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San Pedro de Lóvago, masacre, Nicaragua

Docenas de campesinos trancaros las vías que conectan con Juigalpa, Acoyapa y Santo Tomás. Foto: Jader Flores/LA PRENSA

La masacre de San Pedro de Lóvago

¿Hubo una masacre en el tranque de San Pedro de Lóvago? Y si la hubo, ¿cuántos campesinos murieron? Este trabajo trata de despejar las incógnitas sobre uno de los hechos más violentos del 2018 del que se sabe muy poco

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14 de julio de 2018. Hasta ahora no existe un informe sobre lo que ocurrió ese día en la estratégica bifurcación conocida como “Empalme de San Pedro de Lóvago”, a 120 kilómetros de Managua, cuando fueron atacados campesinos de las montañas centrales de Nicaragua que habían levantado un tranque en protesta contra el régimen de Daniel Ortega.

Las versiones van desde una masacre con cientos de campesinos ejecutados, a veces respaldadas con videos de dudoso origen, hasta la versión oficial que la ignora. No sucedió para el Gobierno de Nicaragua, como en aquella masacre de las bananeras en Colombia, el 6 de enero de 1928, que Gabriel García Márquez relata en Cien años de soledad, cuando las autoridades trataban de convencer a los habitantes de Macondo que todo fue un sueño, que no hubo matanza, y que los obreros que ya no estaban solo era porque se habían ido a buscar mejores trabajos a otros lados.

Para mayo de 2018, en el Empalme de San Pedro de Lóvago, en Chontales, había uno de los aproximadamente 180 tranques que se levantaron en toda Nicaragua. Tal vez este era uno de los más importantes, pues paralizaba las tres vías que conectan con los municipios Juigalpa, Acoyapa y Santo Tomás. Este empalme era un punto clave por el que transitaba la producción agrícola y láctea de varios departamentos del país.

El campesino Nemesio Mejía, de 43 años, recuerda que les llevó una semana planear la toma. “Nosotros empezamos con un tranque el 23 de abril en Nueva Guinea (ubicada en el Caribe Sur). Ahí estuvimos ocho días, presionando desde allá para que dejaran de reprimir en Managua, pero nos dimos cuenta que solo estábamos desgastando a la gente. No hubo resultados en ese momento. Entonces, entre el primero y dos de mayo, tuvimos unas reuniones y decidimos avanzar. Acordamos que nos íbamos para el Empalme de Lóvago”, detalló Mejía, uno de los campesinos que se convirtió en coordinador de ese tranque.

El 10 mayo de 2018 los campesinos cerraron las tres vías del Empalme de Lóvago que conectan con los municipios Juigalpa, Acoyapa y Santo Tomás. El tranque se mantuvo durante dos meses y cuatro días y en él se concentraron, a veces más a veces menos, entre 1,000 y 2,000 campesinos de Punta Gorda, Río San Juan, El Almendro, Juigalpa, Santo Tomás y Chontales.

Estos campesinos tenían ya una larga experiencia de protesta. Provenían en su mayoría del Movimiento Anticanal que demanda respeto a sus tierras y la derogación de la “Ley especial para el desarrollo de infraestructura y transporte nicaragüense atingente al canal, zonas de libre comercio e infraestructuras asociadas”, Ley 840.

Los campesinos estuvieron tan bien organizados que la comida y la vigilancia nunca les faltó. “Nos llevaban vehículos llenos de comida. Camiones con queso, quiquisque, yuca, plátano y reses destazadas. Un día fue tanto que tuvimos que poner un día para cada uno de los que querían donar comida porque llegaba tanta que estábamos desperdiciando”, recordó Mejía.

El padre Carlos Abea Balmaceda, en ese entonces párroco de la iglesia San Martín de Porras en Nueva Guinea, afirma que visitó en 12 ocasiones el tranque de Lóvago y fue “cuando más carne comí en mi vida. Ahí casi todos los días mataban reses. Sus familias mandaban comida. Llegaban camiones con los productos que ellos siembran en sus tierras. La alimentación nunca les faltó en ese tranque”.

