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El hijo del “asesino”

Hace algunos años, el escritor Ulises Juárez me leyó el comienzo de una novela que le había impresionado de otro colega nicaragüense. Era una frase tremenda. Si alguien la reconoce, ruego me recuerden a qué obra y autor pertenecía. De lo que sí me acuerdo es de la voz de Ulises leyéndola con estremecimiento. Decía algo parecido a esto: “Muchos me preguntan qué sentí al cuidar de un asesino, pero yo les respondo qué tal si el asesino fue antes mi padre”.

Vino a mi memoria la frase cuando vi el recibimiento que le dieron a uno de los hijos de los Ortega-Murillo en Madrid, al grito de “¡asesino, asesino!”. Se trataba de Laureano, que atendía a un evento relacionado con el turismo. No debe serle muy cómodo viajar por países donde le gritan las cosas que le gritarían a su padre en caso de que este se atreviese a salir de su zona de confort, entre El Carmen, Cuba y Venezuela.

Se trata de un presidente que no puede viajar a países con libertad de expresión porque no solo ha arrasado con todos los principios democráticos sino que ha causado cientos de muertos. Teme que le humillen en el extranjero con insultos, o aún peor, con la indiferencia, como ya ha pasado alguna vez. Por eso, parece no tener reparos en sacrificar a sus hijos, y los expone a la humillación, las sanciones, o al mal trago de las preguntas incómodas.

No conozco a Laureano, pero lo vi de muy joven, un 19 de julio, cuando su mamá lo presentó como tenor en ciernes, y cantó un aria frente a la multitud. Si ignorásemos totalmente su entorno nos parecería un muchacho con sueños de intérprete en un lugar muy ajeno al bel canto. Más tarde, con la ayuda de sus padres, ha hecho del teatro Rubén Darío casi su escenario particular. Ha moldeado su cuerpo, seguramente, en horas de gimnasio, y se viste con trajes tallados y complementos de marcas al alcance de muy pocos. Además de promover sus habilidades artísticas, parte del dinero de todos los nicaragüenses, se ha dedicado a pagar los gastos de Laureano en sus relaciones comerciales internacionales con negocios tan exitosos como los del canal del que nunca más se supo.

Un muchacho que quería cantar y que hoy soporta que lo llamen asesino al salir del Carmen. Probablemente él no estuvo en las decisiones que provocaron las muertes de abril, mayo y los demás meses negros de 2018. Pero la indignidad y cobardía de su entorno es cruel y acabó por engullirlo y mancharlo. Es costumbre de dictadores cerrar el círculo de confianza cada vez más, hasta quedar en su propia familia, y arrastrarla con él a su destino final.

El autor es periodista y escritor.

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