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/ Julio Shilling

Democracia y necesidad de fe

Emilio Gentile abundó sobre el concepto de las religiones políticas. El historiador antropológico italiano consideró este fenómeno maligno como el encarnamiento tangible, no de la politización de la religión, sino de la sacralización de un sistema político. El comunismo/socialismo y el fascismo son ejemplos de este mal. Pese a la insistencia de algunos en que las ideologías no tienen ya cabida en estos tiempos, la realidad contradice esa suposición.

Entre las observaciones de Gentile, estaba la identificación de la necesidad innata de los humanos de abrazar una fe. Un repaso histórico, nos confirma la veracidad de este planteamiento. Todos los asentamientos prehistóricos, las civilizaciones, las dinastías, las sociedades tribales y los imperios que recorrieron la panorámica del tiempo desde Egipto faraónico atravesando por Mesopotamia, Asia Menor, China dinástica, la antigua Grecia, el helenismo hasta llegar el ascenso del Imperio romano, sin excluir a América precolombina o África protohistórica, dan evidencia de la existencia de religiones paganas, animistas y sistemas de creencias post terrenales. Los prototipos de gobernanza durante este trecho histórico, podemos catalogar como regímenes no-democráticos.

Sin entrar en profundidades teológicas, el cristianismo y su predecesor genético, el judaísmo, codificaron una serie de valores y principios, que resultaron complementarios con nociones políticas novedosas que se iban gestando intelectualmente y que hoy entendemos como un régimen democrático. La idea de un autogobierno popular, con la maqueta precoz que fue la Carta Magna (1215) formuló las bases: límites al poder político y la defensa de la libertad dentro de un compendio político.

Los preceptos que el cristianismo elevó, como la noción del Pecado Original (falibilidad humana), la existencia de leyes y derechos preminentes (Ley/Derecho Natural), el principio de rendición de cuentas y la primacía de un orden transcendental, culturizó al ciudadano con las herramientas morales y cívicas para poner en función un gobierno democrático. La Ilustración alentó las revoluciones en EE.UU. y Francia en el siglo XVIII. El caso francés tuvo la desgracia del jacobinismo, el primer ensayo político socialista. En EE.UU., sin embargo, el ejemplo de una república ejerciendo la democracia, ha probado su durabilidad. ¿Por qué ha funcionado?

No es posible desasociar a EE.UU. de su fundamentación bíblica. Los colonizadores que llegaron a las costas norteamericanas llegaron buscando a Dios. Las normas mencionadas inherentes en el cristianismo sobre la pecaminosidad del humano, la libertad como un derecho natural, la omnipotencia de Dios y el respeto y temor que esto imparte, condicionó a la sociedad con unos parámetros éticos, de los cuales se pudiera argumentar persuasivamente que Platón consideraría de ser virtuosos.

La Ilustración contenía semillas destructivas también. El papel supremacista que esta le asignó a la razón, inició un curso largo, lento y lamentable de distanciamiento de la religión, lo espiritual y de una moralidad que estaba formulada mejor para equipar ciudadanos a vivir en una sociedad abierta. Esta corriente racionalista y empirista se concentraría en lo material, la experiencia sensorial, el cientificismo e interpretaciones inmanentes de la vida. El armazón intelectual que salió de la Ilustración, al querer descalificar el orden clásico y medievo, no se percató del impacto que esto tendría. ¿Quién llenó el vació del divorcio pretendido con la religión?

El socialismo fue una de las proles que brotó. Jean-Jacques Rousseau, el precursor intelectual de la cosmovisión socialista, no solo pregonó que la religión, la familia, la propiedad privada, la cultura existente y sus instituciones eran las barreras que impedían a los humanos alcanzar su estado natural de “perfección”, sino consideraba que una religión secular/atea, sería fundamental para alcanzar la “democracia” rousseauniana. El filósofo suizo pavimentó el camino para que Karl Marx y Friedrich Engels elaboraran una racionalización que resultó engatusadora para generaciones de intelectuales.

Henri de Saint-Simon y Robert Owen, socialistas que precedieron al dúo Marx/Engels, enunciaban al socialismo como una especie de “religión nueva”. Auguste Comte, uno de los discípulos de Saint-Simon, inventó la “religión de la humanidad”, un ofuscamiento abarcando en su estructura, un simulacro material/ateo de la Iglesia católica conteniendo un dogma con adherencia al positivismo, la ciencia y formulada con sus rituales, “sacramentos”, “cleros”, “pontífices” y una veneración a un “ser supremo” que sería la humanidad. Thomas Huxley, el biólogo y antropólogo inglés, se refirió a eso como “catolicismo sin cristianismo”. Marx en el desarrollo cíclico de su materialismo histórico, desplegó una similitud a los episodios que encontramos en el Libro de Daniel del Antiguo Testamento.

En la obra Les systèmes socialistes (1901), Vilfredo Pareto se refirió al socialismo como “la gran religión de los tiempos modernos”. El economista y sociólogo italiano, recogía en su entendimiento una visión intelectual y emocional que, en la praxis, persiste hasta el día de hoy. Esto se debe a que la idea del comunismo/socialismo siempre fue un sistema de creencias que cacareaba un inmanentismo fundamentalista. Esto ha sido el caso, antes y después del reemplazo de la cultura, como el motor determinante del cambio. Los fundamentos de Antonio Gramsci y el Colegio de Frankfurt salieron victoriosos en esa batalla.

Hoy la contracultura, ese producto de la obra gramsciana y la aplicación de los comunistas alemanes (Colegio de Frankfurt) lo llamamos marxismo cultural. La reformulación conceptual de las relaciones de producción y la alienación (piezas claves del canon marxista) ha facilitado la dispersión del marxismo cultural por frentes de pantalla como son la ideología de género, la ecología política, el feminismo radical, el abortismo, la inmigración en masa y el multiculturalismo, entre otros. Estos tentáculos operativos existen como religiones políticas y no como movimientos de protesta.

El liberalismo, la otra ideología predominante de la Ilustración, también se divorció de la religión. La priorización liberal en el método científico, la noción de la tabula rasa y la negación de todo entendimiento fuera de lo sensorial y la experiencia humana, exilió el orden transcendental. Sí, produjo el capitalismo, pero sistemas económicos no son suficientes para edificar sociedades virtuosas. Ignoraron la necesidad humana de la fe. El comunismo/socialismo, lamentablemente, llenó ese vacío social con religiones políticas. Si queremos sociedades libres, hay que rescatar la religión.

Opinión EE.UU. Emilio Gentile archivo
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