“Compartían hasta con los que no podían pasar por el tranque”, comentó el religioso.

El coordinador del tranque de Lóvago señaló que con tanta gente congregada tuvieron que organizarse en tres grupos, aunque los de Punta Gorda coordinaban todo el tranque, que cuidaban cada vía que conectaba con Juigalpa, Santo Tomás y Acoyapa. Pero en las noches, cuando el apoyo era menor de parte de los comunitarios de Juigalpa y Santo Tomás, los de Punta Gorda apoyaban el cuido de las barricadas.

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La vigilancia, según el relato de Mejía, fue difícil para los campesinos, ya que tuvieron pocas y malas horas de sueño. En esos dos largos meses de protesta desde el tranque, los campesinos durmieron encima de piedras, sobre retazos de plástico negro o cartón. Los más afortunados sobre hamacas y otros, más confiados, sobre el monte colindante de las carreteras.

“No dormíamos ni una hora seguida por la incomodidad y por el temor de que nos podían llegar a atacar”, reveló Mejía.

El coordinador del tranque de Lóvago recuerda que varios campesinos “salieron locos” por el cansancio acumulado y el temor a ser asesinados. “Fueron más de dos meses sin poder dormir bien. No había descanso. Fue muy duro. Un muchacho de pronto empezó a hablar incoherencias y lo tuvimos que llevar a internar por varios días. Mucha gente salió como traumada de ahí porque tenía miedo y no lo decía”, refirió Mejía.

El padre Abea apuntó que dos días previos a la emboscada del 14 de julio de 2018, por accidente, una persona que conducía en estado de ebriedad no hizo caso del tranque y atropelló a uno de los manifestantes. “El hombre murió y tuvimos que llegar a mediar porque el conductor andaba ebrio”, lamentó el sacerdote de Nueva Guinea.

Otro de los momentos dolorosos, pero emotivos, según Mejía, sucedió cuando los campesinos rindieron homenaje al estudiante Kevin Valle. El joven falleció durante el ataque contra los estudiantes atrincherados en la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli).

El féretro de Kevin Valle pasó por el empalme de Lóvago, pues era oriundo de La Gateada, del municipio Villa Sandino, en Chontales. Por lo que, ante la petición de los campesinos, sus familiares permitieron que, por unos minutos, se le rindiera un homenaje.

El emotivo acto póstumo inició cuando los campesinos alzaron la bandera azul y blanco. Después, formaron una cadena humana y entonaron las notas del Himno Nacional, mientras el ataúd con el cuerpo de Valle avanzaba lentamente encima de un camioncito.

El coordinador del tranque de Lóvago dio un discurso a todos los que estaban en ese momento cuidando el tranque. “Les dije que estuviéramos preparados porque lo que le pasó a ese chavalo nos podía pasar a cualquiera de nosotros. Él murió por buscar libertad para Nicaragua y nosotros también estábamos expuestos a ese sacrificio y sufrimiento”, advirtió Mejía ante los quebrantados campesinos que apoyaban el luto de la familia de Valle.

Operación Limpieza

Los más de 180 barricadas y tranques que se levantaron en toda Nicaragua fueron desalojados a punta de bala por la dictadura Ortega-Murillo. LA PRENSA/Jader Flores

El temor y el cansancio empezaron a hacerse notar. La brutal Operación Limpieza que ejecutó el gobierno ya había comenzado, desmontando a balazos, uno por uno, los tranques del país. Para comienzos de julio, los tranques vecinos de Santo Domingo, Juigalpa, San Pedro y Morrito estaban desmontados y los dejaba, prácticamente, indefensos a una posible emboscada de parapolicías, policías y militares. Mejía recuerda que ya para el 13 de julio no llegaban ni a los 500 los campesinos que seguían apoyando, al menos presencialmente, el tranque de Lóvago.

Días previos a la brutal emboscada, las sospechas de un posible ataque al tranque de Lóvago llegaron cuando comunitarios avisaron a los coordinadores que en una comunidad cercana al lugar se estaban congregando unas 400 personas del Ejército de Nicaragua.

