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Hoy que el mundo es testigo de un fenómeno cíclico -pero jamás inédito-, una enfermedad viral para la cual temporalmente no existe aún cura ni vacuna, es cuando se comprueba que verdaderamente hemos estado viviendo en una viciosa zona de comodidad

Nuestra historia en este planeta es singular. Cuando nace es la criatura más desamparada que
puede haber; no podría sobrevivir por sí misma, y así de indefensa, moriría en muy corto
tiempo. Otras especies pueden ponerse en pie apenas salen del vientre materno estando ya
listas para seguir a la manada.

El ser humano, hará unos dos millones de años -en los albores de la especie prehistórica-, no
tenía ventajas significativas ni era relativamente más importante que el resto de las especies,
es decir, no éramos para nada la especie dominante, pero, aun así, sobrevivimos.

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Pese a la indefensión del ser humano, su valor más grande está -como dice Yuval Harari,
destacado pensador hebreo contemporáneo- en su capacidad de colaborar, de actuar
conjuntamente. La revolución cognitiva -una de las tres que postula ese historiador-, la cual
ocurrió hace 70 mil años, le ha permitido al homo sapiens integrar ideas y efectuar ese
maravilloso proceso de articulación de voluntades y acciones, sorteando exitosamente todas
las vicisitudes naturales de habitar este planeta.

Hoy que el mundo es testigo de un fenómeno cíclico -pero jamás inédito-, una enfermedad
viral para la cual temporalmente no existe aún cura ni vacuna, es cuando se comprueba que
verdaderamente hemos estado viviendo en una viciosa zona de comodidad, la cual nos ha
bajado la guardia ante los peligros de las enfermedades nuevas, o bien, que están siendo
originadas por el salto de virus entre especies, o bien, por oscuros experimentos sin control, si es que cabe aquí alguna fantasiosa teoría de conspiración.

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Existe una preocupación que varía en su tonalidad según la geografía afectada. Hasta hace
poco, Boris Johnson, primer ministro inglés, tuvo que devolverse sobre sus pasos ante su
efímera promesa de no efectuar una cuarentena de manera alguna, estableciendo ahora
restricciones que evidencian indudablemente que el fenómeno va al galope como caballo
desbocado, sin rienda ni control alguno.

Aunque al momento de escribir estas líneas el índice de mortalidad del virus es globalmente
de 4.31 %, luciendo relativamente bajo y focalizado en rangos de mayor edad, pero ¡ojo!, esa
cifra es terriblemente engañosa, puesto que en ciertos lugares tales como Italia -un país del
mundo desarrollado-, ese porcentaje va asentándose alrededor de un 10 % y creciendo
también en forma exponencial, que es el aumento típico en estos casos en donde la población
es el propio vector del contagio.

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La realidad comprueba una vez más que su trote es siempre más rápido que el de la ficción.
Las películas de corte apocalíptico, en donde se mostraba que las capacidades hospitalarias de
las mejores economías mundiales podían ser rebasadas y abrumadas tempranamente, han
quedado pálidas, porque no hay preparación posible ante un contagio de en donde el cuello de
botella son los sofisticados respiradores artificiales y la capacidad instalada hospitalaria en el
plazo inmediato.

El problema mayor es que las mismas redes sociales -que hoy son poderosas herramientas
informativas-, actúan hoy también como mecanismos de propalación del pánico, al proyectar
imágenes en donde lo que se vende es mayormente la ansiedad y la desproporción de lo que
es una pandemia cuyo índice de mortalidad, aunque es relativamente bajo, al conocer muy
poco de ella, permite que el terror crezca también exponencialmente.

Anecdóticamente, la primera causa de muerte en Nicaragua son las enfermedades
cardiovasculares, superando en muchas veces a las que se confirma que son derivadas del
Coronavirus o Virus chino, pero a hoy, no vi jamás a nadie que haya hecho anuncios y el
aspaviento general por la posibilidad real e inminente de morir de un infarto o alguna
afectación coronaria.

Pienso que este tipo de coyunturas debe vivirse con mucha calma y en modo de proyecto –
nunca de crisis apocalíptica-, evitando caer infantilmente en un estado de psicosis colectiva,
puesto que la probabilidad de morir en un accidente de tránsito será siempre mucho mayor
que la de este virus, no decir la de contraer diabetes y finalmente ser vencido por esa
enfermedad. Lo que afirmo es un hecho comprobado estadísticamente, no una especulación.

Pienso que, al margen de cualquier postura debemos pensar que este episodio de nuestra
realidad será superado exitosamente, no tengamos la menor duda; pongámosle al mal tiempo,
buena cara.

Economía

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