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formas de mortalidad, poetas, Carlos Gadel

La película de nuestras vidas

El coronavirus es una superproducción de la que somos a la vez espectadores y actores, desplegados en un escenario global

Hay un gusto de Hollywood por las catástrofes. Explosiones termonucleares que borran la vida en la tierra, tsunamis gigantescos que ahogan a centenares de miles, terremotos que hunden ciudades enteras, y cómo no, los virus, que, siendo invisibles, atacan a mansalva.

Son películas para que nos divirtamos con nuestro propio miedo. Y tienen cualidades proféticas. En Contagio, de Steven Soderbergh, la pandemia se origina en China (aunque no en Wuhan, sino en Hong Kong), provocada por un virus que, sigamos con las coincidencias, es transmitido a los humanos por los murciélagos y los cerdos, y luego se extiende por el mundo con efectos devastadores: la cifra de muertos llega a ser de 26 millones.

Ahora estamos dentro de la película. La película de nuestras vidas.

El coronavirus es una superproducción de la que somos a la vez espectadores y actores, desplegados en un escenario global. Filmamos, y nos están filmando. Pánico financiero, aeropuertos sin un alma, iglesias bajo cerrojo, estadios, museos y teatros clausurados, carreteras sin tráfico. Fronteras cerradas, porque la peste recurrente cabalga a través de los siglos con la guadaña enhiesta.

Vivimos dentro de la película, y también dentro de la distopía. El futuro, que en la ficción nos parece tan extraño, está ocurriendo ahora mismo. Tenemos miedo del prójimo, portador de la enfermedad y de la muerte. Cambian las formas de saludo, o no saludamos del todo.

Por fin la soledad perfecta. El encierro, mientras el bar de la esquina queda entre las sombras, y la marquesina del cine ha sido apagada. Se canta y se aplaude desde los balcones, fiestas distantes entre vecinos demasiado lejanos. Señales de humo. Y el miedo se va transformando en paranoia, a veces bufa, como la de acaparar papel higiénico.

En los graves discursos de Estado en que se anuncian las medidas frente a la pandemia, se esconde no pocas veces la demagogia. Otras, la demagogia sale en cueros a la calle, como en Nicaragua, donde los indefensos empleados públicos marchan en una Caminata de amor en tiempos del Covid-19, ¡Somos hermanos, cariño, paz y vida! La consigna delirante es celebrar al virus.

En Diario del año de la peste, Daniel Defoe reconstruye el desarrollo de la Gran Plaga, causada por la peste bubónica, que entre 1665 y 1666 mató a la cuarta parte de los habitantes de Londres.

El narrador comienza diciendo que “en aquellos días carecíamos de periódicos impresos para divulgar rumores y noticias de los hechos”. Las informaciones sobre la peste, que avanzaba de país en país, solo llegaban a Inglaterra por medio de las noticias de los marineros, y pasaban de boca en boca.

Hoy, el formidable aparato de información del que todos somos partícipes a través de la red, hace que la paranoia se desborde porque sabemos demasiado, o creemos saber demasiado. Expertos que anuncian que nada detendrá al virus. Los hospitales, aún en los países ricos, serán desbordados, no habrá camas suficientes. Igual que los santones que en la antigüedad gritaban por las calles que había llegado la hora de arrepentirse.

Esta es una película de catástrofe, no lo olvidemos. Y tampoco olvidemos que el miedo a la muerte, por mucho que vivamos en este siglo de las luces tecnológicas, sigue siendo ese oscuro y pequeño animal de presa que llevamos escondido, dispuesto a saltar a la menor incitación. El mismo que en la edad media hacía que las iglesias se llenaran de creyentes desesperados, y que ahora hace que la gente vacíe los supermercados y se lleve el papel higiénico a carretadas.

El autor es escritor. Masatepe, marzo 2020
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Columna del día coronavirus Crisis en Nicaragua archivo

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