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El alma del médico y la pandemia

Escribir es como pintar. Para un pintor no es lo mismo hacer un lienzo de New York con las Torres Gemelas con un cielo azul y límpido de fondo, que con la imagen de aviones estrellándose contra ellas, derrumbándose, incendiándose y con personas con rostros de espanto saltando al vacío. El escenario distinto sensibilizará el alma del pintor y el escritor, de manera diferente.

Actualmente a diario se pinta, comenta, escribe sobre esta enfermedad Covid-19. La OMS el 11 de marzo la clasificó como pandemia.

Desde el 30 de diciembre de 2019 despuntó el protagonismo del médico en esta pandemia. El doctor Li Wenliang en la ciudad china de Wuhan informó de siete pacientes que sufrían una enfermedad respiratoria provocada por un coronavirus diferente al causante de la epidemia del 2002, 2003, que se transmitía de persona a persona; información que le valió amonestación de su gobierno y “advertencia” de no volver a comunicar nada relacionado con la enfermedad. El doctor Wenliang, de la estación de policía donde lo habían requerido, regresó a atender a sus pacientes, hasta llegar a ofrendarles su vida. Era su alma que lo compelía a librar la batalla contra el enemigo que escondido en el RNA de ese virus, amenazaba la vida de sus pacientes.

Vivimos una tragedia que se prolonga, que después de Wenliang, ha cobrado la vida de cientos de médicos que murieron combatiendo la enfermedad hasta sus últimas consecuencias, de diversas edades, entregaron unos el otoño, otros su primavera, en una aferrada lucha para impedir que Thanatos arrebatara la vida a sus pacientes.

Caminan muchos de ellos desprovistos de protección en los pasillos de nuestros hospitales y centros de salud, los impulsa una generosidad innata que ha crecido, se ha cultivado con el contacto diario con el dolor; desde que empezaron a estudiar este proyecto aventurero e intrépido para su vida que se llama Medicina.

Hoy, salen cada mañana de su covacha de hospital o de sus casas, después del beso a la esposa, a sus hijos, de la bendición de sus padres quienes silenciosamente viven la incertidumbre de lo que puede pasar con sus vidas. Pero ellos van, estetoscopio al cuello, al encuentro del sujeto de su quehacer, sus pacientes. ¡Sacarlos adelante de sus dolencias! Esa es su loca esperanza, que reverdece su decisión y arrojo.

Hace unas noches, conversando con un alumno mío que trabaja en un hospital de los seriamente afectados y que logró superar un cuadro sospechoso de Covid-19, que no se pudo confirmar o descartar porque no se le realizó el test diagnóstico, me sentí “contagiado” una vez más de ese entusiasmo vocacional. Me dice: “Maestro, mañana estoy de turno” … ¡Se le salió su alma!

Muchacho, ¡Dios te guarde!

El autor es médico.

Opinión covid-19 OMS pandemia archivo
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