“La gente que vive cerca de la comunidad Tierra Blanca nos dijo que vio a militares congregados y con la desmontada de varios tranques cercanos ya, pues, casi que nos tenían rodeados. Entonces, comenzó a madurar la decisión de irnos”, confesó Mejía.

Sumado a la caída de tantos tranques cercanos, que de una u otra manera protegían al tranque de Lóvago, los campesinos reciben la noticia, en horas de la tarde del 13 de julio de 2018, que han detenido a Medardo Mairena y Pedro Mena, también fundadores del Movimiento Anticanal, en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino en Managua.

El sentimiento de que es hora de irse se vuelve latente. El campesino de iniciales M.G., que llamaremos Luis para proteger su identidad, asegura que, para ellos, como miembros del Movimiento Campesino, una de las razones más fuertes para dejar el tranque fue la detención de Mairena. “Creímos que si dejábamos el tranque podían aflojar (dejar libre) a Medardo, pero en vez de eso nos atacaron con balas, cuando en el tranque, como todos éramos campesinos, solo andábamos con nuestro machete, otros con piedras, garrotes, huleras y algunas que otras pistolitas que se usaban para cuidar las parcelas”.

El coordinador del tranque de Lóvago reunió a la gente que quedaba y les habló con franqueza. “Les dije que prefería abandonar el tranque y no permitir la muerte de ningún campesino. Me iba a doler que me mataran a la gente por seguir, aunque ya no hubiera más apoyo de otros tranques”, reveló Mejía.

La masacre

Juan fue impactado por 11 perdigones de tiros de escopeta en su espalda, pierna y hombro. Quedó parapléjico, orina por sonda y defeca con la ayuda de lavados. LA PRENSA/Óscar Navarrete

La mañana del 14 de julio de 2018, algunos campesinos, sin consultar a los coordinadores del tranque de Lóvago, llamaron al padre Abea para informarle que tenían planeado levantar el tranque. También le confiaron que pidieron acompañamiento del obispo René Sándigo y que este se había negado.

“Ellos (los campesinos) intentaron negociar que el obispo llegara y se lograra la desmovilización del tranque, pero el obispo de Chontales se negó. Dijo que él no iba”, confirmó el religioso.

El sacerdote afirma que el desmontaje inició desde las 5:00 de la mañana, cuando en grupos pequeños, los campesinos empezaron a retirarse hacia sus casas. El coordinador del tranque de Lóvago asegura que la mayoría, unos 200 o 300 campesinos, partió entre las 9:00 y 10:00 de la mañana de ese 14 de julio con rumbo a la carretera que conecta con Santo Tomás.

“Les dije: ¡Nos vamos, nos vamos! ¡Súbanse a los camiones! Y arrancamos en una especie de caravana”, describió Mejía.

Los coordinadores del tranque iban en un vehículo pequeño y pretendían ir a la cabeza para informar a los demás si veían algo sospechoso. Mejía recuerda que, metros antes de llegar a la zona de la Poza Azul, lugar en que los atacaron, siempre sobre la carretera Santo Tomás, recibió una llamada en la que le advertían que los estaban esperando.

“Consulté al conductor a cuánto estábamos del punto que me dijeron y, lamentablemente, ya estábamos a menos de 800 metros. Inmediatamente le dije que se parara. Hicimos señas a uno de los camiones para que se detuvieran, pero siguió y ahí se armó la balacera porque nos estaban esperando”, lamentó Mejía.

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El sector de la Poza Azul, donde ocurrió la emboscada, está a unos nueve kilómetros del Empalme de Lóvago. Los campesinos que presenciaron el ataque aseguran que vieron entre 40 y 80 paramilitares, policías y oficiales del Ejército desplazados en ambos lados de la carretera.

La lluvia de balas contra el grupo de campesinos desarmados duró más de 30 minutos. Algunos que, afortunadamente, no resultaron heridos cuentan vieron las balas impactar en el pavimento y cómo otras impactaron en los cuerpos de sus hermanos de lucha.

