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Jesús, Iglesia Católica, Semana Santa

Resucitó

Hemos experimentado como cristianos una Semana Santa inédita, sin procesiones, sin la aglomeración de gentes ante los actos sacros

“Mujer” le dijo Jesús: “¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, creyendo que sería el cuidador del huerto, le contestó: “Señor, si tú lo has sacado, dime dónde lo pusiste y yo me lo llevaré”.

Jesús le dijo: “María”. Entonces ella se dio vuelta y le dijo “Rabboni”, que en hebreo significa “maestro mío”.

El texto que acabo de transcribir, del Evangelio de Juan (20, 15-17), es, en mi opinión, el más tierno y dulce relato de la aparición de Jesús resucitado. Jesús, a quien primero se le aparece, es a María Magdalena, de la que había echado siete espíritus malos. (Siete, bíblicamente hablando, significa plenitud: siete fueron los días de la Creación). El evangelista Lucas la incluye entre las mujeres que acompañaban a Jesús durante su vida pública y que “habían sido curadas de enfermedades y espíritus malignos” (Lc 8, 2), lo cual simplemente significa que había sido curada de alguna grave enfermedad. En la antigüedad la enfermedad iba asociada a un mal espíritu (Lc 13,11). Esta nueva comprensión llevó en 1969 al papa Pablo VI a retirar del calendario litúrgico el apelativo de “penitente” en referencia a María Magdalena, pues por error había sido tradicionalmente asociada con la prostituta arrepentida en casa de Simón el fariseo.

Resulta interesante que la primera persona a la que el Señor escoge para manifestarse vivo después de su muerte sea María Magdalena, una mujer. Jesús vino para curar a los enfermos y, en este tiempo de enfermedades, la resurrección de Jesús toma una nueva dimensión. Ante esta pandemia que vivimos a nivel planetario, ante la experiencia de sentirnos impotentes, teniendo que suspender nuestro diario vivir, y viéndonos obligados a reevaluar nuestras metas y objetivos de cara a la experiencia de nuestra fragilidad, tan palpable en estos últimos días, la Resurrección es nuestro mensaje de esperanza.

Hemos experimentado como cristianos una Semana Santa inédita, sin procesiones, sin la aglomeración de gentes ante los actos sacros. Muchos de nosotros no hemos podido participar físicamente en las bellas ceremonias de la Vigilia Pascual, ni hemos podido tampoco expresar nuestra alegría comunitaria con el grito de “¡Resucitó!”.

Benedicto XVI nos ayuda a comprender este misterio cuando dice: “Jesús no es un muerto que ha vuelto a la vida, como es el caso, por ejemplo, del joven de Naín y de Lázaro, que en cierta ocasión fueron devueltos a una vida terrena destinada a terminar más tarde con una muerte definitiva. La Resurrección de Jesús nada tiene que ver tampoco con una superación de la muerte clínica –tal como la conocemos en nuestros días-, que en un determinado momento acaba irremediablemente con una muerte clínica sin retorno”.

“Que no es esta la verdadera explicación de los hechos nos lo explican no sólo los evangelistas, sino también el mismo credo cuando describe las diferentes apariciones del Resucitado con la palabra griega óphte, que solemos traducir por «apareció»; tal vez fuera más exacto decir: «se dejó ver». Esta fórmula pone de manifiesto que aquí se trata de algo muy distinto; significa que Jesús, después de la Resurrección, pertenece a una esfera de la realidad que normalmente se sustrae a nuestros sentidos. Sólo así tiene explicación el hecho, narrado de manera acorde por los evangelios, de la presencia irreconocible de Jesús. Ya no pertenece al mundo perceptible por los sentidos, sino al mundo de Dios. Puede verlo, por tanto, tan sólo aquel a quien él mismo se lo concede”.

Por eso el momento que vivimos es trascendental, me da la impresión que es como el comienzo de algo nuevo, y lo nuevo está en poder estar a la altura de la gracia para ver al Resucitado. Sí: hay mucha angustia, mucho temor, mucha debilidad humana. La ciencia no tiene una respuesta concreta; se especula, se teoriza, se experimenta, y la muerte azota de un lado a otro. Pero los que creemos en Jesús, sabemos perfectamente que con pandemia o no, estamos en las manos de Dios. Somos sus criaturas, salimos de sus manos, y Él como Padre amoroso no nos abandona. Jesús resucitó y esto cambió el destino de la humanidad.

Vivamos pues esta Pascua tan especial, recordando lo que decía Benedicto XVI: “La Pascua de Cristo es el acto supremo e insuperable del poder de Dios. Es un acontecimiento absolutamente extraordinario, el fruto más bello y maduro del “misterio de Dios”. Amén.

El autor es abogado.

Columna del día Jesús resucitó Semana Santa archivo

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