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Una tensa liberación

Existe la asfixia parcial. El paciente la sufre acosado por el tormento de la inestabilidad.

El papel en crisis es también un paciente.

Tiene alma porque tiembla en las manos del lector.

LA PRENSA depende de ese oxígeno, es un instrumento del espíritu distinto a la sensibilidad del ser humano, pero ha sido un enfermo adolorido, reprimido durante todo el tiempo en que estuvo latente la protesta contra el bloqueo.

La campaña fue sostenida en la columna vertebral del titular con la aritmética de contar los días en que estuvo asfixiada por la ausencia de los derechos que le competen como medio al servicio de la comunidad necesitada de su presencia.

El recordatorio cotidiano mantuvo expectantes las pupilas del lector, quien fue también un paciente oprimido no solo por el efecto indirecto sino por el directo de la privación en lo que fue una injustificada censura porque sin libertad de prensa estaba condenada como decía el doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal a carecer de los elementos indispensables de la libertad integral.

La limitación severa de las páginas, las circunstancias pusieron en el espejo la sombra gris de la censura. Esta no se oficializó en el escalafón penal como el que hubo con los rigores específicos del Código Negro, pero con solo la prohibición que su cuerpo sufriera la ausencia del papel y de otros derivados esenciales con solo eso bastaba para que estuviera castigada.

Así estuvieron las libertades públicas consignadas por espléndida igualdad en el articulado de los derechos humanos con el mismo significado en favor del destino de las palpitaciones vivientes.

Ninguno de sus artículos es distinto, ninguno es contradictorio. Si se viola uno, se violan todos. Alimentarse es un derecho que tiene el mismo voltaje del derecho de informarse.

Nunca imaginé dentro de lo increíble que sacar de la cárcel a noventa toneladas de papel iba a ser un espectáculo público susceptible de justificar a una conferencia de prensa que lució los atributos de ser una exclusiva con atuendo de pupilas estupefactas. Caso único pudo ser la sepultura del único medio impreso de la tierra a sus noventa y tres años de edad, por tanto un anciano formidable.

Por primera vez dejó de ser reo durante setenta y cinco semanas, en contubernio con la oscuridad. Cuando ya el material se agotaba se presentía el silencio fúnebre.

No pocas veces confesé a Luis Sánchez Sancho el motivo deprimente de olfatear esa posibilidad en tantos años de beligerancia epónima. Luis nunca dejó de ser un profesante de la visión óptima.

En síntesis el papel fue beneficiario de una grata metamorfosis: De ser víctima del ostracismo pasó a ser un instrumento ineludible de la libertad.

El autor es periodista.

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