14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.
Nicaragua, sanciones, Daniel Ortega

Manoseo al Ejército

El problema con el Ejército ha sido el afán de Ortega de manipularlo, desvirtuando su independencia, junto con la complicidad en dicho esfuerzo de algunos cuadros superiores, en particular el general Avilés

Hace unos años atrás, el Ejército era una de las instituciones más respetadas de Nicaragua. Era un sentir popular reflejado en las encuestas de opinión. Ya no más. Los últimos sondeos detectan un grave deterioro de su imagen, mientras se multiplican las críticas. Algunas han sido injustas, como el acusarlo de haber sido cómplice en la masacre de 2018 por no desarmar a los paramilitares, cuando la única forma de hacerlo hubiese sido confrontando a Ortega y sus matones. También son injustas las críticas que se extienden a toda la institución en forma indiscriminada, porque si bien es cierto que algunos en la cúspide jerárquica las merecen, son muchos los oficiales y clases que conservan su profesionalismo y que aspiran a ser miembros de una institución digna y honorable.

El problema con el Ejército ha sido el afán de Ortega de manipularlo, desvirtuando su independencia, junto con la complicidad en dicho esfuerzo de algunos cuadros superiores, en particular el general Avilés. Entre ambos barrieron con la noble y excelente ley, dictada por el gobierno democrático de doña Violeta y obedecida por los gobiernos anteriores al dictador, que mandataba la rotación de los mandos cada cinco años y que fue obedecida por cuatro generales: Humberto Ortega, Joaquín Cuadra, Javier Carrión y Omar Halleslevens. Era una práctica sana, profesional, que promovía la renovación y el ascenso de los oficiales, y que fortalecía la institucionalidad sobre el personalismo.

Pero Ortega temía una rotación que pudiera llevar a la comandancia general a oficiales que quizás no contaban con su absoluta confianza. Por eso buscó asegurarse que Avilés, quien le es fiel a toda prueba, ocupara el puesto máximo indefinidamente. Así, con sus diputados, nombrados a dedo por el mismo, cambió la ley y permitió la reelección indefinida. El hecho, en sí, era una bofetada o manifestación de desconfianza hacia el resto del estado mayor, pero entonces el dictador tuvo la sagaz idea de ofrecer a los que quedaban “parqueados” premios de consolación muy consoladores. Así nombró, por ejemplo, al general Oscar Mojica, quien estaba en la línea de sucesión, presidente de INE (Instituto Nacional de Energía) y luego Ministro de Transporte, hasta que Estados Unidos lo sancionó acusándolo de corrupción y violación a los derechos humanos.

Esta tercera elección de Avilés es una afrenta a la esencia de la institución militar y una manifestación, flagrante y descarada, del afán de Ortega por enlodar y corromper al Ejército, sometiéndolo a sus designios dictatoriales.

Señala también una debilidad ética en aquellos cuadros que se han dejado comprar por muchas monedas de plata, traicionando la misión de una institución que no es servir a una familia, ni mucho menos a un déspota, sino a toda la nación. Precisamente, el ejército nacional de hoy nació de una lucha a muerte contra una dictadura dinástica. Es una tragedia y una mancha para él, volver a convertirse en guardia pretoriana al servicio de otra.

Afortunadamente subsiste la esperanza. Hay en el estamento militar oficiales dignos que no están contentos con esta involución; soldados de la patria que aspiran a servir, vivir y exponerse, en una institución verdaderamente íntegra, profesional y patriótica. Ellos tienen el deber, y la oportunidad, de hacerse sentir, conscientes de que antes de la obediencia a órdenes verticales, deben oír la voz de su conciencia, y que antes de la lealtad a autoridades, producto de una voluntad malsana, está la lealtad a la constitución y a la patria. Las próximas elecciones, cuando ocurran y como ocurran, serán una prueba decisiva del temple y valores del estamento militar. Pues su deber exclusivo es obedecer a un gobierno legítimo, y este sólo lo es si procede de la voluntad popular expresada en elecciones verdaderamente libres. Cualquier otra cosa, producto de comicios o procesos que no sean amplia e internacionalmente reconocidos como limpios y representativos, no es constitucional, ni digna de respeto ni de obediencia. El Ejército deberá actuar en consecuencia, si quiere escapar de la ignominia y ocupar un sitial de honor en nuestra historia.

El autor es sociólogo, autor del libro de historia En Busca de la Tierra Prometida

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí