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Fe y confianza van de la mano

Casi siempre desconfiamos de quien no conocemos o de quien quiere acercarse sin conocerlo mucho. Es verdad, fe y confianza van de la mano. Quien cree, confía y quien confía, cree. La confianza viene por el conocimiento y crece o disminuye a medida que más o menos conocemos a una persona. Así es la fe. La fe es confiar, fiarse de, y esto solo es posible, cuando conocemos a la persona y nos damos cuenta de que sí se merece nuestra confianza.

Hoy vivimos en un ambiente social, político y familiar de desconfianza. No nos fiamos de nada ni de nadie: desconfiamos del Gobierno y de la oposición, desconfiamos de los políticos, desconfiamos de los servicios públicos y del mismo policía, desconfiamos del desconocido que viene detrás de nosotros siguiendo nuestros pasos, desconfiamos de nuestra misma familia: muchos esposos desconfían entre sí, desconfían los hijos de los padres y los padres de los hijos. La desconfianza nos acompaña hoy en todo momento. No sabemos en quién confiar. La mujer samaritana desconfía de Jesús; por eso, cuando Jesús le dice: “Dame de beber” (Jn. 4, 7), la samaritana solo ve en Jesús a un pobre judío (Jn. 4, 9), digno de desprecio como cualquier otro judío; por eso, Jesús tiene que decirle: “¡Si tú supieras quién es el que está hablando contigo!” (Jn. 4, 10). Sin embargo, la samaritana siente curiosidad por conocer a ese judío e inicia un bello y sincero diálogo con él, que, por cierto, le desconcierta porque le está descubriendo los trapos sucios de su vida no muy correcta (Jn. 4, 16-18). Y en ese diálogo abierto y sincero surge en ella, de una manera progresiva, el conocimiento de Jesús: ya no es solo el judío enemigo. Ahora es “Señor” y “profeta” (Jn. 4, 19). Hasta que llega a descubrir que, por encima de todo ello, es “el Cristo” (Jn. 4, 25-26.29), el “Salvador del mundo” (Jn, 4, 41). En la samaritana se ha dado todo un proceso en su vida a través de ese diálogo que le ha llevado a conocer quién es, en verdad, Jesús.

Ha pasado de la duda y la desconfianza a una confianza total. Ha pasado de la no fe a la fe en Jesús y, por esa confianza, ha cambiado de vida, ha encontrado el “agua viva” que siempre quita la sed y siempre salva (Jn. 4, 10).

Si un político quiere hacerse digno de la confianza de los ciudadanos, tiene que hablarles con toda claridad y sinceridad, sin darles las más mínimas posibilidades de recelos y dudas. Si unos esposos quieren ganarse mutuamente una plena confianza, tienen que tratarse y comunicarse con toda sinceridad. Si unos padres o unos hijos quieren merecerse la confianza mutua, no podrán nunca llegar a ello con la mentira, el temor o el miedo a que sepan quién soy o como actúo, sino a través del diálogo sincero y abierto de todos. Si unos cristianos quieren tener la fe y la confianza que la samaritana puso en Jesús, eso no se va a conseguir solo con palabras, sino a través de un conocimiento cada vez más perfecto de la persona de Jesús y así puedan decir como los samaritanos a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, sino por lo que hemos visto y sabemos de él. Estamos convencidos de que él es el Salvador del mundo” (Jn. 4, 42).

El autor es sacerdote católico.

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