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LA PRENSA, aniversario, Nicaragua

Edificio La Prensa, antes del terremoto del 1972 / LA PRENSA. Mauricio Orosco P. Digitalización: Yury Salvatierra M.

Los momentos más duros de LA PRENSA

Cierres temporales, cierres “indefinidos”, terremotos, bombardeos, destierro, prisión y el asesinato de su director, son parte de una vida agitada

Cuando el primero de marzo de 1973, Anastasio Somoza Debayle supo que LA PRENSA volvía a las calles, pese a que había sido reducida a ruinas por el terremoto que se tragó Managua 68 días antes, dijo con despecho: “No es más que un pedazo de papel”.

El episodio, contado por Jaime Chamorro Cardenal, presidente del Grupo Editorial, en su libro Entre dos Dictaduras, no solo recogió el ácido comentario del extinto dictador; recordó además que la familia del rotativo había decidido convertir “el pedazo de papel” —del que se burlaba el general—, en toda una República. Y lo ha logrado. Ya son 94 años y en ese tiempo basta asomarse a las páginas de sus 29,129 ediciones para conocer cómo hemos vivido los nicaragüenses.

Pero no ha sido fácil. Cuando LA PRENSA se fundó en 1926, Nicaragua tenía apenas 88 años de haberse convertido en un país y eran días turbulentos, como turbulentos han sido los 34,310 días que cumple la existencia del rotativo.

El poder ha creído equivocadamente que se trata de solo papel y tinta, como lo dijo Somoza Debayle, pero sus fundadores y dueños creyeron y creen hasta el sol de hoy, que es más que eso y admiten que para llegar hasta aquí han tenido que vencer los días difíciles.

La tinta que ha recorrido las venas de los titulares lo dicen todo. Cierres temporales, cierres llamados “indefinidos”, terremotos, bombardeos, destierro, prisión y el asesinato de su director, son parte de una vida agitada, de dolor, mucho dolor, pero también de gloria.

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“Nos hemos caído, pero también nos hemos levantado”, gritan editores, periodistas y fotógrafos que han visto apagarse los días en la Sala de Redacción de LA PRENSA, primero en la desaparecida Calle El Triunfo de la Managua antes del Richter 7 y después en Carretera Norte, en la Managua que resucitó después del 72.

El edificio del diario LA PRENSA en Carretera Norte. La fachada muestra los daños del ataque de tanques de guerra en 1979. El último Somoza ordenó atacarla. LA PRENSA Archivo

Que tres años después de su fundación, en 1929, el presidente de la época José María Moncada desterrara a uno de los codueños del Diario, Adolfo Ortega Díaz, sería el comienzo de muchos desencuentros entre LA PRENSA y el poder.

Por lo que publicaba, Moncada dijo que no quería ver más en el terruño a Ortega Díaz y lo mandó al exilio hasta su muerte. Pero el impreso siguió en las calles, hasta que en 1931, cuando Managua celebraba su segundo día Santo de ese año, las oficinas donde funcionaba se desmoronaron por completo producto del terremoto que a las 10:22 minutos de la mañana del 31 de marzo devastó la mitad de la ciudad.

Dos días antes, en su edición número 1,410, el domingo 29, LA PRENSA se despidió de sus lectores en ocasión de los días de la Semana Mayor. Prometió que volvería el Lunes de Pascua, pero no cumplió porque el sismo dejó sus talleres en escombros y solo volvió a aparecer hasta tres meses después de la hecatombe.

Los primeros cierres

Un año antes del terrible sismo, el 6 de agosto de 1930, el doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya había adquirido el 50% de las acciones del rotativo y tras superar las consecuencias del desastre que derrumbó la capital, para el año 1932, ya había adquirido el total del Diario.

Bajo su mando, LA PRENSA fue católica y de línea conservadora, lo que le granjeó enemigos del poder, ejercido por esos años por liberales. “Mi actitud es de combate, con la pluma y con la palabra (…)”, declaraba Chamorro Zelaya, lo que explicaba los roces constantes con los abusivos mandamás de turno y con los que vendrían después.

En 1933, LA PRENSA estrenó su primer cierre por temas políticos. El presidente Juan Bautista Sacasa decretó la suspensión del Diario por “orden superior” y al año siguiente, en 1934, el mismo Sacasa conminó su cierre por tres días, tras el asesinato el 21 de febrero del general Augusto C. Sandino, ordenado por el entonces jefe director de la Guardia Nacional, Anastasio Somoza García.

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LA PRENSA solo pudo salir el 25 de febrero y fue su principal información un relato pormenorizado de la traición contra Sandino, su hermano Sócrates y dos de sus generales más cercanos. El 15 de enero de 1935, cuando el poder de Sacasa menguaba, volvió a ordenar otra suspensión contra el rotativo y ese día el impreso no vio el sol de nuevo.  Esa sería una de las últimas órdenes que Sacasa pidió que se cumpliera al pie de la letra.

Somoza contra LA PRENSA

Los años que siguieron fueron los años de fechorías políticas de Somoza García para ceñirse la Banda Presidencial, la que logró el primero de enero de 1937. El rotativo venía denunciando que el general había asesinado a Sandino, y conspirado hasta destronar a Juan Bautista Sacasa y manejar la Guardia Nacional como su feudo personal para reprimir y aniquilar a sus opositores.

Somoza García tenía claro que solo había un enemigo indomable: LA PRENSA. No titubeó en hacerle los días difíciles. En 1940, le declara la guerra abierta y frontal al ordenar su cierre por tres días y el encarcelamiento de su director Pedro Joaquín Chamorro Zelaya.

La acción no hizo retroceder al Diario ni en una sola denuncia de las tropelías de uno de los regímenes más sangrientos de la historia de Nicaragua. Ello le valió que cuatro años más tarde, el 29 y 30 de junio de 1944, la Guardia cumpliendo órdenes de Somoza García interviniera sus instalaciones y confiscara las ediciones cuando apenas estaban por imprimirse. Dos meses más tarde, LA PRENSA enfrentaría unas de las etapas más duras de su lucha por hacer prevalecer la verdad frente al poder: uno de los cierres más largo que ha tenido.

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El dictador Somoza García, atornillado al poder en un período que el mismo se dio a hacer y que tardaría diez años, mandó cerrar LA PRENSA. Fue un 10 de agosto de 1944. Pero no solo cerró el rotativo. Forzó al exilio a su director y a su familia. Somoza García acusó al Diario de ser parte de una campaña de difamación contra su señora madre, doña Julia Somoza, lo que nunca pudo probar y fue para los políticos de la época una patraña más del dictador para intentar callar “un vecino” que consideraba molesto. LA PRENSA estuvo cerrada un año y diez meses, y solo pudo volver a ser impresa hasta el 11 de junio de 1946.

PJCh: heredero firme

En 1952 falleció el doctor Pedro Joaquín Chamorro Zelaya y Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, su hijo, asumió la dirección. No tarda Chamorro Cardenal en estar en la mirilla de la familia que gobernaba a sangre y fuego el país. Tanto así que en 1956, los Somoza lo veían como enemigo. Fueron años de acoso, difamación y represión. Por entonces, el país sangraba por las rebeliones de la época contra la dinastía.

Casi nada quedó de las instalaciones del rotativo después del bombardeo ordenado por Anastasio Somoza Debayle. LA PRENSA/Archivo

El asesinato de Somoza García, el 21 de septiembre de ese mismo año en León, le trajo complicaciones al Diario. El heredero del poder, Luis Somoza Debayle, desata una cruenta cacería en todo el país, ocupa militarmente LA PRENSA y ordena cárcel contra Pedro Joaquín Chamorro Cardenal y parte del personal del Diario.

Pero la orden no quedó ahí; fusil en mano, fuerzan una edición que esconde los abusos del régimen como venganza por la muerte del patriarca. Después de eso, le decretan a LA PRENSA otro largo periodo de censura. Tres años más tarde y después de los sucesos de Olama y Mollejones en 1959, el Diario vuelve a sufrir censura.

Esta vez en cumplimiento de un decreto el poder obligó al periódico a recibir un censurador que decidía qué se publicaba o no todos los días, una práctica que duró largos siete meses, hasta el primero de enero de 1960 que suspendieron el Estado de sitio.  Cuando ocurrió la masacre del 23 de enero de 1967 en la que la Guardia Nacional mató a cerca de 200 manifestantes que se oponían a la continuidad de otro Somoza en el poder, LA PRENSA no pudo publicar sino hasta varios días después —el mes siguiente— los relatos de sobrevivientes, porque estaba censurada. La Guardia Nacional, ocupó sus instalaciones durante 11 días y durante ese tiempo saqueó oficinas y talleres, y violó sus archivos.

