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Nicaragua, sanciones, Daniel Ortega

Torbellino de odio y dolor

Mientras Costa Rica suspendía las clases y el acceso de turistas el 16 de marzo, nuestros dictadores celebraban desde el 14 marchas multitudinarias y se jactaban de su política de fronteras y escuelas abiertas

Es lo que sintió Carlos, el hijo del eminente médico Carlos Cárdenas, al enterarse del fallecimiento de su padre a causa del Covid-19: “Cuando recibí la noticia quedé en shock, lloré, grité y sobre todo un torbellino de odio y dolor me envolvió por completo y se metió en mi ser hasta arrancarme el alma… no pude evitar escupir mi odio contra los sandinistas”.

Es un sentimiento que refleja la indignación de millares de nicaragüenses ante la forma criminal en que la pareja gobernante ha manejado la pandemia. Porque, en vez de proteger a su población, la han expuesto deliberadamente y con fanfarria a la muerte, propiciando los contagios y desafiando las normas de prudencia más elementales.

Mientras Costa Rica suspendía las clases y el acceso de turistas el 16 de marzo, nuestros dictadores celebraban desde el 14 marchas multitudinarias y se jactaban de su política de fronteras y escuelas abiertas. Peor, evitaron que sus propios ciudadanos se defendieran: prohibieron a la Diócesis de Matagalpa asistir a la población, prohibieron a los particulares importar y practicar pruebas de contagio, despidieron médicos y no brindaron protección adecuado al personal de salud.

Los resultados son elocuentes: Costa Rica tiene la tasa de mortalidad más baja de Latinoamérica y considerablemente menos fallecidos; diez a finales de mayo, mientras que en Nicaragua el Observatorio Ciudadano los estima en 596 y solo entre el personal médico se cuentan 16.

Las acciones de la pareja dictatorial están matando a maestros, médicos, sandinistas y no sandinistas.

A los más de trescientos asesinados durante los sucesos de abril añaden ahora los centenares, o miles, que fallecerán por culpa de ellos; por su arrogancia, insensibilidad y maldad.

Como escribía un amigo en las redes sociales: “Es increíble como la pareja y su círculo cercano han terminado realmente en una guerra contra toda la población nicaragüense”.

Ante este cuadro macabro, intolerable, lo menos que podemos es hacernos eco del grito de Carlos; enrojecer nuestras gargantas pidiendo que dimita de inmediato la nefasta pareja —“pareja asquerosa” les llamó el padre Román—. No se puede permanecer callado ante la barbarie. Evidentemente esto no los botaría, pero constituiría un testimonio poderoso del estado de indignación de la población nicaragüense que, sin lugar a duda, tendría un formidable impacto nacional e internacional.

Solo imaginemos cómo se vería si todas las cámaras empresariales, sindicatos, asociaciones profesionales, iglesias, partidos, ONG, organizaciones campesinas, estudiantiles, universidades, etc., pidieran a una sola voz, y con respaldo masivo de firmas, la dimisión de los OrMu.

Claro, hacerlo exige valentía. Los dictadores pueden tomar las represalias que quieran. Pero allí está precisamente el reto: en decidirse a tomar los riesgos necesarios por la libertad y la defensa de la vida propia y ajena.

Esto exige romper con el pasado de timidez acomodaticia que caracterizó por buen rato al sector privado, como cuando connotados empresarios asistieron, avalando, a la segunda toma de posesión de Ortega, a pesar de ser esta hija de la burla del impedimento constitucional de la no reelección y del fraude.

El gesto, producto no de la convicción sino del miedo, nutrió la voluntad autoritaria del dictador.

Y es que el miedo, la cautela y el acomodo, no educan ni moderan a los tiranos, sino que los vuelven más despóticos.

Solo el valor y arrojo de una población, envuelta en un torbellino de dolor y odio a la opresión, es lo que puede sacudirlos y abrirle camino a la libertad.

El autor es sociólogo e historiador, autor del libro En busca de la Tierra Prometida. Historia de Nicaragua 1492-2019.

Columna del día dolor odio archivo

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