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Pienso

Ela medida en que crece el tono de la especulación, en la misma proporción me enamoro del pensamiento en la forma pasiva y reflexiva del silencio.

En ese sentido me adhiero a la frase epónima del escritor: “Pienso, luego existo”.

Convergen la alegría y la tristeza en la plenitud anímica pero prevalece la angustia. Pienso seguro de vivir cuales son los motivos por los cuales influye más la suma de la melancolía. Se le puede atribuir a la conducta errátil del ser humano, a la atmósfera por los trastornos de la naturaleza o a la incapacidad de la dirigencia.

La llanura principalmente cuando tiene una comprobación añeja mantiene una posición crítica contra los ejecutores públicos ante los hechos diversos o en la deducción teórica en favor de sus intereses. Eso ocurre en la mayoría de las circunstancias. Eso porque tanto el gobernante como el gobernado es un ser humano proclive a la comisión de los traspiés.

Será siempre discrepante el pensamiento o la acción de las dos posiciones (“cada cabeza es un mundo”) vinculado con la inevitable e incesante cotidianidad.

Vivamos entonces el caso concreto de Nicaragua respecto de tantos acaecidos en el orbe —sede de los suspiros y de los quehaceres— donde prolifera el contenido tanto espiritual y material de la raza humana.

Pongo como partida el 18 de abril de 2018, fecha inaugural de la rebeldía. A partir de ahí arrancó la reacción de los dos sectores porque obviamente hay que reconocerlo, unos con razón, otros sin razón, según el péndulo de la oscilación individual pero representantes de una causa y de una movilidad tanto pragmática como intelectiva.

La llanura en actitud de protesta, de extrovertida disconformidad a través de la manifestación cívica y por qué no decirlo efervescente en determinados momentos frente a la reacción impulsiva del monopolista criollo del poder.

Estalló pues la pólvora sangrienta de abril, símbolo de la primavera en el calendario.

Pero ese periodo mortalmente herido por la inestabilidad fue posteriormente opacado un año después por una catástrofe pandémica que ha entumecido a todo el mundo: la corona fúnebre que el destino ha puesto en cada una de las testas de la criatura viviente, víctima de una afección llamada “coronavirus” que atañe a cuanto ser tenga latido en el corazón, paralizada la dinamia habitual de la circulación.

Al parecer el remedio, la pretendida cura o la hipotética vacuna pueden tener peores efectos que la peste original. Nicaragua ha sufrido episodios tenebrosos. Pero a esos estados convulsos se suma ahora en trágica “partida doble” una crisis coincidente en el tiempo.

Lo cierto es que nadie escapa de la ineludible prioridad de vivir alentada por “el instinto de la conservación”.

El autor es periodista.

Opinión Pienso archivo
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