Dos Richter en una década

Los 70 en LA PRENSA fue una década que podría ser contada como los años anteriores, días difíciles con censuras, cierres, represión y cárcel para su personal, de no ser por tres terribles eventos. El primero fue en la víspera de la Navidad de 1972; otro Richter letal desmoronó Managua.

El sismo arrasó con el edificio del Diario y destruyó su rotativa. LA PRENSA no pudo salir sino hasta 69 días después, el primero de marzo de 1973. El Diario de los Nicaragüenses estrenaba así sus nuevas instalaciones en Carretera Norte. La República de Papel estaba de pie, otra vez.

Pero la alegría duró poco. Un año más tarde, Anastasio Somoza Debayle, el tercer Somoza en el poder y que estrenaba un segundo mandato que inició en 1974, gracias al dañino pacto con Fernando Agüero, ejecutó una fuerte censura que incluyó otras suspensiones, otros cierres temporales, cárcel, multas y juicios contra los dueños, editores y periodistas. Fueron tres largos años de días difíciles que duró hasta 1977.

Pero lo peor vendría al año siguiente, el 10 de enero de 1978. Ese día, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal no pudo llegar al Diario. A las 8:22 minutos de esa mañana fue asesinado. No solo la redacción de LA PRENSA se vio nuevamente devastada, el país entero lloró.
El acontecimiento desencadenó una serie de hechos que minaron el poder del que sería el último de la nefasta estirpe.

En pocos meses después del magnicidio, Anastasio Somoza Debayle se vio atrapado. Ya le fue difícil retener la ira popular que originó el asesinato del director de LA PRENSA. La cuenta regresiva para el dictador comenzó en el mismo minuto que el matón material jaló el gatillo.

En la redacción de LA PRENSA todo era confusión, miedo, incertidumbre. Nadie tenía la certeza de estar de pie sobre piso sólido. Hubo llanto también, se desató la ira y una clara conciencia de que nada de lo que el rotativo había vivido antes tenía comparación con aquellas horas. Sufrían el enjambre del segundo Richter de aquella década.

La rotativa del diario convertida en chatarra, tras los ataques. LA PRENSA, se vio obligada a volver a comenzar. LA PRENSA/Archivo

Tanques contra el papel

En LA PRENSA, sus dueños, editores y periodistas, juraron que no iban a descansar hasta que se castigara a los culpables del asesinato de su director. Managua hervía en esos días. En realidad el país entero estaba en rebelión, unas cívicas, otras armadas y la dictadura se caía a pedazos.

En un acto de venganza desesperada, el 11 de junio de 1979 Somoza Debayle ordenó atacar las instalaciones de LA PRENSA con tanques y aviones. El edificio donde se imprimía el Diario de los Nicaragüenses volvió a ser arrasado y quedó nuevamente en ruinas, como quedó con el sismo del 31 y el del 72.

Un mes después, el dictador doblaba su rey y huía del país. 27 días después de aquel ataque, LA PRENSA volvió a las calles, un 16 de agosto de 1979. Una nueva era comenzaba o al menos, era eso lo que se creía, tras el triunfo de la insurrección popular que dejaba atrás 40 años de dictadura somocista. LA PRENSA cumplía entonces 52 años, medio siglo luchando por causas justas.

El cierre indefinido

En poco tiempo, el sandinismo de los 80 destruyó el consenso logrado en el país durante la lucha antisomocista. Fue matando una a una las promesas de construir algo distinto y las viejas mañas para manejar el poder se combinaron con otro modelo abusivo y violento. En 1980, LA PRENSA es paralizada por 35 días bajo un supuesto conflicto laboral atizado por sindicatos sandinistas.

Un año más tarde los comandantes amonestan a LA PRENSA y la cierran por 48 horas, y el 25 de junio de 1986, el gobierno presidido por Daniel Ortega, ordenó “un cierre indefinido” del rotativo que duró hasta el primero de octubre de 1987. Los 200 mil ejemplares que ese día se imprimieron, se vendieron por completo.

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