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Ser luz y ser sal

Hay en nuestra vida dos elementos que nos son muy y básicos y que utilizamos diariamente, como son la luz y la sal.
Jesús nos habla de ser luz y sal: “Ustedes son la luz del mundo, cuiden de no esconderla” (Mt.5,14). “Ustedes son la sal de la tierra… cuiden de no echarse a perder” (Mt. 5,13).

c. La sal está hecha para evitar la corrupción de los alimentos, curar y dar sabor, no a sí mismo sino a las cosas y las personas.

Ser luz: es hacer que otros vean con claridad y disipen las tinieblas de la duda, de la ignorancia, del no saber. Es estar siempre al servicio de los otros brindándoles la posibilidad de que conozcan la verdad, enseñándoles caminos, orientándoles y brindando todos esos bellos principios que le dan sentido a la vida.

Es ayudar para quitar confusiones y resolver interrogantes. Es hacer del hogar, con el testimonio de la vida y de las obras, una escuela permanente de valores.

Es dar fe, comunicar fe, prender la llama de la fe en los demás, con la palabra y con la vida por delante, como nos dice Jesús: “Brille así su luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos” (Mt. 5,16).

Nuestras obras y nuestras manos siempre deben ser luz.  Nuestras manos deben estar siempre abiertas, llenas de luz para darnos con toda generosidad siempre a los demás.

Jesús es la luz del mundo, porque nos lleva a la verdad, a caminar por el camino correcto sabiendo a dónde debemos ir.

Ser sal: es curar heridas y resentimientos. Es darle un sabor agradable a la vida y a la convivencia. Es trabajar para que este mundo, nuestra vida, nuestra familia no se corrompan.

Es ayudar para que los demás le encuentren un buen sabor a la fe, a la vida, al diálogo y a la convivencia; por eso decía San Pablo: “Que su comunicación sea agradable y nunca le falte el grano de sal” (Col. 4, 6). La fe es la sal de la vida.

Ser luz y ser sal es construir un mundo solidario en el que pueda haber pan, vestido y vivienda para todos; en el que nadie le dé la espalda a su hermano…  Entonces, brillará en nosotros la luz como la aurora y nuestras heridas se sanarán” (Is.58,7-8).

Nadie que mire la vida de una manera egoísta podrá ser luz o sal para los demás. La sal y la luz tienen una dimensión primordial: ser para los otros.

Lo propio de la luz y de la sal es ser de utilidad para todos. Porque Jesús puso toda su vida al servicio de los demás, por eso, pudo decir de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8, 12).

Porque Jesús quiere que nuestra vida de fe nos lleve a estar siempre al servicio del hermano, por eso nos pide que seamos luz y sal en este mundo y para este mundo (Mt. 5,13-14).

Hoy, en medio de tanta confusión en la que se vive, en un ambiente en el que no sabemos dónde está la verdad o el bien, ante un mundo lleno de oscuridad, desabrido y corrupto, todos estamos llamados a ser sal y luz.

Vivimos en un mundo falto de orientación y de razones por las que vivir. Los cristianos no podemos olvidar que tenemos una grave responsabilidad: ser luz y sal con la palabra y la vida.

La luz y la sal no se esconden ni se guardan. Lo suyo es darse, estar al servicio de los otros. Dios te bendiga.

El autor es sacerdote católico

Opinión Ser luz y ser sal archivo
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