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No hay un Dios, como nuestro Dios

Nosotros los cristianos creemos que Dios es comunión, es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso, a esta verdad de fe la llamamos Santísima Trinidad. Dios como Padre fue el origen de la vida humana. Creó al ser humano, hombre y mujer, a imagen y semejanza suya (Gen. 1, 27).

Al ver al hombre caído, esclavo de otros hombres, quiso liberarlo de su esclavitud (Ex. 3, 7-9). El Padre quiere que sus hijos, todos los seres humanos, sean verdaderamente libres y, por ello, liberados de la esclavitud de Egipto, les da leyes para que siguiéndolas nunca más caigan en cadenas algunas y recuperen su dignidad (Ex. 20, 1-17).

Los profetas serán los vigilantes permanentes de todos los seres humanos, hombres y mujeres, unas veces reprendiéndoles con duras palabras y otras animándoles en la esperanza.

El Padre ama tanto a los hombres que prometió que Su Hijo se va a hacer hombre con los hombres para ofrecerles la salvación a todos. Jesús es el testimonio del gran Amor del Padre a los hombres de ayer, de hoy y de mañana. El pueblo siente que el Padre les ama verdaderamente. Por eso, el salmista dice: “Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que pusiste, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un Dios le hiciste, coronándolo de gloria y esplendor”. (Sal. 8, 4-6).

El Padre (2 Cor. 13, 13), solo entiende de amor. Él es todo amor, solo sabe amar y salvar; nunca condenar (Jn. 3, 17).

Es todo vida, solo entiende de vida y siempre es causa de vida, nunca de muerte (Jn. 3, 16). Porque es todo amor y vida, todo su corazón es misericordia y siempre brinda su mano para levantar al caído. Por eso, siempre es “clemente, compasivo y misericordioso” (Ex. 34, 6).

El Hijo, como el gran don del Padre que se ha dado a todos los hombres, es la expresión más viva de lo que nos dice San Juan en su evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a Su Hijo único” (Jn. 3, 16). En Jesús, el Dios todopoderoso se ha hecho débil para que en medio de nuestra debilidad encontremos en Él la fortaleza. (2 Cor. 12, 10). El Dios invisible se ha hecho visible: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn. 14, 9). El Dios lejano e inalcanzable que se ha hecho cercano, tan cercano que “habitó entre nosotros”. (Jn. 1, 14).

El Espíritu es el don del Padre y el Hijo para los hombres: la fuente de vida y energía por quien podamos llamar a Dios “Abba”, Papito: “Han recibido un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! (Rom. 8, 14). En verdad, tendremos que decir con el libro del Deuteronomio: “¡No hay Dios como nuestro Dios!” (Dt. 3, 24). En cambio hoy parece que queremos hacer una vida sin Dios, una vida sin sentido y sin esperanza. ¡Es verdad! ¡Qué difícil es la vida sin Dios y qué poco sentido tiene la vida sin Dios!

El autor es sacerdote católico.

Opinión Dios Iglesia Católica archivo
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