“Las balas me pasaron tan cerca que las escuché chillar mientras todos nos corríamos. Era un momento de sálvese quien pueda y corríamos hacia ambos lados de la carretera”, rememoró Mejía.

Luis, a diferencia de Mejía, venía en uno de los camiones que traían piedras canteras, cuando fue víctima del ataque.
“Todo fue rápido. Se escucharon las detonaciones. El camión frenó en seco y todos buscamos cómo tirarnos y huir hacia el monte”, contó el campesino, ahora desde un punto de Nicaragua en el que se esconde por temor a ser asesinado por la dictadura Ortega Murillo.

Relata que vio a policías y militares disparándoles con armas de alto calibre y, cuando empieza a correr sobre la carretera, sintió como algo caliente le destrozaba su pierna. “Le grité a mis compañeros: ‘¡Me dieron! ¡Me dieron!’ Pero solo me decían: ‘¿Dónde?’, mientras corríamos con dirección al monte”, relató Luis.

En el cuerpo de Luis impactaron nueve perdigones de un tiro calibre 12 de escopeta. Las balas se alojaron en su pierna izquierda y parte de su abdomen, destruyendo tendones y parte de su intestino.

Al mismo tiempo, otro campesino al que llamaremos Juan, de 34 años, también fue alcanzado por las balas luego que se bajó del camión de piedras canteras, que usaban para retirarse del tranque. El también agricultor fue vapuleado durante el ataque. En su cuerpo impactaron 11 perdigones de tiro calibre 12 de escopeta. Le destrozaron la médula espinal. Quedó parapléjico.

El campesino Juan Gabriel Mairena, hermano de Medardo Mairena, también fue alcanzado por las balas durante la emboscada. El joven campesino se trasladaba en la parte trasera de un carro pequeño, junto a otros cinco manifestantes, y al ver la balacera salieron del automotor buscando el monte. Antes de poder esconderse entre árboles y maleza, Mairena fue alcanzado por dos proyectiles de AK-47. Lo impactaron en el hombro y en el antebrazo izquierdo, restándole fuerza y movilidad a su extremidad.

Al hermano de Mairena lo dieron por muerto. Mejía describe que, en el momento cuando le dan el arma casera que portaba Gabriel toda manchada de sangre, fue como “cuando uno pierde un hijo. Fue devastador. Creían que lo habían terminado de rematar porque lo dejaron a unos 800 metros dentro del monte, bajo un palito”, recordó Mejía.

Gabriel indicó que, al ser dejado bajo el árbol por compañeros que le ayudaron a seguir, recobró fuerza y caminó durante cuatro días en las montañas con rumbo a Nueva Guinea. El desmedido ataque y las largas horas de caminatas que los más de 200 campesinos tuvieron que recorrer hasta sentirse “seguros”, además de la falta de comunicación entre los miembros del Movimiento Anticanal, hicieron que muchos pensaran que las muertes habían sido más numerosas.

Muertos y heridos

“Se habló de más de 20 muertes, pero no las puedo asegurar porque yo no me quedé ahí. Todos nos corrimos”, aseveró Mejía.
El padre Abea relató que, quizás, los muertos más “comprobados” fueron los tres ciudadanos que conducían y eran ayudantes del camión en el que se trasladaron los campesinos, pues afirma que días posteriores a la emboscada pudo tener cierto contacto con, aproximadamente, el 90 por ciento de los que iban en esa caravana.

Los organismos internacionales de derechos humanos, pese a estar presentes en ese tiempo en el país, no registraron datos exactos sobre ese ataque a los campesinos que trancaron el Empalme de Lóvago.

No obstante, en su Informe Anual 2018, Capítulo IV sobre Nicaragua, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) califica como “los incidentes más violentos ocurridos en el marco de la operación limpieza los que tuvieron lugar en áreas campesinas como Morrito, departamento de Río de San Juan y San Pedro de Lóvago, en Chontales”.

El número de personas asesinadas en Nicaragua, del 18 de abril al 30 de julio de 2018, ya ascendía en 317, según el reporte de la CIDH.

