ocurriendo en Venezuela nos recuerda que no son los vientos que agitan el oleaje en la superficie lo que determina el movimiento y dirección de las corrientes oceánicas, sino la energía inagotable y portentosa que emerge desde sus aguas profundas. Eso mismo es lo que demuestra la prolongada e incansable epopeya cívica que protagoniza su bravo pueblo, confirmando que la historia es la reedición constante de la lucha de todos los pueblos del mundo, en demanda de reconocimiento y respeto a su derecho de construir, y vivir, en una sociedad de hombres y mujeres libres. Esta justa exigencia no es, obviamente, algo superficial ni de carácter pasajero. Se trata de una llama inextinguible que se origina y fluye desde lo más profundo de la naturaleza integral de la persona humana. Lo cual confirma, igualmente, que tampoco son las “influencias externas” lo que hace que los pueblos se subleven contra los imperios y dictaduras absolutistas que los oprimen. Y que no desisten, ni desistirán de su empeño, hasta conquistar la paz fundada en la justicia, la libertad y la democracia. Es decir, hasta hacer realidad la convivencia verdaderamente pacífica, asentada en la amistad cívica, que se rige por los principios y valores de justicia y libertad para todos los ciudadanos. La fuente que determina este comportamiento —no hay que olvidarlo, pues— reside igualmente en la profundidad insondable del Espíritu que, junto con la carne, configuran la naturaleza integral de todos los seres humanos creados por Dios a su imagen y semejanza. Esta condición, que es única e irrepetible, pues no está presente en las otras expresiones orgánicas e inorgánicas de la Creación, se llama “Parresia”, término derivado del griego que significa libertad del Espíritu Santo. Es un don especial que habita en hijos del Creador. Así nos lo recordó el papa Francisco en aquella memorable homilía pronunciada en la Plaza de San Pedro, al exaltar el carácter valeroso que distinguió a sus predecesores, Juan XXIII y Juan Pablo II, en ocasión de proclamarlos nuevos Santos de la Iglesia Universal.

San Pablo se refiere a este don de la “Parresia” cuando le dice en su carta a Timoteo: “Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos”. (2 Timoteo 1:6). Se trata, por extensión, de un recordatorio a todos los hijos de Dios para que no olvidemos que, a pesar de nuestra imperfección humana, fruto del pecado original, este don permanece dentro de nosotros, como una brasa que al avivarla hace que surja nuevamente la llama de la esperanza y la acción liberadora. Constituye, no cabe duda, un verdadero tesoro personal y comunitario, que la genial inspiración del poeta Rubén Darío ubica de manera alegórica en el corazón: “Mi corazón será brasa de tu Incensario”. De modo que no es de extrañar que esta expresión suela sonar extraña para quienes se han alejado de Dios, o simplemente no creen en Él. Y, por tanto, que les cueste un cuerno del demonio, y la mitad del otro, aceptar la existencia de esta inextinguible llama de la dignidad humana, proveniente de nuestro Divino Creador, que es la verdadera energía del Espíritu que mueve la historia desde sus profundidades insondables.

Existen otras muestras de la incapacidad de los materialistas para comprender y asimilar el alcance que tiene esta energía profunda y portentosa de la “Parresia” para transformar la historia, sin necesidad de recurrir al uso de divisiones bélicas blindadas para lograrlo, según las tesis sostenidas por Mussolini, Hitler y Stalin, por citar solo a los tres más conocidos referentes de los fascismos contemporáneos, que se amamantan, por la derecha y la izquierda, de misma ubre podrida totalitaria.

La más reciente y notoria de estas expresiones de desvarío es la de Vladimir Putin, al calificar como “tragedia geopolítica” (?) la histórica epopeya que significó para la humanidad el derrumbamiento pacífico del muro de Berlín y la reunificación de Alemania, seguido luego por el colapso del inhumano sistema de gobierno de los gulags soviéticos. (Por eso, tras leer dicha reveladora frase, que parece extraída del famoso “newspeak” orweliano, pensé que habría que revivir al autor de “Rebelión en la granja” para que nos ayudara a descifrar la intención que le subyace. Pero, con lo que ya hizo, y sigue urdiendo hacer en Ucrania y en Siria este heredero de los zares “de todas las Rusias”, es obvio que no hace falta.

La otra muestra, esta vez tragicómica, es esa repetitiva y cansina afirmación del dictador Nicolás Maduro de que son “factores externos” los que inducen al pueblo venezolano a protestar en las calles, plazas y avenidas por el pisoteo de su Constitución Política, la falta de alimentos y medicinas, la inseguridad y la sistemática violación de sus derechos humanos. Y, por si tal dislate no bastare para recordarle al mundo la ilegitimidad de su régimen montaraz, el reciente espectáculo de sus diputados corruptos huyendo por los pasillos del Congreso, al ingresar al recinto el presidente Guaidó, las pantallas de la TV mundial exponen al dictador haciendo mutis por su obsoleto circo del siglo veintiuno. ¡Toda una verdadera cátedra de ridiculismo antidialéctico y ridiculismo antihistórico!

Estos singulares personajes, pues, como queda visto, en vez de rectificar persisten, deplorablemente, en el error de querer imponer por la fuerza y el engaño (léase desinformación o “medidas activas”) su fracasado modelo totalitario, que los pueblos condenan y rechazan categóricamente. En efecto, con frases y mímicas extraídas de antiguos documentales cinematográficos en blanco y negro, intentan convencer a no se sabe cuál teleaudiencia de descerebrados con el cuento chino de que ahora lo que buscan es construir un “socialismo del siglo veintiuno” (?). Sin embargo, todavía no logran explicarnos ¿por qué en esas misma pantallas aparecen siempre bailando con la misma mona de rabo fascista-estalinista?

Pidamos, pues, la intercesión de nuestros santos papas, Juan XXIII y Juan Pablo II, para que Dios ayude a todos los gobernantes del mundo, comprender lo inhumano —y estéril— que resulta invertir en las fracasadas utopías genocidas del siglo pasado, y en sus sanguinarios proyectos de dominación. Porque, desde sus profundidades el Espíritu de la historia sigue y seguirá moviéndose en sentido de lucha por el respeto al derecho de todo hombre y toda mujer a construir —para vivir digna y pacíficamente— sociedades de hombres y mujeres libres, en todo el mundo. ¡Y que esa es la verdadera madre del cordero!

El autor es abogado y periodista, fue secretario ejecutivo del FOPREL (Foro de Presidentes de Poderes Legislativos de Centroamérica y la Cuenca del Caribe).

Opinión Aguas profundas historia Venezuela archivo
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