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Si LA PRENSA muere…

Asesinada por falta de comida. Huelga de hambre, obligada por la dictadura, por la absoluta carencia de alimentos materiales: los insumos, papel, tinta, placas, todo lo que un diario escrito necesita para ser editado y seguir informando con “verdad y justicia” a la población nicaragüense como lo viene haciendo desde hace 93 años. 75 semanas de abstinencia es un ayuno mortal impuesto por la tiranía de una Aduana sumisa a los mandatos de la dictadura.

Si LA PRENSA muere, los escritores nicaragüenses tendremos que guardar un luto riguroso. Todos debemos a LA PRENSA y sobre todo a La Prensa Literaria, haber entrado por la puerta grande a la vida intelectual. Porque fue así: primero el doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya y don Horacio Ruiz, en mis recuerdos personales, ambos escritores muy críticos y selectivos. Ser joven y admitido tu escrito en LA PRENSA era un paso dado con pie derecho. Luego con Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, más abierto que su padre a la participación de escritores jóvenes y sobre todo Pablo Antonio Cuadra en La Prensa Literaria de los domingos, donde la publicación del poema de un novato era una consagración, la entrada al estrecho mundo de la literatura selecta o prometedora. Así entraron muchos, hoy notables como Jorge Eduardo Arellano, Gioconda Belli, Vida Luz Meneses (q.e.p.d.) y tantos y tantas que se escapan al recuerdo urgente de escribir este artículo.

Yo soy deudora insolvente de LA PRENSA. Presento un detalle: en 1950 Pedro Joaquín Chamorro, sin pedírselo, me dio carnet como corresponsal de LA PRENSA en California al referirle que iría a vivir a San Francisco. Un periódico en español del lugar publicó un escrito mío sobre “Los Pachucos”, un grupo antecesor de los hippies. A mi nombre agregó: Corresponsal de La Prensa. Nicaragua.

Años antes iba yo frecuentemente a LA PRENSA, cuando estaba en su vieja casita de la calle El Triunfo, ayudaba a mi inolvidable amiga Saturnina Guillén a “corregir pruebas”. Ignoro si esa función existe en periódicos modernos.

Pienso que si existiera la corrección no pasarían esos errores gramaticales que observo en LA PRENSA actual. Escribir “a como” afea el idioma que manda no anteponer a la conjunción “como”, la preposición “a”. Llevan algunos escritos otros errores sobre los que escribiré, como crítica sana, al periódico que amo y por el que guardaría un luto eterno si la dictadura lo asesina como a tantos muchachos. Tantos campesinos, tantos niños.

Quiera Dios que mis temores no se cumplan. Escritores hagamos votos, los votos por todos conocidos para que LA PRENSA no muera.

La autora es profesora retirada.

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