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Apolo castiga con la peste

Amigos personales y lectores de LA PRENSA me han pedido que reanude la publicación de la columna Y además, en la que solía escribir sobre temas de mitología, griega sobre todo.

Suspendí su publicación cuando LA PRENSA por la crisis redujo la sección de Opinión a una página. Me pareció entonces que el espacio ocupado por mi columna debería cederlo a colaboradores que no son parte del periódico.

“Pero no es necesario que la columna salga cada semana —me han dicho algunos—, podría ser quincenal, o mensual”. Dicen que lo importante es retomar esos temas culturales que entretienen, ilustran y educan, y que a muchas personas las trasladan a la lejana y nostálgica época cuando la mitología clásica se estudiaba en los institutos.

Ahora, me han dicho, en tiempos de pandemia y peste, de cuarentena y confinamiento obligado, es oportuno y sería apropiado recuperar la columna sobre mitología. Me han convencido. Y además, porque la peste, la epidemia, está en el ámbito cultural de la mitología.

No en vano el primer capítulo o rapsodia de La Ilíada, obra cumbre de la mitología griega y principio de la literatura y la cultura literaria occidental, se titula: “¡Peste, cólera!”

En el comienzo del relato homérico sobre la Guerra de Troya, cuando han transcurrido ya casi diez años del asedio de los ejércitos griegos a la rica ciudad de la antigua región de la Tróade, en una de las correrías por las cercanías el rey Agamenón ha raptado a Criseida, hija de Crises, sacerdote de Apolo en la vecina ciudad de Crise.

Crises ruega a Apolo que lo ayude a recuperar la hija querida. El dios atiende el ruego de su sacerdote y lanza contra los campamentos griegos sus flechas divinas portando una mortífera peste que causa gran mortandad.

Aquiles pregunta al adivino Calcante cuál es la causa de la peste. El sabio vidente revela que se trata de un castigo de su abuelo, el dios Apolo y dice que este solo se aplacará si Agamenón deja en libertad a Criseida.

El poderoso y arrogante Agamenón se niega a acatar el mandato divino. Pero Aquiles y los demás caudillos militares lo obligan a ceder, solo que Agamenón exige a cambio que Aquiles le dé a Briseida, prima de Criseida, quien también ha sido raptada y está en el campamento del insigne guerrero griego.

Aquiles se resiste, pero la diosa Atenea baja del cielo, enviada por Hera, la esposa de Zeus, y lo convence de que debe ceder para salvar a los demás. Aquiles se resigna, acepta y permite que Agamenón se lleve a Briseida.

De esa manera cambia el rumbo de la Guerra de Troya, pues Aquiles, resentido, se niega a seguir combatiendo con los griegos. Los troyanos asumen la iniciativa, toman la ventaja militar, solo el regreso de Aquiles al combate puede impedir la derrota griega. Pero esta es otra historia.

Opinión columna Luis Sánchez Sancho Y además archivo
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