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El diálogo de mayo

Hoy hace dos años, el 16 de mayo de 2018, se instaló el Diálogo Nacional para tratar de resolver la grave crisis social y política que fue detonada por la rebelión ciudadana del 18 y 19 de abril anterior, pero provocada por la criminal represión de la dictadura de Daniel Ortega.

El Diálogo Nacional fue convocado y organizado por la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), a petición del mismo Ortega. Los obispos aceptaron hacerlo en condición de mediadores y testigos, de manera que ellos escogieron la sede del diálogo y a las personas participantes por parte de la sociedad, incluyendo una nutrida representación de los estudiantes sublevados contra la dictadura.

El Diálogo se realizó en el Seminario de Nuestra Señora de Fátima, en Managua, en un salón en el que se podía apreciar una copia de gran tamaño de la Medalla de San Benito, la cual entre otras inscripciones tiene la frase “Va de retro Satanás”. Desde el siglo XIII esta medalla constituye para los católicos un símbolo de lucha contra las fuerzas del mal.

Después de cinco sesiones plenarias el Diálogo Nacional terminó sin un resultado positivo. Ortega solo quería utilizarlo para ganar tiempo mientras sus fuerzas represivas aplastaban la rebelión popular. Por lo tanto no quiso aceptar la propuesta de los obispos respaldada por los representantes de la sociedad, que hubiera permitido poner fin a la crisis mediante el adelanto de las elecciones y la ejecución de un cronograma de cambios institucionales de carácter democrático.

Sin embargo, el Diálogo Nacional del Seminario de Fátima pasó a la historia por varias razones, entre otras la de que en la misma sesión inaugural, en la que participaron Daniel Ortega y Rosario Murillo, el estudiante universitario Lesther Alemán les exigió en representación de sus compañeros y de todo el pueblo sublevado, su salida inmediata del poder. LA PRENSA opinó entonces que quien masacra a balazos a la gente para mantenerse en el poder, no tiene ninguna razón legal, política y moral para seguir gobernando.

También fue histórico el momento cuando la joven Madelaine Caracas, respondiendo a Ortega quien negó que hubiera estudiantes muertos y retó a que le probaran lo contrario, leyó uno por uno los nombres de los casi sesenta estudiantes y otras personas asesinadas hasta ese momento por la dictadura.

Un logro trascendental del diálogo nacional fue haber obligado a Ortega a aceptar la llegada al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), y la subsecuente creación del Mecanismo de Seguimiento (Meseni), lo que permitió la verificación incuestionable de las monstruosas violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura orteguista, y la perpetración de delitos de lesa humanidad que están pendientes de juzgamiento y condena en las cortes internacionales.

La crisis sociopolítica de Nicaragua se pudo resolver en aquella oportunidad, si Ortega hubiese aceptado las propuestas responsables, legítimas, serenas y sensatas de los obispos. Pero lo que hizo fue acusarlos falsamente de golpistas.

De todas maneras, la rueda de la historia es imparable, e irreversible, y en algún momento, más temprano que tarde, los dictadores Ortega Murillo tendrán que salir del poder y dar lugar a la reconstrucción de la democracia.

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