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El discurso

El jueves pasado, el comandante Ortega pronunció su segundo discurso en dos semanas. El primero fue el 15 de abril y tenía, a mi criterio, un solo objetivo: demostrar que estaba vivo y saludable después de su extraña ausencia por 34 días que coincidió con el inicio del Covid-19.

En el del 30 de abril, consideré interesante la presencia de su hijo, Laureano, en la mesa de los ministros y otros “consiglieri”; detalles de la historia de su familia que le dio un toque humano a sus palabras; sus referencias continuas a las Santas Escrituras a pesar de sus relaciones tirantes con la Iglesia católica; y su tono agresivo en contra de los Estados Unidos y los “capitalistas” nicaragüenses. Estos últimos me recordaron los años ochenta del siglo pasado cuando estaba de moda la retórica de los “no alineados”, pero que ahora es desfasada y contraproducente.

A pesar de lo anterior, en su largo y laberíntico discurso Daniel dejó en el tintero lo que más interesaba: una articulación clara de la política de salud de su gobierno de cara a la pandemia. Nos brindó estadísticas sobre las muertes y nacimientos nicaragüenses, aunque estas no son relevantes al análisis de la presente crisis de salud. Pero sigue siendo un enigma envuelto en una nebulosa el ¿porqué el gobierno mantiene abierto a los colegios y universidades públicas? ¿Por qué no solo no está promoviendo el distanciamiento social, una mayor higiene y la utilización de mascarillas, pero sí impulsa veladas de boxeo y aglomeraciones en otras actividades? Tampoco explicó ¿por qué nos tuvimos que dar cuenta, gracias a la Embajada norteamericana, que todas las líneas aéreas habían suspendido sus vuelos a Nicaragua hasta junio cuando al menos una de ellas, American Airlines, había vendido boletos de Miami a Managua para la primera semana de mayo? ¿Será por falta de demanda o porque el gobierno ha cerrado al aeropuerto?

Solo quedaron dos cosas claras. Primero, que las sanciones norteamericanas molestan a Daniel; les están llegando. Segundo, que no le preocupa que exista una percepción mundial de que su gobierno no entiende que el Covid-19 representa un peligro para Nicaragua y que hay que mitigar sus efectos. Esto último es gravísimo. Seguramente explica por qué desde el 31 de marzo el Fondo Monetario ha aprobado préstamos para amortiguar el efecto del Covid-19 para cinco de nuestros vecinos —Costa Rica, El Salvador, Honduras, Panamá y República Dominicana— por US$2 mil millones. Y tiene otro para Guatemala en la tubería. Pero aparentemente no hay ninguno para Nicaragua. Esto, me imagino, porque nuestro gobierno está políticamente aislado y no está percibido como comprometido a combatir contra la peste.

El autor fue canciller de la República de Nicaragua.

Opinión covid-19 Daniel Ortega FMI Nicaragua archivo
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