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formas de mortalidad, poetas, Carlos Gadel

Historia de platillos voladores

Todas son formas de subirse al platillo volador. Diputados, ministros, alcaldes, jefes de policía, activistas de barrio, militantes, que se burlaban de los riesgos mortales de la pandemia, hoy están muertos, o enfermos.

Me fascinan las viejas historias que comienzan como novelas: “en 1975, Marshall Applewhite, un profesor de música, y su pareja Bonnie Nettles, enfermera de profesión, decidieron contactar a los extraterrestres, y buscaron discípulos, a los que llamaban tripulantes”. Lograron reunir inicialmente treinta, que abandonaron sus hogares y sus trabajos para seguirlos; pero luego llegaron a conquistar a centenares.

Esta pareja de iluminados creía ciegamente que seres de una estrella lejana habían arribado a la tierra en un pasado remoto, dejando a algunos de ellos como colonos, semilla de la humanidad. Un día regresarían a recoger a sus descendientes para llevárselos con ellos.

Marshall y Bonnie educaron a sus discípulos en ciencias ocultas, astrología, misticismo y teosofía, y les dieron a leer libros esotéricos y de ciencia ficción. Su vida futura verdadera se hallaba en el firmamento, adonde volarían algún día. Y era obligatorio ver los capítulos de la serie Star Trek, porque en los diálogos de los personajes había mensajes ocultos que enviaban los alienígenas.

Ambos se consideraban la reencarnación de los Dos Testigos del Apocalipsis, elegidos para subir al cielo en una nube. Cuando Bonnie, la sacerdotisa, murió en 1985, víctima de cáncer, Marshall, el supremo sacerdote, convenció a sus discípulos de que una nave espacial había venido a buscarla.

Para 1996, la secta había adoptado el nombre de “La puerta del cielo”. Ocuparon una mansión rural al norte de San Diego, en California, y como para entonces se acercaba a la tierra el cometa Hale-Bopp, supieron que era la hora de partir en la estela del cometa.

Eran 39. Bebieron fenobarbital mezclado con vodka y jugo de manzana, y para que no quedaran dudas de que su viaje no tenía regreso, se colocaron bolsas de plástico en la cabeza. Todos pasaron a otro plano de vida.

Mi fascinación frente a esta historia tiene mucho que ver con la disposición del rebaño, así adoctrinado, a dar más peso a un conjunto de ideas estrafalarias, al fin y al cabo, una ideología, que al temor natural ante la propia muerte.
Y más fascinado aún al encontrar que los platillos voladores han aterrizado en Nicaragua. Una secta política cree que la pandemia fatal que anda suelta sin control por las calles, sembrando la muerte porque el gobierno se niega a ponerle freno, no existe.

Comenzaron por rechazar la existencia del virus, y repitieron la propaganda oficial de que quien usara mascarillas era un agente subversivo, promoviendo la consigna de que los médicos y enfermeras no tenían por qué usar medios de protección, y hubo casos en que la policía despojó de los tapabocas a los transeúntes.

El sectario estará dispuesto a alterar o falsificar las estadísticas, para negar la pandemia. O no vacilará en seguir alentando, aún en la fase de descontrol que vivimos, las campañas destinadas a atraer gente hacia los mataderos en que se convierten las celebraciones callejeras y las concentraciones políticas.

Todas son formas de subirse al platillo volador. Diputados, ministros, alcaldes, jefes de policía, activistas de barrio, militantes, que se burlaban de los riesgos mortales de la pandemia, hoy están muertos, o enfermos.

Nada hace cambiar de actitud ni de discurso al tripulante, mientras desde arriba le sigan pasando la consigna de la negación.

Miles de inocentes, sin ser parte de la secta de los elegidos, resultan víctimas del fanatismo, empezando por el personal médico, entre el que hay ya numerosas víctimas.

Todos los ciudadanos indefensos, convertidos en tripulantes obligados de la nave espacial que vuela hacia la muerte.

El autor es escritor. San Isidro de la Cruz Verde, junio 2020.
www.sergioramirez.com

Columna del día apocalipsis La puerta del cielo archivo

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