En las primeras horas de la mañana de ese 16 de julio de 2018, ya con el permiso de la Policía, el padre Carlos Abea logró que le permitieran ver cómo había quedado el lugar y comprobar, con sus propios ojos, si había cuerpos de campesinos tirados en la Poza Azul o en los alrededores de la carretera que conecta hacia Santo Tomás.

El religioso recuerda que muchos, antes de que pudiera ingresar a la zona, le pidieron que llevara “varias bolsas negras y cal”, pues le decían que los cuerpos de campesinos asesinados podrían ascender a más de 20.

El sacerdote se hizo acompañar de una ambulancia al punto de la emboscada, pero el panorama, aunque no era nada alentador, “gracias a Dios no me encontré con ningún cuerpo, pese a que en ese tiempo muchos hablaban de la muerte de Gabriel Mairena. Pero a él tampoco lo vi porque gracias a Dios tuvo la fuerza de huir herido. Las muertes que puedo asegurar que se dieron fueron las de tres; conductor y ayudantes del camión en que viajaron los campesinos”, afirmó el sacerdote.

El religioso recuerda que varios campesinos le informaron que los tres que iban en la cabina del camión “no se corrieron porque no eran tranqueros”, pero como el ataque no paró hasta varios minutos después, lamentablemente, también fueron alcanzados por las balas.

El punto donde ocurrió el ataque, aunque ya habían transcurrido casi 48 horas desde la emboscada, el padre afirma que parecía como si un huracán acababa de pasar. “El ambiente era silencioso y muy tenso. Todo estaba decadente, como que acababa de pasar un huracán, que deja todo tirado. Había en ese tramo un montón de trastos tirados, ropa y zapatos. Había de todo porque los campesinos se tiraron a ambos lados de la carretera y les tocó correr para salvar sus vidas”, lamentó el religioso.

El padre recorrió hasta 800 metros a la redonda de donde ocurrió la emboscada, pero no encontró ningún cuerpo. “No vi ningún cuerpo, pero sí muchos heridos”, dijo el en ese entonces párroco de Nueva Guinea, ahora confinado desde el exilio en México pues su vida corría peligro por haber ayudado a los campesinos.

Tras más de seis horas de búsqueda sin resultado, el sacerdote decidió abandonar el lugar, pero afirma que regresó los 17 días posteriores para rescatar a los campesinos que se escondían heridos en la montaña.

Mejía reveló que estuvo en coordinación con el padre Abea, luego que consiguió cargar su celular, para indicarle las ubicaciones de los heridos o refugiados que estaban en diferentes puntos en la montaña. El religioso recuerda que hubo ocasiones en las que recorrió hasta dos o tres horas en vehículo para poder llegar a los puntos donde se escondían los campesinos.

El coordinador del tranque de Lóvago tuvo que recluirse en la montaña durante ocho días, hasta que cruzó hacia Costa Rica. Gabriel, por el contrario, caminó cuatro días solo, en busca de atención médica. Todos lo daban por muerto. Llegó a Nueva Guinea y un médico le dio medicinas y lo suturó, pero le dijo que no podía hacer más pues si no lo mataban. Al mes y siete días, Mairena también estaba cruzando la frontera hacia Costa Rica para preservar su vida.

Luis y Juan, horas después del mismo día de la emboscada, fueron llevados por defensores de derechos humanos, enviados por Abea, a una clínica privada en Juigalpa. Ambos pasaron varias semanas hospitalizados.

En total, el sacerdote asegura que apoyó a unos 18 o 20 campesinos que permanecían heridos en las montañas. Uno de los casos que más impactó a Abea fue el de un campesino de unos 90 años, que tenía dos balazos en la pierna izquierda, sobre la rodilla.

“Me impactó su capacidad de amor por los demás y su convencimiento de que su lucha era justa y que si moría valía la pena”, comentó el sacerdote.

La celebración por los rescates efectivos no duró mucho, ya que el religioso se enteró que varios, unos 12 campesinos, habían sido detenidos por la Policía. La mayoría eran oriundos de una comunidad conocida como La Campanera. Hasta la fecha el padre afirma que no supo nada de ellos.

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