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formas de mortalidad, poetas, Carlos Gadel

Paraíso acosado

Cuando el gobierno de Chávez en Venezuela abrió la oportunidad de importación de carne nicaragüense pagada a precios preferenciales, la invasión de las tierras de la reserva y el consiguiente despale se aceleró

El pueblo mayangna, que su propia lengua quiere decir simplemente “nosotros”, es el más antiguo en haberse asentado en territorio de Nicaragua, y ahora habita, junto con el pueblo miskito, igualmente milenario, la selva tropical húmeda de Bosawas, vecina al mar Caribe.

Esta área fue declarada reserva de la biosfera por la Unesco en 1997, y abarca 20 mil kilómetros cuadrados, el tamaño de El Salvador. Junto con la reserva del río Plátano de Honduras, al otro lado de la frontera, representa el segundo pulmón más grande del hemisferio, después del Amazonas.

Bosawas es un rico y vasto laboratorio de la naturaleza, donde convergen la flora y la fauna del norte y sur del continente americano. Todo un patrimonio de la humanidad que se ha convertido más bien en un teatro de saqueo despiadado: 42 mil hectáreas de bosque son taladas cada año para el negocio ilegal de maderas preciosas y la introducción forzada de la ganadería intensiva en tierras que ni siquiera son aptas para pastos.

Y mientras la frontera agrícola avanza, y el negocio de la venta de tierras se encuentra en manos de mafias que también tienen que ver con el narcotráfico, los mayangnas y miskitos son expulsados de su hábitat natural, sus aldeas son incendiadas, y caen asesinados.

Cuando el gobierno de Chávez en Venezuela abrió la oportunidad de importación de carne nicaragüense pagada a precios preferenciales, la invasión de las tierras de la reserva y el consiguiente despale se aceleró.

En 2001, los mayangnas fueron favorecidos por un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que otorgó a los pueblos indígenas de Bosawas el derecho a poseer un territorio colectivo, y en 2008 el gobierno tituló a su favor cerca de 80 mil hectáreas.

Pero fue papel mojado. En 2005, Elaina Rufos, habitante de una de esas comunidades agredidas, declaraba: “Ahora tenemos problemas porque llegaron tres grupos de mestizos. Ellos fueron mandados por el gobierno y ellos quieren trabajar ahí. Dicen que quieren comprar el bosque y nosotros no queremos”.

Los “colonos” se valen de artimañas legales frente a una comunidad que tiene medios muy escasos para defenderse. “Hemos encontrado a colonos con escrituras públicas que abogados y notarios han hecho, pero todo eso es falso”, dice el dirigente mayangna Javier Hanzak.

El 29 de enero de este año, 80 hombres armados con fusiles de guerra, rifles de cacería y machetes, de un grupo llamado “Kukalón”, asaltó la comunidad mayangna de Alal. Mataron a seis pobladores, e incendiaron 16 viviendas, mientras las mujeres, niños y ancianos corrían a esconderse en el bosque.

“Mataron a nuestros hermanos con machetes, cuchillos y balas; muchos se quedaron sin vivienda y recursos económicos”, dice Byron Bucardo Miguel, uno de los líderes del poblado. Hasta ahora, solo uno de los agresores ha sido capturado por la Policía.

A quienes invaden los territorios indígenas de Bosawas les es completamente ajeno el mundo de los mayangnas y de los miskitos, sus creencias ancestrales, y el carácter sagrado que para ellos tienen la selva, los árboles y los ríos.

“Somos un grupo indígena que vive a la orilla de ríos pequeños, afluentes de los ríos Prinzapolka, Coco y Wawa. Somos personas humildes y a la vez muy orgullosas… vivimos rodeados de seres vivos tanto vegetales como animales”, dice un mayangna.

Frente a la desidia y el olvido, Bosawas se irá reduciendo de tamaño a paso acelerado, y con ese espacio vital irán desapareciendo también sus habitantes, expulsados o asesinados. Y el “nosotros” que significa la palabra mayangna, se disolverá en nada.

El autor es escritor. Baton Rouge, febrero 2020

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Columna del día Paraíso acosado archivo

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