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Nicho se llamaba y era mi hermano

Recientemente murió mi hermano Dionisio Nicho Marenco.

Los recuerdos son pájaros que se quedan atrapados en las jaulas del tiempo. Cantan nostálgicos clamando espacio y siendo tantos, se agrupan apretados en las paredes de mi alma.

Crecimos en una familia donde se sabía bien claro la diferencia entre lo necesario y lo suntuario, lo prohibido y lo permitido, la rectitud del proceder, el deber primando al placer.

Todos somos hijos del contexto que nos rodea y muchas de nuestras acciones están marcadas por la educación y realidad en que crecemos. Y él respondió a los valores de justicia social que desde el hogar y la educación recibió.
Desde aquella manta en el estadio donde le rompieron el tímpano y le quebraron las manos hasta su muerte, estuvo comprometido con su militancia como identidad, al costo que tuvo que pagar con lealtad y por encima de su salud y bienestar.

Estaba abierto, con un humor muy propio, a las contradicciones, la crítica y la miseria humana plasmada en quienes lo rodeaban o adversaban.

Era de mente brillante y fácil de palabra, tenía capacidad para atender varios asuntos difíciles al mismo tiempo con una pasmosa calma y sencillez. La gente lo seguía por saberse escuchada, para pedirle favores o intercambiar criterios, muchas veces diferentes… sabía negociar con los empresarios y resolver la necesidad de los marginados.

En varias ocasiones sentí que lo había perdido y que siendo mi hermano, era un extraño rodeado de otros, resolviendo asuntos ajenos. Ya no se apellidaba Marenco, sino Nicaragua.

Se avergonzaba de recibir privilegios y terminaba regalando todo, desde un mueble hasta una casa. Enemigo de halagos y protagonismos solo figuró cuando se lo ordenaron y en tareas claramente al servicio del pueblo.

A la Alcaldía de Managua llegó por competencia profesional y por obediencia partidaria y sus obras siguen vigentes sirviendo para quienes fueron hechas.

Su vida está llena de tantas experiencias que si dejó algo pendiente, fue contarlas para aprender de ellas y sus avatares. Grande su maleta de destrezas, combatiente armado de hechos probados, quisiera tomar aunque fuera una parte, para imitarla.

De mis 4 hermanos, siendo el mayor, fue el último en marcharse, obcecado como estaba en una Nicaragua más digna y hermanada. Debió ser terrible saberse marginado, viendo su causa derrumbarse en pedazos, sin poder hacer nada.

A lo mejor su cerebro brillante prefirió apagarse al caos que lo rodeaba.

Este 20 de mayo del 2020, rendidas sus fuerzas y en silencio, se durmió para siempre. Se llevó su mirada triste y su alma de guerrero. Los que lo conocieron testigos son de mis palabras, y los que no, ¿para que hablan? Nicho, lumbrera y bandera, es ejemplo para los jóvenes que quieren una patria grande, su historia es el camino limpio que mostraré a mis nietos. Ellos y los que vienen atrás, no dudarán en continuarlo.

Los pájaros de mis recuerdos abren sus alas y no paran de volar, porque su único límite es el cielo.

Opinión Alcaldía de Managua Nicho Marenco archivo
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