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Crisis y salud

Dicen los chinos que toda crisis representa una oportunidad. En este país hacemos humor de todo, hasta de la calamidad y la muerte, normalmente dados al yoquepierdismo, una tendencia hacia el egocentrismo y creencia que somos el centro del universo.

Adoptamos las costumbres y modas más exóticas, pero a la vez más nefastas y no las buenas, hemos ido perdiendo identidad y asumimos hábitos contaminados, que son perjudiciales a la salud, buenas costumbres y la vida sana.

En momentos de dificultad adoptamos protocolos y prácticas contrarias al sentido común y lo que dicta la ciencia; asumimos como normal aquello que hiere o lesiona la dignidad humana, al igual que sucedió en la Alemania nazi, donde el partido era omnipresente, y sustituyó los símbolos nacionales por una suástica que aun hoy es odiada y repudiada por el mundo libre.

Nos burlamos hasta de los símbolos más representativos y lo vemos natural, callamos, perdemos y contaminamos alimentos típicos al elaborarlos con el uso del plástico en el nacatamal y el delicioso vaho. Estamos envenenándonos lentamente, sin que nadie diga nada, del mismo modo que los locales que venden alimentos no son supervisados en sus condiciones higiénicas ni existe el control sanitario requerido, hay legislación y pagos, pero la realidad está ahí a la vista de todos incluso en medio de las aceras, en donde adquirimos alimentos exponiéndonos a un sinnúmero de enfermedades. Como siempre salen algunos y dicen estamos inmunizados, que somos muy resistentes, realidad que choca con la gran cantidad de medicamentos que se venden en las farmacias y paga la población.

Igual que en la política en que se considera que el funcionario que ostenta el poder es quien decide el destino de los gobernados, ya que es dueño de la verdad y de los recursos materiales y humanos, en salud nos repetimos que estamos bien y todo está controlado, aun con la inexistencia de equipos personales y médicos, repetimos al igual que decían los nazis: “Somos un buen gobierno” y de tanto que lo repetían que la gente creyó en tan aberrante sistema.

La confianza de una población se basa en la transparencia y divulgación de la verdad, por dura que ella sea. Si reina la desconfianza, aunque en algún momento se actúe de buena fe y con buenas intenciones, no habrá paz social y seguridad, por ello en los sistemas parlamentarios, cuando se emite un voto de desconfianza hacia el primer ministro, este tiene que ser destituido, junto con todo su gobierno.

En estos tiempos difíciles necesitamos confiar en alguien, lo que es casi imposible, cuando existen antecedentes que demuestran comportamientos en contra del bien común y contrarios a la defensa de los derechos esenciales del ciudadano.

El autor es abogado.

Opinión Crisis y salud archivo
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